12. Un ermitaño arrepentido🦋

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- Adonis, qué es de tu vida. - le preguntó Raymond al toparse con él junto a la máquina de tabaco de la gasolinera. - Últimamente, se habla mucho de ti en el pueblo ¿Qué has hecho?

Hoy no estaba de humor.

A Adonis se le notaba en la cara y hasta en la manera de andar que terminaría haciéndole pagar a cualquiera todos sus errores, su asco por el mundo y hasta por sí mismo. En este momento, el ermitaño se odiaba con todas sus fuerzas, y si pudiera se pegaría con el primero que se interpusiera en su camino, aunque reservaba una ración adicional de puñetazos al estúpido de Spencer y su cuadrilla de paletos.

- Me conoces, ¿verdad? - le preguntó. Ray asintió. - Entonces, sabes que no merece la pena seguir esta conversación.

Adonis cogió un par de latas de conserva de la estantería, algo de fruta fresca, botellas de agua, comida canina para Bessie y Noir, y lo llevó todo hasta el joven dependiente que se encontraba al otro lado de la caja registradora.

- Tranquilo, amigo. - respondió Ray sacudiendo su hombro. - Por mi parte, me importa un rábano con quien te acuestes. Una mujer es una mujer. - proclamó más alto de lo que le hubiese gustado. - Y creo que la tuya dejó a más de uno con la boca abierta.

El simple hecho de que Raymond mencionara a Rosie hizo que el corazón le escociera. Aun más, al recordar a esa mujer que tanto añoraba besándose en la cafetería con ese bastardo de Derek Sullivan, y él allí parado con el corazón en la mano a punto de pedirle que se quedara a su lado. Al parecer, Rosie había accedido a perdonar su traición e irse con él, por mucho que esa decisión fuera la peor que hubiera podido tomar en su vida.

Al igual que haber decidido amarlo a él.

- Me importa un infierno lo que el pueblo piense de Rosie, Ray. - respondió él negándose a oír nada más. - Nadie se parecerá a ella jamás.

- ¿Y qué pasa con Rainy y con tu hija?

Su mirada lo hizo arrepentirse de ser tan entrometido.

- No te juzgo, Adonis. - soltó en su defensa. - Eres joven y tienes derecho a ser feliz. A rehacer tu vida con la mujer que desees. - le aseguró. - Y si consideras que esa tal Rosie es la indicada, adelante.

- No la conoces, Ray.

- Por la reacción de la gente de Springtone, esa mujer debe ser como una diosa de ébano que ha descendido de los cielos. Porque hasta el día de hoy no dejan de hablar de ella. ¿Cómo crees que me he enterado?

Ya habían pasado cinco días desde la última vez que vio a Rosie, y no podía extrañarla más. Toda ella le hacía falta. Su olor, su presencia, sus caricias y sus besos. Porque, desde que esa mujer no estaba a su lado, el mundo se le hacía cuesta arriba. No tenía ganas de hacer absolutamente nada, más que de lamentarse de su suerte y beber hasta que llegara un nuevo día. Incluso Bessie y Noir parecían estar tan deprimidas como él, y cada vez que intentaba consolarlas, le gruñían queriendo alejarlo de ellas.

Ni las perras perdonaban su idiotez.

Ahora mismo, los tres estaban viviendo en la cabaña de caza del viejo Bobby Fox, porque tras regresar del pueblo no se sintió capaz de enfrentar todos esos recuerdos que Rosie y él habían fabricado juntos en la cabaña, por lo que no le quedó más remedio que salir huyendo otra vez.

- Ya no importa. - soltó Adonis en voz alta. - Se ha ido.

El dependiente le dio la vuelta, él guardó las monedas en el bolsillo y caminó en dirección a la puerta.

- Pues ve a por ella. - sugirió Raymond siguiendo sus pasos. - Basta echarte un vistazo para ver lo afectado que te tiene la ausencia de esa mujer. Hasta pareces un maldito vagabundo sino fuera porque llevas sacos de comida suficiente para todo un mes.

Adonis✨Where stories live. Discover now