8.2 ¿La amas?🦋

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- ¡Adonis Thadeus Hartman! - exclamó Rosie dolorida.

Pero al instante su voz perdió toda fuerza cuando la imagen de Adonis junto a esa mujer, la llevó de vuelta a la misma tarde en que encontró a Derek y a Nadia besándose frente a su apartamento. Sin importar que esta vez su amante fuera quien apartara a la mujer de su lado y se limpiara la boca asqueado, como si ese beso con lengua hubiese supuesto una vulneración a su integridad sexual y a la relación que ambos mantenían.

- Rosie, puedo explicarlo. - dijo en su intento de acercarse a ella.

- No me hables. - gruñó Rosie ofendida mientras le entregaba el cachorrito que había adorado durante dos minutos exactos. - ¡Ni me hables con esa boca!

Ella se marchó a toda prisa no sintiéndose capaz de hacer frente a los cuchicheos de la gente que había presenciado toda la escena desde el primer segundo. En parte, porque Rosie en este pueblo llamaba la atención más de lo que le gustaría, por su figura, por el color de su piel, y también por el hecho de andar de la mano de un hombre como Adonis Hartman.

"Dios mío, sí que estoy enamorada", se dijo al notar ese resquebrajo en el corazón.

Y ese sentimiento le produjo un temor aún mayor, porque eso implicaba que terminaría saliendo herida quisiera o no.

- ¡Rosie! - oyó exclamar a Adonis, pero lo ignoró descaradamente.

De ningún modo, la periodista iba a permitir que el pueblo la intimidara con sus comentarios o gestos de desaprobación hacia su persona. Ella estaba orgullosa de sus curvas, de su preciosa piel oscura y de su indomable cabello, a pesar de que éste le hubiera dado más disgustos que alegrías. Pero Rosie había aprendido a amarse tal y como era, y, durante su adolescencia, descubrió que estos fueron los dones que le obsequiaron sus antepasados. Por eso, siguió andando calle tras calle hasta que la curiosidad la hizo detenerse frente al escaparate de una tienda de antigüedades, tocar la campanilla y entrar al establecimiento sin permiso.

- ¡No puede ser! - soltó sin pensamiento previo por la boca. - ¡Si se parece al tío abuelo Leroy! Por dios, que alguien me pellizque o algo.

El dependiente, un anciano negro de avanzada edad, la estaba mirando tras sus gafas con una sonrisa burlona. Lentamente, el hombre salió de detrás del mostrador y la invitó a sentarse junto a él en un sillón que tenía más años de vida que los dos juntos, pero ese gesto de su parte la hizo sentir más cómoda en su compañía.

- ¿Acaso creías que eras la única ciudadana en Springtone con azúcar en las venas? - le preguntó el anciano ofreciéndole un par de bombones.

- Por la forma en que todos me miran, lo parece. - respondió Rosie aceptando su ofrecimiento. - Gracias, señor. Por cierto, tiene una tienda muy bonita. - comentó echando un vistazo a su alrededor. - ¿Cómo lo ha conseguido viviendo...aquí?

- Me llevo bien con la gente de este pueblo. - le hizo saber el anciano. - Ya son treinta y cinco años en Springtone. Supongo que olvidaron que soy hasta negro.

Rosie se echó a reír al igual que el anciano hasta que en una esquina de la tienda divisó varias perchas con vestidos estilo vintage que la obligaron a levantarse para ir en busca de ellas. De hecho, ya habían unos cuantos que planeaba probarse, y si le sentaban bien se los llevaría a casa. Las compras siempre le subían el ánimo, y siendo mañana su cumpleaños número 32, le apetecía mimarse un poco a sí misma después del desengaño sufrido frente a todo el pueblo de Springstone.

- ¿Están a la venta? - preguntó. - Porque si lo están puede ir preparando un té con limón en lo que yo dilapido mi tarjeta de crédito en su tienda.

Adonis✨Where stories live. Discover now