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Emilio

Son cerca de las ocho de la noche. Compruebo  mi apariencia una vez más en el espejo de mi habitación.

Me he esmerado en conseguir peinar mi cabello hacia atrás con ayuda de gel; visto una camisa blanca y pantalones ajustados azul oscúro. Simple pero, conseguí verme bien.

Joaquín me invitó a una cita desde hace ya varios días. Me ha estado repitiendo todos los días un: "Recuerda, el sábado es nuestra cita, vistete medio formal". Él pasaría a buscarme en un uber, aunque le haya ofrecido buscarlo yo e irnos en mi auto.

Me llega un mensaje de Joaco diciendome que ya está abajo. Cepillo mis dientes y abro la caja de mi perfume favorito.

—Por si me abraza, por si me besa, y por si se pasa. —Echo el contenido—. Ah, veda.

Bajo los escalones hasta llegar a la puerta. Salgo afuera y busco a Bondoni con la mirada. Parece un príncipe de lo bien que luce, hermoso de pies a cabeza; con una camisa negra arremangada cuidadosamente y sus pantalones color carmín adaptandose perfectamente a su figura.

Dios.

—Joven Bondoni, quién lo vería tan galán. —Hago una reverencia y luego beso fugazmente sus labios.

—Lo mismo digo, Emilio —ríe.

Abro la puerta del automóvil y lo invito a subir primero. Ya adentro, saludo al conductor.

—Oye, moco, no me dijiste a dónde vamos a ir —comento mirando a Joaco.

—Es una sorpresa Emi —sonríe al mismo tiempo que me guiña un ojo.

—Uy, misterio —sonrío.

Me pego lo más posible a él y rodeo su cintura con ambos brazos. Hay espacio suficiente para los dos, pero, de todas maneras, ¿a quién le importa?

Durante el transcurro le cuento como estuvo mi tarde libre a Joaquín y él me cuenta la suya.

[...]

Estamos algo alejados de todos. No se ven casas ni nada, solo un camino alumbrado por las luces del auto.

—Eh, chicos... —murmura el conductor—. Olvide cargarle gasolina al auto.

—¿Eh? —Joaco mira perplejo al señor.

—Sí, lo siento mucho, ahorita salgo corriendo a buscar ayuda. Creo que por esta zona hay una estación de servicio, bueno, a unos kilómetros. —Abre la puerta—. Bueno, ¡adiós!

En un instante desaparece en el camino. Miro a todos lados y sí, nos ha dejado en medio de la nada solos.

—Hijo de la verga —balbucea mi príncipe hablando como camionero.

Se separa de mí y prende la luz del auto. Toma mis manos y agacha la cabeza mirándolas fijamente. Sus labios están entreabiertos mientras sus párpados permanecen completamente cerrados. Juega con nuestros dedos mietras suspira y mueve su cabeza lentamente de un lado a otro.

Me inclino hacia adelante, hasta que nuestras frentes se unen y su aliento choca con el mío.

—Eres bellísimo —suelto.

Sus ojos ahora estás clavados en los míos. Sus pestañas revolotean como las alas de una mariposa.

—Muchas gracias —sonríe—. Tú eres una maravilla, te lo digo muy en serio.

Le doy un besito esquimal, pero sin separarme después de hacerlo.

—Perdóname, bonito, perdón por todo esto —se lamenta—. Te ves demasiado bien como para estar en un auto en medio de la nada. No creo que lleguemos a nuestra cita.

Joaquín. [Emiliaco]Where stories live. Discover now