Un regalo de amor/ Hermosa bruja

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Habían pasado dos días después de la partida de Kagome. Todo en la cabaña estaba en silencio, un profundo e incómodo silencio, todo parecía sumamente aburrido y abrumador, no se escuchaban risas ni gritos, todo era sumo silencio. Sango se encontraba alimentando a Kirara mientras que Miroku le sacaba brillo a su cetro. Shippo tomaba agua e Inuyasha miraba de vez en cuando en dirección del árbol sagrado. Una presencia lo hizo parpadear repentinamente, era Kikyo quien le bloqueaba la vista hacia las afueras de la cabaña. El joven hanyou la miró con obvio nerviosismo ya que el tenerla tan cerca no se le hacía real.

- Inuyasha… -musitó ella, con aquella fúnebre voz.

- K-Kikyo…eres tú. ¿Es que Kagome te avisó de su viaje?

Ella asintió levemente, fingiendo desinterés.

- Veo que Kagome en verdad se fue. Supongo que debo ayudarte…-dijo.

- ¿Vas a ayudarnos? -Sonrió apenas.- Muchas gracias. Partiremos mañana -terminó diciendo sin mirarla.

- Me parece bien…

Sin embargo, para todos no era una alegría tenerla de su lado. A Sango no le hacía mucha gracia la noticia ni la llegada reciente, ya que después de todo, ella estaba segura de que la pelea que Kagome e Inuyasha tuvieron fue en gran parte por cuestiones pasadas es las que Kikyo siempre estaba incluida.

- Sango, tendrás que aceptarla. Ella nos ayudará con la búsqueda…-le pidió Inuyasha de favor al notar su obvio descontento.

- Ya lo sé, todo lo hago por Kagome… -sentenció cruzando los brazos.

Sango era bastante sincera, mucho quizá. No le agradaba para nada la presencia de Kikyou y no tenía problemas en demostrarlo abiertamente, muy a pesar de que Kikyo estuviese observando cada uno de sus gestos. No podía olvidar que por culpa de ella, Kagome siempre estaba muy triste y decepcionada de Inuyasha.

- Con que no le agrado...-dijo Kikyo con cierto desagrado.

- Inuyasha, recuerda que debes ir por el asunto que te dejó encargado Kagome, no lo olvides. -dijo Sango sin mirarla.

- Es verdad, ya vengo… -se disculpó con Kikyo y partió hacia el pozo devora huesos.

Kikyou se quedó bastante inquita.

- ¿Asunto?

- Kagome le ha dejado un encargo, eso es todo, por si te interesa…-diciendo esto, Sango se apartó de ella, dejándola sola.

Nunca pensé…que llegaría el día en que mi presencia no iluminara tanto tus ojos, Inuyasha.

Inuyasha llegó rápidamente a la casa de los Higurashi, sin embargo no encontró a nadie habitándola, así que entró directamente al cuarto de la sacerdotisa del futuro. El ambiente aún despertaba en él aquella paz, tranquilidad y felicidad y el aroma que emanaba lo volvía nulo de todo sentido, aquel aroma característico de Kagome, siempre despertaba su lado vulnerable. Se sentó en la cama, tan suave y lozana como la recordaba...se recostó y lo primero que vino a su mente fue aquel frágil y delicado cuerpo que aquellas sábanas arropaban, aquel cuerpo que tantas veces había causado descontrol en su mente y en sus instintos, el cual, sin querer había visto sin ropa alguna. Pensamientos insanos y bastante extraños se apoderaron de Inuyasha, provocando en el, un sonrojo muy evidente.

- ¿Pero en qué demonios estoy pensando...? -dijo avergonzado de sí mismo.

Encontró en el lugar indicado en la carta una pequeña caja de color rojo, tan rojo como su túnica, adornado con un gran lazo dorado. Le picó un poco la curiosidad -en verdad…mucha- y decidió abrirlo.

La partida sigilosa de KagomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora