XXXI Luis

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—Mi nombre es Luis de Velasco y Castilla, pretor nombrado directamente por el emperador de Roma como máxima autoridad de las provincias romanas de la Nueva Itálica Central. Y mi asistente y secretario, aquí presente, es mi hijo pequeño Martín, le estoy preparando para que siga mis pasos. —El caballero hace un inciso para abrir las ventanas del camarote, pueda entrar un poco de claridad y se ventile la habitación.

El púber asiente orgulloso regalando una ligera sonrisa a los invitados mientras acomoda a las mujeres en las dos sillas del escritorio que hay junto a la pared de popa, tras lo cual, comienza a recoger y ordenar el montón de legajos, papeles y mapas que hay sobre la mesa. El capitán pirata, por el contrario, parece más interesado en la recargada decoración de la habitación, más incluso que la suya, revisando concienzudamente todo lo que ve, especialmente las armas.

—Si le interesa algo puede quedárselo Willem. Todo lo que aquí hay perteneció a su buen amigo León. Tengo conocimiento de que sirvió como chusma en su galera y que fue liberado tras la batalla de Lepanto. Lamento el trágico final de su familia...

—¿Cómo...? —Se revuelve el pirata algo molesto.

—Procuro saberlo todo en lo referente a mi trabajo. También sé que posee un palacio en Tucume y grandes riquezas que ha ido amasando a los largo de estos años de piratería. Pude haberle requisado todo lo que robó al imperio pero... pensé que tal vez sería mejor idea mantener el secreto por si algún día decidía pasarse por allí. —Sonríe el pretor—. Créame, tenía mucho interés en conocerle en persona y poder conversar con usted como hacemos en estos momentos, sabía que antes o después llegaríamos a encontrarnos.

—Pues me alegro de que nos hayamos topado al fin, espero no haberle defraudado... y no, no quiero nada de ese bastardo. Bueno, tal vez... —recoge una corona láurea para colocarla sobre su cabeza—, me quede con ésto para no olvidarme de lo que me hizo pasar en mi juventud ese desgraciado mal criado.

—Yo... ¿Le conozco? Su rostro me resulta familiar —interrumpe la conversación la Barracuda, tratando de recordar cuándo y dónde coincidieron.

—Cierto, doña Inés. En mi juventud estudié en la universidad de Salamanca con Rodrigo, allí fuimos compañeros y grandes amigos. Cuando terminamos los estudios, él volvió a Sevilla para desposarse con su amada Inés. Me consta que la amaba profusamente, no dejaba de hablar de usted los años que compartimos habitación en el colegio mayor.

—Entonces... —La aludida se sonroja y estremece en el recuerdo de aquellos tiempos felices. 

—Cuando terminamos los estudios de leyes y decretos nos separamos. Yo partí para la capital de la marka y él regresó a su añorada Sevilla. Al poco tiempo recibí una invitación para su boda a la que acudí gustosamente. Fue allí donde nos conocimos, pero como habían tantos invitados y andaba usted tan ocupada... no prestó mucha atención en mí persona y por eso no me recordaba.

—Ahora lo reconozco. Hace ya tanto de aquello... —Torna en tristeza el rostro de la aludida.

—Créame, lamenté mucho el trágico final de su esposo y el de toda su familia. A mi regreso a la capital me ofrecieron un puesto en la embajada ibérica en Roma, y sin dudarlo acepté y partí con ilusión y celeridad a mi primer destino. —Don Luis hace un receso para respirar y con hondo pesar continúa con la explicación—. En la embajada estuve sirviendo por algunos años; allí, nos llegó la noticia de las graves acusaciones hacia Rodrigo y su familia por ser instigadores de revueltas, traición y felonía. Por supuesto que no creí nada de todo aquello y aunque conseguí audiencia y un indulto del emperador, fue demasiado tarde, ya se había ejecutado la condena.

—Le agradezco sus palabras caballero, me reposan el alma y sin duda, ayudan a incrementar la confianza que le tengo. Pero aquello ya es agua pasada y deberíamos centrarnos en el momento presente.

MarkadoWhere stories live. Discover now