Capítulo 29

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Nozomi se vistió y salió silenciosamente del cuarto, mientras Hiroshi se puso sus jeans y volvió a recostarse en la cama bebiendo un trago de licor

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Nozomi se vistió y salió silenciosamente del cuarto, mientras Hiroshi se puso sus jeans y volvió a recostarse en la cama bebiendo un trago de licor. Estaba exhausto y adolorido, pero al menos un poco más relajado luego del encuentro con la chica.

Sin embargo, había algo que no salía de su cabeza: Astrid Greene.

Suponía que su padre no sería un problema mientras lograra mantenerlo todo bajo control, pero sí era un gran problema el hecho de que no podía mantenerla cautiva por siempre. Y no tenía la más mínima idea de qué haría con ella.

La cabeza le dolía de solo pensarlo, además de por el enorme golpetazo que le había propinado la chica. Sí que era un encanto, una belleza indomable. Ese pensamiento logró arrancarle una pequeña sonrisa, que se esfumó sin dejar rastro luego de que su mirada se posara en su mano izquierda. Podía sentir la pérdida en lo más profundo.

Unos toques en la puerta interrumpieron su momento de meditación. Colocó el vaso al costado de la cama y respondió con un seco: «Entra». Era Hikari, que ingresó en el cuarto y permaneció de pie con una expresión seria. Al parecer estaba molesta por algún motivo.

—¿Y bien? —dijo él y se sentó en el borde de la cama—. ¿A qué se debe tu cara de disgusto?

—Acabo de tropezarme con Nozomi, y no creo que haya venido a darte su pésame... —respondió ella con algo de sarcasmo y él sonrió ligeramente al escucharla—. Recuerdas que hace solo unas horas tuve que curarte dos heridas bastante serias, ¿no?

Levantó la mano izquierda mostrándole la venda a modo de respuesta.

—Pues, muy bien —continuó Hikari—, solo no te quejes luego, tendrás que ir a curarte a un hospital... —Hiroshi puso los ojos en blanco, y ella suspiró profundo antes de continuar—: Deja de usarla.

—¿Qué? —preguntó, algo desconcertado—. ¿De qué diablos hablas?

—De Nozomi, deja de usarla como un juguete. Ella vino desde Japón para trabajar en la casa y recibir la ayuda de nuestra familia, no para ser tu esclava sexual.

—¿En serio? —Rio con malicia y luego agregó—: Pues no la he oído quejarse de que me la folle...

—Eres un idiota, Hiroshi, en serio lo eres.

—Dime algo que no sepa, hermanita —se mofó ante la expresión de enojo de su hermana—. Nozomi debería ser una «Geisha» y trabajar en el casino. Debe dar las gracias de que le permitamos permanecer en la casa.

Hikari bajó un instante la mirada, y una mezcla de tristeza y decepción coloreó su rostro.

—Me duele reconocerlo —dijo en un tono de voz bajo—, pero te has convertido en la persona más malditamente egoísta que he conocido, hermano... ¿Cuándo dejaste de ser el chico amoroso y tierno que se quedaba dormido en el regazo de nuestra madre escuchando sus historias? ¿Cuándo te convertiste en esta máquina fría y sin sentimientos que tengo ante mí...?

—Déjate de estupideces, Hikari —le respondió, molesto, y luego se levantó de la cama y caminó hacia la ventana—. Muchos años han pasado desde que nuestra madre dejó de contarnos historias, y solo soy la persona que las circunstancias requieren, alguien dispuesto a defender a nuestra familia y a continuar nuestro legado a cualquier precio...

—¿De qué legado hablas, Hiroshi? —Hikari elevó su tono de voz—. ¿De esta vida de mierda que tenemos, rodeada de sufrimiento y rencores, donde lo único que hacemos es destruir a otras personas?

—¡Deja de decir tonterías, hermana! —le gritó—. Venimos de una familia afortunada, ¡es nuestra responsabilidad mantener la tradición y el honor vivos!

