Lecciones de piano

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La expresión de Adrien, apaciblemente acurrucado contra ella, transmitía auténtica felicidad. Marinette enredó los dedos entre sus rubios mechones, y el chicó cerró los ojos y emitió un murmullo satisfecho cuando sus uñas recorrieron con suavidad el cuero cabelludo.

--Pareces un gatito mimoso --rio, enternecida.

--Mmmmm... ¿Podemos quedarnos así para siempre, por favor?

--No sería justo --replicó ella--; mejor estamos un rato así, ¡y luego te toca a ti acariciarme!

--Eso sería perfecto --sus ojos verdes brillaron, soñadores, y algo en su tono de voz logró que las mejillas de la chica tomaran el color de las cerezas.

Marinette respiró con calma para intentar que el ritmo de sus latidos se normalizara. La sensación de tenerlo tan cerca, entregado a sus mimos, era tan cautivadora... Él había vuelto a cerrar los ojos, y parecía totalmente relajado.

No podía estar mintiendo, ¿verdad? No podía ser tan frío y calculador. No era posible que hubiera descubierto su identidad secreta como Ladybug, tal y como había hecho con la de Multimouse, y todo aquello formara parte de un complicado plan para lograr que bajara la guardia y entregarla a su padre después. ¡Era imposible!

Sin embargo, la mera idea hizo que se tensara, y él no tardó en abrir los ojos al percibirlo.

--¿Qué ocurre, preciosa? --inquirió.

--Adrien, yo... --se interrumpió, sin saber qué decir.

Él se incorporó con aire preocupado.

--¿He dicho algo que te haya molestado? Perdóname, no pretendía incomodarte.

--No es eso. Solo es que últimamente tengo muchas preocupaciones en la cabeza, y dudas, y responsabilidades, y... Pero no tienen nada que ver contigo. No directamente, me refiero. O tal vez sí... Pero ojalá que no.

Se tapó la cara con las manos, confusa.

--¿Tengo que preocuparme? --preguntó Adrien, con una chispa de miedo en el fondo de sus ojos.

Ella dio un suspiro y retiró las manos para mirarlo de frente.

--Tienes que confiar en mí.

No tuvieron ocasión de decir más, porque Alya y Nino irrumpieron desde la cocina trayendo refrescos y palomitas para compartir, y discutiendo animadamente sobre los resultados de la encuesta que había colgado la periodista en el Ladyblog para tratar de averiguar cuál era el héroe favorito de los parisinos. Se unieron a la conversación, y no volvieron a tener intimidad hasta que el guardaespaldas de Adrien vino a buscarlo, y llegó el momento de despedirse de sus amigos.

--Te llevamos hasta tu casa --ofreció Adrien, abriendo caballerosamente la puerta de la limusina.

--Por lo que veo, hoy viniste de forma legal, no clandestina --comentó Marinette en voz baja al subir.

--¡Sí! --afirmó él, contento--. Mi padre me dio permiso. ¿Te lo puedes creer? Parece que empieza a mostrar un poco más de flexibilidad.

--¿En serio? --cuestionó ella, alzando una ceja.

--Ayer me preguntó cómo estaba, e incluso me dijo que se alegraba de verme feliz --enumeró, contando con los dedos--; esta mañana bajó al comedor a la hora de desayunar; y cuando le dije que quedaría contigo, y con los chicos, ¡se limitó a decirle a Nathalie que lo tuviera en cuenta para ajustar mi agenda! Creo que... le caes bien --concluyó, radiante.

Marinette intentó encajar esa información con sus propias sospechas. Ese cambio repentino... ¿Intentaba congraciarse con su hijo para buscar su apoyo? ¿Quería llegar a ella a través de él? ¿O, simplemente, después de tanto tiempo, el hielo comenzaba a derretirse en el corazón del excéntrico diseñador?

A fuego lento (Reto Adrinette) Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora