20

5.3K 351 135
                                    

Narra Emilio

Cité a Joaquín hoy en el parque. Y neta qué emoción tener una cita en un lugar público, ¡pú-bli-co! Pero, claramente, no voy a ilusionarme pensando en que él va a estar igual de cariñoso conmigo como siempre; conozco lo que piensa acerca de las "pequeñas" muestras de amor frente a otra gente. Bueno, quizá no es una pequeña muestra llamarlo por apodos melosos y abrazarlo cada dos segundos; ahora entiendo cuando se emputó cuando casi lo beso frente a mi papá (quien gracias al cielo volteó su cabeza a otro lado, justo a tiempo).

Y es que cuando se trata de detalles y amor, yo soy un tipazo. Me gusta presumir a la persona que me gusta porque se lo merece, y es imposible no hacerlo si él es oro.

Llego al parque, y sorpresivamente, solo hay como unas trece personas aquí. Los columpios están vacíos, entonces decido sentarme en uno; me recargo en una de las cadenas, hacen un ruido horrible.

Columpiarme siempre me recuerda a ese día en el que Romina me empujó demasiado alto y yo salí volando; terminé con una cicatríz en el culo y una no muy gran abertura en el pantalón, del lado de la misma nalga que me raspé: la izquierda.

-¡Hola! -grita un alguien, al mismo tiempo que me empuja y me hace volar de mi lugar.

-¡Chinga tu puta madre! No sé quién seas, pero si no eres Romi, te voy a partir la retaguardia -chillo aún en el piso, sin mirar hacia atrás.

-Chale, señor Osorio Marcos. No creí que usted andara ofreciendo esos servicios por la calle -ríe.

Volteo a ver y es Joaco, quien me ofrece una mano y con la otra tapa su boquita sonriente.

-Mira nomás como me recibe usted, señorito Bondoni Gress. Esas no son formas de saludar a su chico -carraspeo.

Joaquín se deja caer en mi pecho y aprisiona mi cintura con sus dedos. Recargo mi cabeza sobre la suya; su cabello huele a fresa; todo él huele a fresa.

-Amor mío, mi amor. Holi -susurra sonriente.

Me mira fijo, tanto que siento como sus orbes comienzan a iluminar mi cara, contagiando su alegría en todo mi ser. Tiene ojitos mágicos.

-¿Vas a hacerme cada vez más adicto a tí? -suspiro.

-Si es lo que tengo que hacer para tenerte junto a mí, sí.

Ambos quedamos en silencio. Juro sentir que las suelas de mi zapato se despegan de la tierra, pero al mirar hacia abajo, no estoy levitando; solo veo a Joaquín sujetandome. No puedo volar, pero la sensación de hacerlo es hermosa si estoy junto a él. Él me hace volar.

-No sé si alguna vez logre entender por qué todo lo simple se hace maravilloso cuando estoy contigo. -Apoyo mis manos en su pecho, sin interrumpir nuestra posición anterior.

-Porque estamos enamorados, ¿no crees? -considera.

-Entonces, estoy enamorado por primera vez. Nunca me sentí tan así.

-Mira nada más, me pasa lo mismo -ríe.

Levanta su cabeza y planta un beso en mi nariz. Me separo de él y tomo su mano derecha con mi mano izquierda.

-Antes de llegar aquí, pensaba que te iba a dar frío darme amor -digo, y empezamos a caminar en busca de una banca alejada de los demás.

-Es cierto que yo soy muy cuidadoso con respecto a eso, pero tampoco es que el lugar parezca repleto de gente chismosa.

-No sabemos, Joaquelongo, no sabemos.

Guía su mirada hacia unos árboles. Hay un pequeño banco casi oculto por debajo de las ramas. Sin indicación, ambos nos dirigimos hasta allí.

Joaquín. [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora