Extra I

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- ¡Lo sabía!

Adonis no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Su Rosie. Su mujer. Su cielo en la tierra en brazos de otro hombre. Literalmente, el corazón se le estaba haciendo añicos. Días atrás habían empezado sus sospechas, su preocupación, porque Rosie ya no se estaba comportando como la mujer con la que se casó. Repentinamente, se había vuelto fría. Ausente. Llegaba a casa, a veces más tarde que él con la excusa de que había pasado el día en compañía de la escritora o de su prima, o sino era así siempre se encontraba lo suficientemente cansada como para no compartirse en su intimidad.

De hecho, era la primera vez que llevaban tanto tiempo sin sexo.

- ¡Voy a matar a ese tipo! - gruñó queriendo salir del auto, pero la mano de Jules lo retuvo. - Jules, suéltame. Voy a partirle las piernas a ese hombre, e importa poco que me detengan. ¡Nadie me va a quitar a mi Rosie!

- Tienes que tranquilizarte, Adonis. No hemos visto nada fuera de lo común. Sólo un abrazo. - alega Jules en su intento de consolarme. - Espera a hablar con ella antes de sacar conclusiones precipitadas, por el amor de dios.

Pero su halo angelical se convierte en dos cuernos de demonio cuando tras Rosie aparece su mujer, Naima Schratter, de la mano de otro hombre para despedirse del sujeto con un pico en los labios sin pudor alguno.

"¡Troya ha caído!", digo para mí mismo.

- ¡Qué cojones....! - y soy yo quien esta vez tiene que retenerlo para que no abandone el coche. - Adonis, necesitamos un trabajo limpio. Conozco a un par de tipos que por una cantidad de dinero aceptable nos ayudarían a esconder los cadáveres. ¿Qué te parece en Louisiana?

- ¡No jodas, Jules! - replico. - ¡Que no somos asesinos!

- ¡Son nuestras mujeres! - exclama, y se lleva las manos a la cabeza angustiado. - Me duele el pecho, Adonis. N-no me siento bien. - al ver cómo empieza a desabotonarse la camisa, presiento que está a punto de darle un ataque de pánico. - Me falta el aire.

- Respira, Jules. Respira despacio. - le aconsejo. Lo último que necesito es que Jules pierda los nervios. - Vale, ha sido un beso. Pero estoy seguro que Naima tendrá una magnífica explicación para darte.

Pero eso no parece calmar la angustia de Jules Schratter, y al final ya no soy únicamente el del corazón roto sino también él. Sin embargo, debo obviar este dolor que no se me va del pecho, o sino terminaré en una esquina llorando por miedo a perder a la mujer que más amo, y sin la cuál no podría seguir viviendo.

- Jules, tengo que ir a casa. - le digo una vez el jefe se ha calmado. - Tengo que ir a casa. Verla.

- Sí, hermano. - dice más tranquilo. - Te dejo en casa. Démosle tiempo a Rosie para que llegue primero. Y a Naima para que tenga una explicación convincente.

Media hora después estoy entrando en mi hogar, en la casa en la que creí que Rosie y yo envejeceríamos, y eso provoca que las lágrimas estén a punto de saltar. Antes de entrar en la habitación principal, voy a darles un beso de buenas noches a mis hijos. Mi princesa, Jazz, duerme plácidamente aferrada a su peluche de elefante. Beso su frente, ella murmura algo incomprensible y continúa durmiendo. Después, entro en la habitación de Sasha y Thadeus, ambos se encuentran también dormidos con una amplia sonrisa en la boca totalmente sumergidos en sus reinos de fantasía.

- ¿Adonis? - oigo decir a Rosie, y el corazón se me detiene. - Sí, eres tú.

- ¿Quién más podría ser? - le pregunto abandonando la habitación de los niños. - Soy yo tu marido, ¿no?

Adonis✨Where stories live. Discover now