Adiós, querida mía...

98 10 1
                                    

Un día como cualquiera en aquella incesante búsqueda, Inuyasha regresaba de una dura batalla junto a Miroku. Habían sentido una extraña presencia en las afueras de la aldea, donde el poder de un fragmento parecía estar involucrado, sin embargo, resultó ser una gran trampa, que pudo haberse evitado si Inuyasha hubiese permitido que Kikyo les acompañara. Lo peor de todo el asunto, era que las heridas de Inuyasha…no sanaban rápidamente como deberían.

- Inuyasha ¿estás realmente bien? Tu herida se ve mal.

- Apuesto a que ese maldito de Naraku tiene que ver con esto.

- Su castillo debe haber estado muy cerca como para que nos tendiera esa trampa.

- Tenemos que ir, Miroku.

- No puedes ir en ese estado, no lo lograrías, Inuyasha.

El hanyou hizo un gesto de molestia.

- Me parece que puede estar cerca del monte Fuji…

En el monte Fuji todo parecía estar envuelto entre neblinas, el aire era bastante dañino para cualquier ser humano, el miasma parecía abundante, más no se esparcía como debería, ya que una persona se encontraba en medio de todo aquella, una bella mujer de largos y sueltos cabellos azabache, los cuales danzaban con aquel corrupto viento. Se veían aquellos grandes y expresivos ojos maquillados levemente, su miraba compenetraba su personalidad, aquella que tan drásticamente había cambiado, para derrotar a su más grande enemigo y pesar. A su costado se hallaban Sayo y Kosho, una con miedo y la otra expresando una ligera preocupación.

- Sabía que era aquí. Naraku alejó lo suficiente a Inuyasha pero descuidó las defensas en contra mía.

- Señora Kagome…esto es muy peligroso. Debería llamar al señor Inuyasha-pidió Kosho.

Kagome le sonrió amablemente a lugar de enojarse.

- No quiero que Inuyasha vuelva a sentir que soy una carga, además en estos momentos debe estar muy herido por la trampa de Naraku, podría morir y lo que menos quiero es verlo sufrir…

- Pero, señora Kagome…

- No te preocupes, no moriré. Te lo prometo -al verla aún preocupada, añadió.- Llévate a Sayo lejos del monte, cuídala y permaneced juntas, por favor…

- Kagome, hermana, no te vayas…

- Reza por mí en casa ¿si?

- Te estaré esperando, hermana, no te demores...

No sé si después de esto…continúe yo con vida, pero al menos quiero acabar con todo lo que comencé de una vez por todas. Yo llegué con la perla y yo la fragmenté, todo lo que ha pasado hasta ahora es mi responsabilidad…así que pagaré por ello, aún si eso significa entregar mi vida a cambio. Inuyasha…

Inuyasha se encontraba sentado mientras Kikyo curaba sus terribles heridas, sin embargo, cuanto más empeño esta ponía en curarlo, estas parecían empeorar. Inuyasha dio un sonoro quejido que alertó a la sacerdotisa, que inmediatamente se separó de él. Lo que veía dentro de las heridas del joven no eran más que veneno. Intentó purificar las heridas y pudo hacerlo hasta cierto punto, sin embargo, el miasma que se introducía dentro de ella comenzó a afectarle de a pocos. Inuyasha, al ver esto, le pidió de favor que parara, o de lo contrario ella saldría más perjudicada.

Cuando la sintió lejos, un gélido aire de muerte pareció rozarlo, mientras este comenzó a tiritar descontroladamente, un vacío en su pecho y una tristeza sin explicación lo inundaron. Algo había ocurrido…o estaba por ocurrir. Se puso de pie estrepitosamente.

Todo lo que venía a su mente…eran imágenes de Kagome.

- Inuyasha… ¿aún te sucede, te duelen las heridas? -preguntó Kikyo notoriamente preocupada.

La partida sigilosa de KagomeWhere stories live. Discover now