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Habían pasado tres días desde que Lilith le reveló lo pasado con Yahweh y la tal Sophía, la cual, Vergil aún no conocía. Aunque debía admitir que en una de las ya muchas discusiones con su "supuesto" hermano, se había escabullido dentro de la mente del demonio para ver a la chica que estaba ocasionando tanto revuelo en los Cielos y el Infierno. Ojos verdes y cabello castaño adornando un rostro casi angelical. Sí, no cabía duda que la mujer de James era toda una belleza.

Okay, Vergil, solo no te atrevas a pensar eso frente a Mina... frente al nuevo niño mimado de mamá sería algo muy divertido.

Una sonrisa malévola curvó sus labios mientras se dirigía a la discoteca que su madre tenía en Queens; una de las áreas de Nueva York que se había convertido en la predilecta de las criaturas de la oscuridad ahora que el primer sello del Apocalipsis estaba roto y las puertas del Infierno habían sido abiertas... Sólo para algunos diablos, por supuesto. Debido a que sólo había sido roto el primer sello, los únicos demonios que podían pasar por las puertas eran aquellos de nivel inferior, en otras palabras, los más débiles de las legiones.

Claro que eso no impedía que diablos más poderosos utilizaran las salidas secretas, como lo era el Laberinto de Corson.

De repente, un leve temblor hizo que el suelo se sacudiera bajo sus pies y algunos transeúntes corrieran a cubrirse dentro de las tiendas cercanas. Malditos temblores. Desde que Mina rompió el sello, la actividad de las placas tectónicas no paraba. Ya habían ocurrido dos terremotos devastadores en California y uno en México, sin contar el tsunami que había asolado las costas de China.

Poco a poco, el planeta se iba tornando más caótico; lo que tenía a su madre con una sonrisa de oreja a oreja cada vez que veía los noticieros.

El bouncer en la puerta asintió con la cabeza cuando lo vió y fue rápido en dejarlo pasar. Aunque en papeles la discoteca funcionara solamente durante la noche, todo el mundo que conocía. El Súcubo sabía que sus puertas estaban abiertas las veinticuatro horas, los siete días de la semana. Nunca cerraba y a esas horas en que caía el sol habían suficientes mortales en el establecimiento como para obligarlo a portarse "bien".

Sin embargo, el príncipe infernal no planeaba "portarse bien" al buscar al nuevo niño mimado de su madre. No. En realidad deseaba todo lo contrario. Hacía días que se moría por darle un buen puño al bastardo y esa tarde parecía perfecta para provocar a la bestia. No debiste decirme que lo percibías aquí, Mina.

Esteban se encontraba sentado en una silla alta en el bar, con un trago fino. No podía negarlo, la Lilith de esa dimensión le había prestado más atención de lo que su madre en 1300 años le había brindado.

Nunca podría olvidar a Luzbel, su madre adoptiva, la mujer que se rebeló contra todo para protegerlo justo antes de qué Sophia apareciese y él tuviese que conquistarla.

Realmente no quería aceptar que su esposa estuviera en el paraíso haciendo quién sabe qué cosas con el idiota, estúpido, del maldito Guardián. Ya era suficiente tener que compartir toda la eternidad con el idiota ese, compartir sus hijas, compartir el amor de la ojiverde; ahora él se la llevaba al paraíso y no sabía dónde estaba. Y, para colmo, también le tocaba aguantar al demonio de cabellos blancos.

Ese pendejo de Vergil se vuelve a meter en mi cabeza y no sabe de lo que soy capaz... saboreó el vaso al ver quien se aproximaba desde la puerta.

Sintiendo el enojo cubrir a su "hermano" como una capa, Vergil le dio una palmada en la espalda, lo suficientemente fuerte como para derramarle la bebida un poco, y se sentó a su lado mientras le pedía un Whiskey al íncubo tras la barra.

-¿Ahogando las penas porque tu mujercita se desapareció con su picaflor? -Vergil recibió su bebida y le dio un buen trago-. Quizás le están dando tan duro y rico que se olvidó por completo de ti, hermanito.

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now