Te amo, Kagome...

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Dos meses le parecieron a Inuyasha una tortura terrible e interminable, había caído preso por una "bruja" quien, marchándose de su lado, le dejó impregnado, sellado y tatuado su recuerdo en el corazón, para hacerle sufrir -según él- , para desgarrar su corazón por la enorme culpa que sentía. Y si que estaba sufriendo, se sentía casi agonizante…pero sólo él era consciente de ello. Nunca dejaría exhibir su debilidad frente a los demás.

El hanyou comenzó a estrujar aquel objeto de algodón, haciéndole pagar su frustración. Estaba alejado de los demás, nadie podía verle ni podría saber lo que se encontraba haciendo tan solo... pero no caía en cuenta de que Kikyou se encontraba observándole discretamente desde la distancia, extrañada interiormente, físicamente calmada como siempre.

Inuyasha…

Inuyasha dejó de maltratar al pequeño objeto y, de un momento a otro, comenzó a acariciarlo como si se tratara de una valiosa posesión. Escondió rápidamente al "juguete" al sentir una mirada lejana posarse sobre él. No dudaba de quién se trataba. La vio acercarse lentamente sin prisa, se puso algo tenso y melancólico como sucedía siempre que la veía, mas no musitó palabras para comunicarse con ella.

- No imaginaba este cambio en ti…-susurró ella, con su calmada voz.

- Muchas cosas pasan cuando despiertas después de cincuenta años, Kikyo…-le respondió.

Un extraño sentimiento inundó a la poderosa sacerdotisa, nuevamente. De repente y sin saber por qué razón, deseaba con todo su corazón, o lo que quedaba de él, que Kagome jamás regresara, que Inuyasha jamás pudiese encontrarla por más que usara todos los medios posibles para dar con ella. De repente ya no quería verla más, le irritaba recordarla, ya no quería tener que sentirse, de cierta manera, como un reemplazo de Kagome.

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Un grupo de tres personas, conformada por una sacerdotisa, una shinigami y una niña, se encontraban descansando alrededor de una pequeña fogata. La mediana de ellas se puso de pie y se dirigió a la que parecía ser la mayor de ellas.

- Señora Kagome, es hora de seguir con su entrenamiento.

- Si, claro. -respondió ella con algo de pesadez.

La más pequeña ayudó a la sacerdotisa a cargar sus armas mientras Kagome cargaba otras y seguía firmemente a Kosho. Esta última comenzó a dirigirse hacia unos robles en donde comenzó a dibujar varias figuras circulares, simulando unos blancos para practicar el tiro con arco.

- Bueno, señora Kagome, ya sabe usted lo que tiene que hacer. Por cada fallo repetirá el tiro cinco veces más.

La muchacha solo suspiró con pesadez para después colocarse en la posición debida para tirar la flecha, intentó concentrarse, nublar sus sentidos de su alrededor, separar su esencia de la naturaleza y solo centrarse en el objetivo que tenía en frente. Estaba casi lista para tirar la flecha cuando una voz, la de Sayo, la detuvo, tirando, como consecuencia, la flecha muy lejos de su blanco. Tragó fuerte. Miró a Sayo, tratando de relajarse.

Sayo se encogió ante su mirada. Su Kagome también podía dar miedo.

- ¿Qué sucede, Sayo?

- Lo siento, Kagome, es solo que tenía mucha hambre…

La chica volvió a suspirar.

- Si necesitas ir a buscar comida, ve, pequeña. Solo no tardes mucho ¿si?

Sayo sonrió. El miedo, de pronto, se había ido.

- ¡Si, Kagome! -contestó con emoción para después correr lejos de ella.

La partida sigilosa de KagomeWhere stories live. Discover now