Capítulo 56

1.7K 283 54
                                    

El teléfono no paraba de sonar retumbando en el silencio de la enorme casa

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El teléfono no paraba de sonar retumbando en el silencio de la enorme casa. Hikari bajó las escaleras, algo extrañada, pues nadie nunca los llamaba a excepción de su padre, y él lo hacía siempre a una hora determinada.

A menos que algo muy serio ocurriera...

—¿Sí? —contestó con desconfianza y solo escuchó mucho ruido al otro lado de la línea—. ¿Quién es?

Esperó unos instantes sin obtener respuesta alguna y, justo cuando iba a colgar, escuchó la voz de su padre. Sonaba exaltado, como si no tuviera mucho tiempo, y ella sintió que un enorme escalofrío recorrió todo su cuerpo.

—Padre, ¿qué ocurre? —le preguntó, asustada—. No, él ha salido, estoy sola aquí... Oh, Dios... ¡Padre! ¡Padre!

La llamada se cortó y ella permaneció con la respiración errática, sosteniendo el teléfono fuertemente contra su pecho. Miró a su alrededor, aterrada, y deseó que Hiroshi cruzara la puerta en ese instante. Temió por su padre y por su hermano. Y también temió por su vida.

Solo había hablado con su padre unos segundos, pero una palabra había quedado perfectamente grabada en su cabeza: «traición».

Su hermano había tenido razón: los Miyasawa no eran de fiar y todos ellos estaban en peligro. Arrojó el teléfono al suelo y corrió hasta la cocina mientras unas lágrimas de temor y tristeza se escapaban de sus ojos. Todos ellos estaban condenados, siempre lo había sabido, pero no esperaba que su hora llegara tan rápido.

Abrió los cajones torpemente hasta alcanzar un filoso cuchillo y sostenerlo entre sus manos, pues necesitaba algo para defenderse mientras iba al dōjō por una mejor arma. No obstante, sus planes se vieron totalmente frustrados cuando la puerta que conducía al jardín se abrió abruptamente. Un grito se le escapó al ver a los tres hombres armados que entraron de una manera violenta.

Eran Miyasawa. Y venían por ella.

Hikari corrió a toda velocidad hasta la puerta delantera de la casa, solo para encontrar a más hombres enemigos. Eran demasiados y estaba sola. Se detuvo en el medio del camino, siendo amenazada por ambos lados, y pensó en su madre, en su padre y en su hermano, las personas que más amaba.

Pensó también en todo el sufrimiento que había atravesado durante sus cortos veinte años de vida, y en como una parte de ella siempre había visto la muerte como la mejor liberación posible —o al menos la más rápida—. Se sintió arrepentida, porque teniéndola tan cerca sus ideas flaqueaban y ya no quería morir; ella quería vivir, pero lejos de todo ese infierno.

No, no se entregaría a esos bastardos con tanta facilidad. Ella era uno de los «Dragones Rojos», después de todo, así que empuñó el cuchillo con fuerza y tragó en seco, teniendo una especie de catarsis.

Ese era el momento.

Avanzó velozmente hasta el primer adversario que se le aproximó y lo embistió golpeándolo en sus partes más sensibles. Ella podía moverse muy rápido y su abuelo la había enseñado a sacar ventaja de eso. El hombre se retorció de dolor, pero otros dos la atacaron.

Se movió mientras pudo, resistiéndose y golpeándolos, hasta clavar el cuchillo en el ojo de uno de ellos. El tipo soltó un alarido de horror mientras la filosa hoja se enterró en su carne y la sangre la salpicó. Ella retiró el arma del desfigurado rostro rápidamente e hirió al otro en una pierna, pero un tercero la atacó por detrás. Hikari cayó al suelo y perdió el cuchillo, que rodó lejos de su alcance.

Uno de ellos le propinó un fuerte golpe en la cabeza que hizo que toda la habitación le diera vueltas y que sintiera unas enormes náuseas. No podía levantarse y tenía la vista nublada, pero sintió que alguien la haló por el cabello y la obligó a levantar la cabeza. Le dieron una bofetada tras otra hasta que su boca y su nariz se llenaron de sangre, y finalmente la patearon, dejándola sin poder moverse y respirando con mucha dificultad.

—Es un gusto conocerte, «pequeña zorra Sakura»... —le dijo en tono de burla una voz masculina—. Tu padre y tu hermano me han causado demasiadas molestias, y será para mí un verdadero placer devolverles el favor... Tu maldito hermano quiso demostrar sus dotes artísticos con uno de mis hombres, pero yo sí le daré una muestra de cómo luce verdaderamente el arte... Es una lástima que no pueda ver su cara cuando vuelva a verte...

¡Gracias por leer!
No olvides regalarme tu estrellita si te gusta la historia.
Este capítulo estuvo especialmente dedicado a ItsSunflowerK
❤️

El ángel de la muerte (Antes llamada "El último dragón rojo") © [✓]Where stories live. Discover now