Pasteles

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--Así que aprovechaste la tesitura para enviarle un recadito a tu amada, ¿eh, chaval? --Plagg mostró sus relucientes colmillos en una sonrisa.

Adrien se encogió de hombros.

--No puedo decir que me arrepienta. ¡Ya hago bastante con contenerme, y no lanzarme a besarla!

--¡Este es mi chico! --rio el kwami, feliz por verlo animado a pesar de todo lo que se le venía encima.

Había una intensa mezcla de emociones en su pecho, y toda clase de preocupaciones en las que pensar; sin embargo, Adrien trató de relajarse y descansar adecuadamente, decidido a desplegar un poco de la despreocupada confianza con la que afrontaba la vida cuando se convertía en Chat noir.

Aquella noche se verían como Adrien y Ladybug, con una seria conversación entre manos y toda la responsabilidad del traje rojo envolviendo a su compañera; pero mientras el sol luciera en lo alto, podrían ser solo Adrien y Marinette, dos jóvenes enamorados conociéndose poco a poco.

Ese día comenzarían a preparar juntos el trabajo de la señorita Bustier. Tras la jornada de clases, quedarían en la panadería Dupain para que Adrien pudiera experimentar un trocito de la vida de Marinette. Y estaba verdaderamente ansioso por vivir ese momento junto a ella y su familia, siempre tan cordial y acogedora.

Cuando llegó a clase, no pudo dejar de notar que los ojos de la azabache reflejaban una honda emoción contenida al mirarlo. En cuanto tuvieron ocasión, la chica se sentó a su lado, colocando una mano sobre su pierna en ademán reconfortante. Su contacto hizo que los latidos de su corazón emprendieran una loca carrera, y al mirarla de frente no pudo evitar que sus ojos se deslizaran hasta sus apetitosos labios. ¿Cómo sería poder darle uno de esos besos que hicieran temblar el suelo bajo sus pies?

Ella se humedeció los labios con la lengua, y él tragó saliva, obligándose a permanecer inmóvil. "Aún no", se recordó, retirando la mirada de su boca para volver a concentrarse en sus preciosos ojos azules.

--¿Cómo estás? ¿Has dormido bien?

La suave voz de la chica lo sacó de su ensimismamiento, y el leve tono preocupado que traslucía le recordó que, para ella, él acababa de enterarse justo la noche anterior de que su padre era un presunto villano.

--Uhm, podría haber sido peor. Logré descansar unas horas, a pesar de que tenía algunas preocupaciones rondando por mi cabeza. Cosas aburridas sobre mi padre, la empresa, y tal --hizo un gesto evasivo, sabiendo que ella no indagaría más.

Marinette deslizó la mano por su muslo hasta encontrar la del chico, entrelazando sus dedos con los de él.

--Ya verás como todo sale bien.

--Eso espero --Adrien suspiró, para hablar luego con más firmeza--. Pero lo que de verdad necesito esta tarde es poder olvidarme de todos los problemas. Aparcar mi vida y colarme por un rato en la tuya. ¡No puedo esperar a ver qué pasteles vamos a preparar!

Ella sonrió con dulzura.

--Está bien: por esta tarde, solo pensaremos en masas, harina, azúcar... y en cómo escabullirnos un ratito de mis padres cuando se empiecen a poner demasiado pesados.

--¡Trato hecho! --se entusiasmó él, con los ojos brillantes por la ilusión.

Cuando llegó a la panadería, Sabine lo recibió con una amplia sonrisa.

--Me alegro mucho de verte, hijo. ¿Cómo estás?

--Bien. Muy contento con mi compañera de equipo para este trabajo --respondió a la sonrisa, sintiendo una chispa de calidez extenderse por su pecho al oír a la menuda mujer llamarlo de aquella manera.

A fuego lento (Reto Adrinette) Where stories live. Discover now