—¿El honor de quién? Todos los malditos samuráis están muertos, Hiroshi. ¡El maldito «Dragón Rojo» está muerto hace años!

—¡Nosotros somos los «Dragones Rojos»! —respondió, frenético—. ¡Deberías sentirte orgullosa!

—¿Orgullosa de qué? —cuestionó, y un par de lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas rosadas—. ¿De toda la muerte que cargamos encima? ¿De todo el ciclo sangriento que se repite una y otra vez? Pues lo único que siento es rencor, ¡rencor, hermano! A veces me pregunto por qué tenemos que vivir encadenados a eso, es una maldición... —Su voz flaqueó un instante ahogada por el llanto—. ¿No lo ves? Arruinamos todo lo que tocamos...

—Eso no es cierto, nuestro abuelo creó un imperio, y el honor de nuestra familia es importante. Tenemos que honrarlo y para eso hacemos las cosas bien.

—¿En serio? —Hikari soltó una carcajada irónica entre lágrimas—. ¿Y qué pasa con Astrid? —Él se tensó al escuchar su nombre—. ¿Has hecho las cosas bien con ella? Tú la arruinaste, Hiroshi, en el momento en el que pusiste un pie en esa maldita tienda tú la arruinaste, y ni siquiera te bastó con eso...

—¡Yo no la arruiné! —la interrumpió—. ¡Yo salvé su vida!

—¿Eso es lo que te dices a cada instante para sentirte mejor? Pues deja que te aclare algo: ¡era mejor que la hubieses matado! Tú no volviste por ella para protegernos, ¡volviste porque eres un egoísta de mierda que solo la querías para ti, aunque sabías que por su bien debiste dejarla en paz!

—¡Cállate, cállate, maldita sea! ¡Cállate de una vez! —gritó, totalmente fuera de control—. ¡No tienes idea de lo que estás diciendo!

—La verdad duele, ¿no es cierto? —le dijo Hikari con una sonrisa de victoria en los labios—. Pues aquí está la única verdad: eres un jodido manipulador que no pudo aceptar que ella no sería suya y que por eso decidió tomarla, como mismo tomas siempre todo lo que quieres... «Tú», y solo «tú», serás el motivo de la perdición de Astrid, nunca tengas dudas de eso...

Hikari dio media vuelta y salió de la habitación, tirando la puerta tras de sí. Él soltó un grito de frustración y lanzó el vaso de cristal contra la pared, haciendo que pequeños trozos de vidrio y gotas de alcohol salpicaran parte de la habitación. No era un egoísta, no lo era.

La impotencia que le habían causado las palabras de su hermana no tenía comparación alguna. ¿Cómo podía hablar así de los «Dragones»? Ellos no eran simplemente asesinos, lo hacían por honor y por la familia. Nadie podía juzgarlos. Él tampoco había querido que las cosas con Astrid fueran así, no lo quería... ¿o sí? ¿En algún momento se había alegrado de que ella lo hubiera seguido y de que el Miyasawa estuviera ahí? ¿Se arrepentía verdaderamente de todo lo que había ocurrido?

«Diablos, al carajo con todo ese tema», pensó. Ella estaba ahí y ya no había forma de cambiar las cosas. Solo tenía que cuidarla, y eso era precisamente lo que haría. Por ese motivo, tomó su camiseta y se la colocó mientras salía de su habitación. Necesitaba verla; necesitaba mirarle a sus encantadores ojos y ponerla nerviosa; necesitaba escuchar sus ofensas hacia él. Lo necesitaba como si su vida dependiera de eso.

Caminó rápidamente por el pasillo hasta verse a sí mismo frente al cuarto de huéspedes. No obstante, cuando se dispuso a abrir un escalofrío recorrió su cuerpo: la puerta no estaba cerrada con llave como él la había dejado.

—¡Mierda! —soltó al abrir la habitación y comprobar que, justo como temía, estaba totalmente vacía.

¿Dónde diablos estaba Astrid?

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Este capítulo estuvo especialmente dedicado a ItsLynNP
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El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Where stories live. Discover now