Cuatro dolores de cabeza y un aneurisma

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    Es sábado y Arthit piensa en limpiar la casa.

    Se despierta a las 10 de la mañana, con su cuerpo agradeciéndole el descanso bien merecido después de una semana de exprimir su cerebro en su trabajo. Como siempre, Kongpob ya está levantado, jugando con el Señor Risas en la sala.

    Arthit necesita café para funcionar, así que se hace uno.

—Buenos días, P'Arthit —saluda Kongpob, con el Señor Risas intentando tomar la bola de estambre de su mano.

—Buenas —refunfuña.

    Ya es tarde por la mañana y, si va a limpiar la casa, Arthit necesitará la ayuda de Kongpob, pero cuando mira alrededor parece que no hay nada que deba hacerse.

    Desde que el alienígena empezó a quedarse con él, la casa se ha mantenido en condiciones inmaculadas. Kongpob le ha dicho que limpia cada mañana cuando se levanta, lo cual hace que Arthit se sienta un poco avergonzado porque conoce el estado de una casa habitada por un soltero de 26 años.

    No es bonito.

    Piensa que se está aprovechando de la amabilidad de Kongpob, pero el alienígena le aseguró que está bien y que le da algo para hacer por las mañanas en lugar de jugar con el Señor Risas.

    Por como se ve todo, Kongpob ya terminó de trapear el piso y de sacudir los muebles.

    Es algo bueno y algo por lo que se siente agradecido. Y Arthit se maravilla por la promesa de un tranquilo fin de semana: sin trabajo, sin Kongpob enfermo colmando su paciencia y sin acechar alienígenas.

    Pero todo se va al caño cuando oye que un auto se estaciona fuera de su casa.

    Al principio, Arthit se pone de pie, alarmad e intentando recordar cómo sonaba el motor del auto de su padre, pero al escucharlo con cuidado, suspira de alivio.

    No sabría qué hacer si sus padres llegaran sin avisarle.

    Pero eso trae consigo otro problema. Si no es el de sus padres, sólo hay otro auto que se estacionaría fuera de su casa así sin avisarle.

—Oh, mierda —maldice.

    La mente de Arthit va a todo lo que da incluso antes de tomar el primer sorbo de su café. Tiene que pensar rápido o todo irá mal... Muy, muy mal.

    Kongpob lo mira con duda y hay un pensamiento momentáneo de llevar al alienígena a la bodega y ocultarlo allí por el resto de la tarde, pero eso sería cruel y Arthit es todo excepto cruel o eso le gusta pensar.

    Pero su cabeza es más lenta en la mañana y, antes de que Arthit lo sepa, ya hay cuatro dolores de cabeza entrando por la puerta delantera.

—¡Hey, Arthit! —Su amigo Bright grita como si el anunciar su presencia diera menos problemas.

    Él ya tiene una mirada asesina mientras sus amigos entran a su casa uno por uno.

    Kongpob, quien sigue en el sofá, mira a los chicos con la cabeza ladeada.

—Oh mierda —informa su cabeza.

    Lo único que reconforta a Arthit de su dilema es que el Señor Risas, oh, su amado gato y que Dios bendiga su alma felina, le sisea a Bright antes de ir a esconderse detrás de Kongpob.

—No sabía que tienes un gato —es lo que dice Bright.

—No sabía que tienes un hombre —dice Tutah con una ceja alzada antes de mirarlo con complicidad.

ExtraordinarioWhere stories live. Discover now