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Ya dentro del salón de reuniones, Lilith meditaba lo que estaba pasando; esa chiquilla le había salvado de la paliza que seguramente su consorte le hubiera dado y lo más sorprendente era que él obedeció a la mujer celestial. Tan obediente como un cachorro a su amo… ama, en este caso. 

La rubia suspiró mientras observaba de reojo cómo habían cambiado los arreglos de asientos en la mesa del consejo. A ella nunca se le había ofrecido una silla allí, su lugar se hallaba de pie detrás de su consorte a pesar de ser la reina suprema, pero ahora la Dama Dios se encontraba sentada en la silla al final de la mesa, aquella directamente opuesta a la de Lucifer y que simbolizaba el lugar de la reina. ¿Qué carajos estaba pasando allí? ¿Acaso su rey estaba planeando reemplazarla? 

Una punzada de dolor perforó el pecho de la diabla. Todo el mundo sabía de su infertilidad, y eso en la cultura demoníaca le daba el derecho a su consorte a anular su unión, pero, a pesar de llevar dos mil años así, su amado nunca la había rechazado. O eso le había servido de consuelo hasta aquel momento. Viendo a Sophía en el lugar que debió ser suyo más nunca le fue otorgado, la hacía dudar. ¿Ya encontraste a otra, más joven y hermosa, que sí puede darte los hijos que tú mismo me condenaste a no darte más nunca?

Respirando hondo para luchar contra el sentimiento y las lágrimas que amenazaban con salir, Lilith se aclaró la garganta antes de poner las manos sobre los hombros de su consorte, como siempre solía hacerlo. Esperaba su rechazo, sin embargo, él la sorprendió inclinando su cabeza hacia arriba para mirarla a los ojos con una calidez que aceleró sus latidos antes de dirigirse al consejo.

—Amigos míos, originalmente los había citado aquí para discutir la abertura del primer sello del Apocalipsis y nuestros próximos pasos a seguir, pero nuevas situaciones han surgido que merecen prioridad —Le lanzó una mirada a Sophía y una media sonrisa curvó sus labios—. Primero que nada, quiero presentarles a María Sophía de Nazaret, mi nueva consorte y reina del Infierno.

Y del Paraíso, que no se te olvide. Gracias. Pensó la diosa, alzando una ceja dirigida al Rey Supremo. 

¡Como tú digas, yeara remir! Contestó él de mala gana, blanqueando sus ojos hacia la joven Sophia. 

—Y de los Cielos también —añadió en un tono de ironía. 

Las miradas de todos los presentes se clavaron en la chica celestial, escudriñando y analizando cuán sabia había sido la decisión de su monarca. Lucifer nunca había mostrado un interés en nadie ni nada que proviniera del Cielo, no a menos que pretendiera hacerlo un huésped de sus celdas de tortura. Sin embargo, en esos momentos parecía haber cambiado su anterior pensar.

Una mirada a sus gobernadores le dijo a éstos que era momento de devolver el favor y, Gaap, como aquel que mejor conocía a su rey, fue el primero en levantarse.

Su cola de caballo se deslizó sobre su hombro izquierdo mientras él se inclinaba en reverencia a la nueva reina.

—Mi nombre es Gaap, su majestad. Rey de los Nocte Vespertili o vampiros —escupió la palabra con desdén—, como los humanos se atreven a llamarnos, y el gobernador que rige el sur —Sus ojos dispares, el izquierdo un pozo negro mientras que el derecho tenía la esclerótica negra con un iris dorado, se clavaron en la señora de los Cielos, tratando de adivinar las intenciones de la mujer. 

No bien el no-muerto retomó su asiento, un demonio de largo cabello verde frente a él, se levantó, haciendo una venia más pomposa que la de su camarada. 

—Es todo un placer conocerla, su alteza —dijo con una voz fría que no parecía combinar con sus palabras—. Mi nombre es Ziminiar, rey de todas las razas demoníacas de tierra y gobernador del norte.

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now