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La manera de Daniel de ver a su diosa se hacía cada vez más difícil de creer. Sophia le estaba pidiendo algo imposible a la Reina de los infiernos para proteger a su hijo bastardo y a los dos demonios mayores. No sólo miraba las emociones de aquella que siempre sería suya, sino la tristeza que había en su voz. No podía imaginar a su Reina no siendo madre, no era fácil entender el por qué de esa decisión.

De inmediato se acercó para tomar los abrazos de la mujer y que de esta manera no se sintiera sola. Ella solo pudo fingir una sonrisa pues una daga se le clavaria en medio del pecho para siempre; mientras Esteban James la observaba sorprendido. Sophia renunciando a ser madre no era muy común en ella, esa visión era más grave de lo que podía llegar a imaginar.

—¿Sophia estás segura? —preguntó Lilith—. Sabes que es una locura hacerlo, pero si lo consideras posible, de esta manera será.

—Querida, recuerda que lo que es imposible para ustedes, es posible para mí —susurró ella abrazada por el Ángel.

Mina y Vergil estaban confundidos por el intercambio entre las mujeres, pero gracias a la energía anormal que salía de la celestial, se hicieron una idea de lo que pasaba.

—¿Lo Usarás? —preguntó Esteban después de ver a su Ángel caído—. Posiblemente pierdas tu gracia.

Los ojos de Vergil se agrandaron por unos breves segundos. ¿Acaso Dios puede perder su gracia y virtud?

—Si, usaré el Traspaso de almas —Lo observó con derecho de causa—. No me importa lo que pase, si es para salvarlo. Lo haré.

Lilith se vio reflejada en esa chiquilla hace eones, la verdad no podía creer que ella fuera tan imponente en sus decisiones. La primera mujer de Lucifer la miraba con gran aprehensión, pues ya sabía porque ella había tomado semejante papel en el destino de la humanidad.

—Vergil, llévanos a otro lugar seguro, a la Dama Dios, a mi y a ti —ordenó la diabla mirando a los comensales del café fuera de la burbuja mágica que su hijo conjuró. Aquel lugar lleno de humanos no era el lugar adecuado para tal conversación.

Luego Sophia habló hacía su querido Rey celestial.

—Daniel, tú debes acompañarme. Si algo ocurre, necesitaré de ti.

El príncipe del trueno miró a su esposa con aprehensión a abandonarla una vez más, pero el brillo en los ojos grises de ella lo convenció de aceptar sin causar más problemas. Mina ahora entendía un poco más a la Reina de los cielos y sabía que su presencia solo seria una carga para los otros.

—Esteban, te quedas con Mina —ordenó Vergil antes de desaparecer junto a los alados y a su madre.

La humana dio un suspiro y se bebió lo que quedaba de su café de un sorbo. Hizo una mueca con la boca cuando el brebaje frío bajó por su garganta y luego se giró hacia el demonio trigueño.

—Bueno, no creo que quedarnos en este café esperándolos sea divertido así que, ¿por qué no me acompañas a dar un paseo por París, ya que estamos aquí? —Sus labios se curvaron en una sonrisa juguetona—. ¡Podemos ver la torre Eiffel!

—Dame tu mano, entonces —La joven Mina tenía razón y sabía que su ex consorte estaría bien o bueno eso quería creer.

Pero tenía un sin sabor en el alma y aquello le estaba matando.

—No tienes que hacerlo si no quieres, Esteban —dijo Mina al ver la mirada perdida y oír la resignación en la voz de su cuñado. Era inconsciente de su parte querer divertirse cuando él se veía tan decaído—. Mejor regresame a mi apartamento en Nueva York y así puedo cocinar una comida puertorriqueña que te levantará el ánimo.

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now