Despierto con su aroma justo bajo mi nariz, Desa está casi sobre mí, bien dormida y su cabello caoba se escurre por mi torso, mi barbilla, mis labios. Respiro profundo llenándome de ella, con cuidado la hago a un lado, pero es de sueño ligero, me siente y se incorpora de una, asustada. Me mira un segundo que es lo que le toma comprender donde está. Acaricio su mejilla, despacio, aguardando.

—¿Te sientes mejor? —pregunto atento a sus gesto. Luce realmente agotada y es que no se da descanso, baja la vista hasta su mano y luego vuelve a posar su mirada marrón en la mía.

—No duele como ayer, gracias —musita con una media sonrisa, pero evidentemente desconfiando de lo que diré. Asiento sereno, no es el momento, lo sé. Beso su frente, luego apenas si rozo sus labios y me dirijo al vestidor. Ella ya debe alistarse para irse.

Bajo y está acariciando a Missy, susurrándole cosas dulces, la observo un segundo en el que se da cuenta, me sonríe un poco para luego continuar con sus mimos, ahora más suaves.

Me sirvo el batido y aparece a un lado de mí, tensa. Si no se apresura llegará tarde, noto por la hora que marca el reloj de la cocina. Parece nerviosa, aguardo.

—¿No me dirás nada? —musita examinándome. Le devuelvo el gesto, serio.

—No es el momento, llegarás tarde —reviro sereno. Asiente llenando de aire sus pulmones.

—Creí que no estarías de acuerdo con que regresara a ese lugar —habla después de unos segundos. Permito que resbale por mi garganta el trago que acabo de tomar y frunzo el ceño.

—Soy un Neanderthal, no un retrograda. No puedo prohibirte hacer lo que desees. Son tus decisiones, Desa —explico cauto. Sus ojos parecen un tanto perdidos, finalmente asiente de nuevo.

—Fue un evento aislado —replica.

—Y supiste cómo resolverlo. Sé que estarás bien —digo despacio, comprendiendo que de verdad teme que monte un espectáculo o que me imponga y no le permita ir a lo que debe. Eso me saca de mi centro. ¿Qué piensa Desa de mí? ¿Qué he logrado que imagine que soy?

—De lo otro... —empieza. Mi cuerpo se tensa de forma instantánea así que le doy un trago a mi vaso y luego logro hablar calmo:

—¿Ya no piensas usar el dinero que te deposito? —pregunto estudiándola. Se pasa un cabello tras la oreja, suspirando.

—No es eso.

—¿Entonces? —La confronto sin alzar la voz, estoico—. ¿No quieres usar lo que te doy pero sí deshacerte las cosas que tienes, lo que te he regalado?

—No, es eso, es solo que no las necesitaba, es demasiada ropa, un exceso —se defiende con vehemencia.

—Es probable, pero entonces... ¿lo vendiste? ¿Regalaste? ¿De ahí te estás sosteniendo? Porque la verdad es que no comprendo lo que sucede aquí. ¿Estás en algún curso minimalista? —me burlo deseando entender y aligerar un poco la atmósfera densa. Mi mujer baja la mirada nerviosa hasta sus manos, cada músculo de mi cuerpo se siente alerta.

—Con lo que gano he pagado lo que necesito —dice en tono neutro.

—No respondes mi pregunta, Desa —le hago ver.

—Yo... es solo que no necesito todo eso. Debo irme, te veo por la noche —revira ahora sí con prisa y me deja ahí, de pie en medio de la cocina, con el batido en la mano, de nuevo con dudas e impotencia.

...

Al salir del gimnasio, no puedo evitar la ansiedad que me embarga y me aparco cerca de donde trabaja. Por supuesto que lo que le ocurrió el día anterior no me tiene tranquilo, nada más lejos que eso, pero tampoco puedo tenerla entre algodones, no es eso lo que debo hacer y sé que tampoco lo que ella quiere. Desa es aguerrida, resuelta, independiente en muchos sentidos, y eso me parece perfecto, aunque no deja de generar cierta aprensión saberla ahí, en un lugar en el que no tiene necesidad económica de estar exponiéndose y agotándose de esa forma.

Hablé al local poco antes de aparecer, la mujer con la que me comuniqué me espera en donde acordamos, es rubia, se ve agradable y lleva puesta una camiseta de aquel lugar.

—Buenos días —le digo tomándola por sorpresa, se gira y abre los ojos de par en par.

—Hola, ¿eres Zakariah, el esposo de Desa? —pregunta asombrada, supongo que no esperó a un hombre de más de metro noventa, con rasgos afroamericanos y de mi complexión. Asiento dándole la mano. Sonríe nerviosa—. Un gusto. Dime, ¿qué deseas hablar? Es por lo ocurrido ayer, imagino.

—Este es el trabajo de Desa y de ninguna manera quiero inmiscuirme, pero necesito que tengas mis datos para que si sucede cualquier cosa me llamen. Lo de ayer me preocupó, pero sé que se sabe defender, aun así, prefiero que si algo sale de control sepan a quién acudir.

—Estoy de acuerdo, ayer no quiso armar más alboroto, pero le sugerimos llamar a alguien de su familia para que viniera por ella. Fue muy desagradable lo ocurrido y te prometo que no es algo que aquí pase, al contrario.

—No me des explicaciones, de verdad solo quiero que tengas mi número, y que si sucede una emergencia o algo que involucre su seguridad, me lo puedan hacer saber —argumento firme. Asiente y saca su celular. Le doy mi teléfono, lo guarda y sonríe extrañada, observándome.

—Pensamos que no regresaría hoy por lo de ayer —admite.

—Me alegra que no fuera así.

—A mí también.

—No le menciones que vine, solo lo hice porque me parecía importante esto después de lo ocurrido.

—Eres un buen hombre, Zakariah, la respetas.

—Eso intento. Gracias y hasta luego —me despido tendiéndole la mano, devuelve el gesto con una gran sonrisa. Me quedo con una buena impresión de ella y eso también me relaja un poco más. Cuando se mete al local me acerco por un lado y echo un vistazo a su interior, Desa va y viene deprisa, su mano está aún vendada pero parece que no le molesta, sonríe a todo mundo, habla con quien pasa a su lado bromeando, supongo, pero sin parar. Así como cuando me contó que se defendió la noche anterior, otra veta de orgullo surge en mí. Sonrío a pesar de que nada va bien entre nosotros en realidad, me permito observarla un rato más y luego me marcho. No tengo nada más que hacer ahí.

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