Capítulo 17 - Los muertos quieren hablar

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"Sería hilarante, sin duda..."

Y en cuanto cerró los ojos para dormir, sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo entero. El sudor frío se deslizó sobre sus mejillas en cuanto se percató que no podía mover sus extremidades. Una carga pesada como toneladas de piedras le rompían las costillas, o al menos, así se sentía. Podía jurar que la cama se hundía lentamente y por mucho que quisiera gritar o abrir la boca para quejarse en voz alta, era imposible. Solo por una milésima de segundos decidió entreabrir los ojos y el aire casi se le va de golpe en cuanto se percató que la misma figura esbelta, larga y negra se había posado sobre él. Se inclinó lo suficiente, pegando su rostro muy cerca del de William.

"William..."

Murmuraba aquel ser espeluznante. Él solo tragó saliva con dificultad.

"William..."

Intentó cerrar los ojos a pesar de esa voz grave sobre sí, pero fue imposible. Aquella sombra deslizó sus dedos largos sobre los pómulos fríos de William. No tenía rostro, así que su expresión no podía ser certera para él. Sin embargo, era innegable la pesadez que le causaba en su corazón.

"Los muertos quieren hablar..."

Y tan pronto susurró eso, desapareció. Así como se fue, el aliento de William volvió en sí. Jadeó continuas veces, hiperventilado al sentir cómo sus pulmones se contraían entre sí. Él era muy escéptico, por lo que decidió no darle muchas vueltas al asunto, quizá la soledad estaba carcomiéndole la cabeza y se había transformado en un muy mal sueño. Carraspeó con fuerza, deseando que los seis meses se pasaran volando para no sentir esa mansión como una prisión, por mucho que le irritara admitirlo, si Darien estuviera ahí esas pesadillas no se manifestarían. Para su buena o mala suerte tenía más cosas de las que preocuparse, entre ellas sus presentaciones frente a unas cuantas personas, después asistir a la presentación de Gelida en Italia y un viaje de cuatro días en Bélgica para atender otros asuntos con Norman, su excuñado.

—Hay peores cosas de las que preocuparse —musitó para sí mismo y volvió a recostarse

Después inspiró profundo y finalmente se echó a dormir.

~*~

Los días transcurrieron de manera tan sutil, como una ventisca ligera llevando hojas de otoño en época calurosa. William salía a regar sus buganvilias con cuidado, hablándoles como niñas pequeñas, solía permanecer sentado junto a ellas mientras las veía moverse de un lado a otro. Cada vez que éstas extendían sus pétalos podía escuchar el susurro suave de Angie, recordaba la manera en la que ella cantaba en voz baja hacia ellas. Sus dedos largos y delgados sujetaban los tallos de manera delicada, ella siempre tenía la manía de acariciar el borde de sus hojas y reír.

William nunca comprendió el porqué de esa expresión triste en el rostro de ella, era una mezcla amarga entre el deleite y la melancolía. O quizá, quizá si lo entendía pero prefería no darle importancia. Su cabellera ondulada olía como el rocío de un perfecto amanecer, William solía tomar unos cuantos de sus cabellos y enredarlos entre sus dedos, jugaba travieso y los acercaba hasta sus labios. En épocas de verano ambos solían sentarse junto a los prados y mirar el horizonte como si esperaran algo más. Angie reía dulcemente mientras lo veía y plantaba besos castos en los pómulos de William, sostenía su rostro con delicadeza y después de mirarlo como si no hubiera nadie más en el mundo, besaba sus labios. Y en ese momento, en ese pequeño instante creado por fragmentos de tristeza y felicidad, no había nadie en el mundo más que ellos dos. No hacía falta nadie más, solo ellos por el resto de la eternidad.

William suspiró al abrir los ojos, dichos se humedecieron lentamente y por pura inercia acarició el borde de su anillo.

—Cuánto desearía que estuvieras aquí...

En lo más profundo de su ser se preguntaba, "¿Si existiera una posibilidad pequeña... aunque sea mínima de volverte a ver, realmente la aprovecharía? De escucharte, de sentirte..., ¿acaso la aceptarías tú también?" pero la delgada línea entre la vida y la muerte, por muy pequeña que pareciera siempre habría de mantener alejados a aquellos que se aman.

Si el amor es más fuerte, entonces ni la muerte podría separarlos. Y como prueba de ello quedaban los recuerdos junto al anillo.

William se puso de pie y suspiró. Para su desgracia, si el amor fuera suficiente entonces no tendría que añorar recuerdos, sino más bien tenerla consigo.

—Qué lástima que ni el amor puede traerte de vuelta —masculló y regresó a su hogar

Pero antes de girar la perilla de la puerta, desde afuera del portón oscuro unos pequeños nudillos golpearon con fuerza.

—¡Maestro William, maestro William!

Del coche oscuro bajó Gelida, manteniendo un rostro alegre y algo perspicaz.

—¿Qué decirte William? —dijo con burla. —es fin de semana y el pequeño te echa de menos... pensé que sería buena idea traerlo ¿qué opinas?

William se cruzó de brazos, de nuevo alzando las paredes frías sobre su corazón. Su expresión volvía a tornarse indiferente, al mismo tiempo que alzaba la ceja.

—¿Por qué no se prioriza en sus estudios?

—Porque no dejaba de pensar en ti, quiere mostrarte cuánto ha avanzado y siendo sincero... me parece justa la recompensa después de tanto esfuerzo

—Jum... qué sutil, maestro Gelida

—¿No quieres verlo entonces?

Darien miró sorprendido hacia William.

—Me lo llevaré entonces, parece que subestimé tu-

—Nunca dije eso... —dijo serio, caminando hacia el portón

Una vez abierto miró detenidamente a Darien, el pequeño no sabía qué hacer más que hundir sus labios y encogerse débilmente. Para su sorpresa fue jalado con fuerza del brazo y atraído hacia el frente del mentor. Miró hacia arriba, algo asustado, sin embargo la línea seria que lo recibió en un principio lentamente se curveó hasta formar una sonrisa.

—Has vuelto... bienvenido a casa

Darien esbozó una sonrisa de oreja a oreja, sus ojos claros se humedecieron y enseguida extendió los brazos hasta rodear la cintura del mayor. Gelida supiró al encontrarse con los ojos de William.

—¿Realmente no puedes reconocerlo? —masculló Gelida

—¿El qué?

—Bah, olvídalo... siempre eres tan tonto...

—Ah-

—No discutiré, ¿qué hay para la cena?

Sonata espectral de un alma solitaria.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant