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Mina poseía una mirada de preocupación pues podía sentir el poder que emanaba el Rey de los Cielos, al desaparecer el espejo de agua. No podía creer que la Dama Dios hubiera tomado semejante decisión. No habló mucho del tema y ni hablar del terror cuando escuchó a su cuñado más querido gritar. No había visto a Esteban, pero por la expresión de Daniel, supo que no la estaba pasando nada bien.

—Daniel —habló Mina suavecito; el poder de el hombre era magnánimo y eso la asustaba. De repente, vio como los brazos y el pecho del ángel se fortalecían bastante mientras su cabellera negra azulada se le trenzaba, creciendo hasta la cintura, sus alas tomaban un dorado muy brillante con puntas blancas como navajas y la marca del brazo alumbraba con gran poder. A su alrededor se formaron unas ráfagas de viento, las cuales con el pasar del tiempo o los minutos se hicieron más intensas. Esa transformación le recordó la primera vez que vio a su marido convertirse en demonio. En aquel momento también había sentido una mezcla de miedo y admiración—. ¿Estás bien?

Halle se encontraba en un trance doloroso, era como si todas las vidas suyas con su amada fuesen un recuerdo convertido pesadilla. Sophi, su niña de ojos verdes lo abandonó, le arrancó el alma y el corazón cuando, al mirar al demonio, lo besó con amor. Era un sueño del que ya quería despertar.

Lanzando un suspiro, le advirtió a la joven:

—Mina, es mejor que alejes de mí —giró el rostro sin poder disimular la confusión y frustración en la mirada.

Dios, ¿qué hiciste?, pensó la mujer, deseando poder ayudarlo o, al menos, atenuar un poco de su dolor. Sin embargo, ella sabía mejor que nadie que a veces los seres sobrenaturales necesitaban espacio para sanar sus heridas. Asintiendo levemente, se retiró hasta el pasillo de entrada a la habitación de hotel. Allí se recostó de la pared derecha mientras lo miraba con tristeza en sus ojos grises.

—¿Por qué lo haces? —habló el hombre mientras que las gotas de sus ojos azules se reflejaban—. O sea que todos estos años fueron mentira, lógico que sí. Tú eras de Lucifer —suspiró con dolor antes de declarar—: pero cueste lo que cueste volverás conmigo —Su poder era tan grande que era casi imposible que los arcángeles no estuvieran al tanto de que algo sucedía. 

Hubiera deseado mil veces que su Reina no tuviera el poder que en ese momento tenía pues sería una mujer feliz y sin tantas tristezas en el alma. La conocía tan bien y jugaba con su cordura, deseando que todo eso fuera parte de su plan para acabar definitivamente, con Lucifer, con el mal. No era lo que él deseaba de ningún modo que ella íntimamente se declara del Rey de las tinieblas. 

¿Era egoísta desear que su mujer, la mujer que amaba, fuera simplemente una humana? 

Desde su escondite en el pasillo, Mina observó como la luz que despedía el Rey de los arcángeles aumentaba en intensidad al mismo ritmo que lo hacía su enojo. El aura blanca del celestial se iba tiñendo de rojo y violeta según sus emociones fluctuaban, atacando su corazón a diferentes intervalos. Las manos de la chica se cerraron en puños y estuvo a punto de dar un paso en dirección de Daniel cuando percibió una fuerte aura de paz y otra envuelta en una llameante ira acercándose con la velocidad de la luz. Antes que ella pudiera pestañear siquiera, dos luces aparecieron en la habitación de hotel y se transformaron en las formas angélicas de Miguel y Uriel.

El rubio tornó sus ojos verdes sobre ella por un segundo antes de dirigirse al ahora celestial peliazul.

—¿Eres tú, Daniel?

Seguido a esa pregunta Daniel, lo miró respirando profundo y bajó tan sólo un poco su poder  afirmando. 

—Soy yo, Miguel. 

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now