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Daniel, observando el trato de las reinas se percató de algo: las luces artificiales se habían fundido y el aire estaba helado; él reconoció de inmediato ese frío. Era Miguel, en compañía del Fuego Eterno de Dios, Uriel.

—Sophi, creo que deberías transformarte —Los acompañantes de la diosa miraron al ángel—. No es seguro que tus arcángeles te vean como una humana.

—Lamento informarte, querida Sophi, —la demoníaca mujer observó el firmamento—, que tus arcángeles son un grupo de pendejos con cerebros de pájaros que no te creerán en nada.

—No te preocupes Lilith —Dando unos pasos hacía atrás, para juntar las manos expulsando la energía divina—, que sé cómo son los pajarracos que dominó. —Se sacó el suéter para que sus alas respiraran y la cubrieran, de esta manera también nuevamente su armadura y espadas volverían a ella.

Esteban y Daniel, sabían que su reina necesitaba descansar, pero reconocían sobre todas las cosas lo capaz de su alma, mitad oscuridad, mitad luz. Ella que les había entregado su corazón y amor por partes iguales, además de la dicha y fortuna de ser padres.

Por otro lado, Lilith no pudo soportar la luz emitida por Sophia; tanta pureza en un solo ser la lastimaba, quemaba su piel así que se apartó, saltando donde los rayos lumínicos no pudieran alcanzarla. Sin embargo, el daño ya estaba hecho; su piel humeaba como un pavo recién salido del horno. La mujer torció el gesto. Un aviso antes de achicharrarme hubiese sido muy agradecido, pensó la madre de todos los demonios.

—Lo siento Lilith—habló la joven al sentir el olor a carne frita. Mirando con vergüenza las marcas en la piel de la reina demoníaca que iban sanando frente a sus ojos.

La antigua diabla se sorprendió bastante al observar como la auto denominada Dama Dios, poseía una falda de platinas doradas y sus alas eran más grandes y más claras que las de cualquier ángel que ella hubiera visto jamás. Sophia también tenía un corset demasiado pegado al cuerpo con una cruz en el centro y por supuesto la gran demostración de que era la hija de su enemigo o más bien el mismo Dios encarnado, fue cuando vio la corona de espinas y que en su mano derecha poseía la Daga del Destino. De esa manera y aunque parecía increíble, Lilith no tuvo miedo, es más pensaba que si el dios de esa dimensión fuera mujer, le ayudaría.

Segundos después, las nubes comenzaron a agruparse sobre el puente y un rayo cayó en el río que pasaba debajo. De entre el vapor y las chispas eléctricas surgieron dos figuras, seguidas de una tercera que se materializó cerca de la reina infernal. Eran tres ángeles: dos con enormes alas doradas y el tercero con alas tan blancas como la nieve.

Los dos ángeles de alas doradas permanecieron en el aire, clavando sus miradas sobre el pintoresco grupo reunido en el puente. Dos demonios junto a la usurpadora del trono del Padre y un ángel. ¿Qué clase de mal chiste era ese?

Uno de los recién llegados, el que poseía una larga trenza envuelta en llamas, se acercó bastante rápido a la mujer de los ojos verdes, desenvainando una espada, cuyo filo estaba hecho de fuego, y deteniéndose frente a ella, justo en el cuello de la mujer. Las llamas que formaban la hoja, crepitaban a centímetros, mientras los ojos amarillo pálido del celestial trataban de escanear aquello que el lazo ya le advertía. Esa mujer de cabello castaño y ojos del color de las esmeraldas era su nuevo Dios. Un tic nervioso se apoderó del ojo derecho del ángel, haciendo que éste parpadeara involuntariamente.

—Cálmate, Uriel, matarla no traerá a nuestro Padre de vuelta —le advirtió el otro ser de alas doradas, colocando una mano sobre su hombro—. La necesitamos —susurró el rubio.

En vez de calmar a su hermano, las palabras de Miguel surtieron el efecto contrario y, en un despliege de pura arrogancia, la armadura del Fuego de Dios, que parecía estar hecha de cientos de plumitas de oro puro, comenzó a brillar con un fulgor rojizo. Tampoco quiso bajar la espada del cuello de quien ahora consideraba su enemiga.

Cadenas Eternas (18+)Where stories live. Discover now