X Heredero

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Regresa a la Carrera maese Nicolás, entrando a la habitación tras golpear la puerta un par de veces, trayendo al médico y a unas damas que les acompañan. El médico se dirige directamente hacia la mujer postrada en la cama, indiferente a los sorprendidos varones que se encuentran en el interior y que prefieren permanecer en silencio y observantes; recoge con delicadeza a Ragnhild, toma la temperatura poniendo la mano sobre su sudorosa frente, observa sus pupilas dilatadas, comprueba el pulso en la muñeca y el cuello, y tantea algunas partes de su cuerpo juntando su oído sobre el pecho y la espalda, para terminar abriéndole la boca para poder observar el interior y la lengua.

—Esta mujer está agotada, al borde de la extenuación y el marasmo, ha estado expuesta al frío intenso y la humedad, además ha ingerido una cantidad excesiva de alcohol, lo que la tiene deshidratada. Deberían de darle de beber algo caliente para que se recupere.

—Pero se pondrá bien. ¿Verdad doctor? —pregunta preocupado el joven Olaf.

—Sí, no es nada grave. Es una mujer fuerte y se recuperará pronto, para cuando despierte necesitará mucho reposo y sobre todo tranquilidad y calma, seguramente despertará con fuerte dolores de cabeza y de estómago. Mucho líquido, descanso y sobre todo no le den más sobresaltos —el médico busca al rey con cara seria y muy enfadado le recrimina—. Es usted un inconsciente. ¿Cómo le ha dejado beber tanto?, debería darle vergüenza.

—¿Yo? Está bien... Muchas gracias por su servicios caballero, si ha terminado ya, puede irse. Maese Nicolás dele algo de comer a este señor, páguele por sus servicios y déjennos solos. —Olaf se atusa la barba mientras controla su mal genio evitando lanzarse contra aquel hombrecillo. 

Nicolás acompaña al médico mientras un par de mujeres permanecen atendiendo a la princesa. el rey comienza a ponerse nervioso y busca elevando la voz a las doncellas.

—Usted señorita deje en la mesilla el brebaje que ha traído y la jarra con agua, ya se lo daré yo, y salgan fuera ¡Ya!

Salen corriendo todos de la habitación mientras Olaf comienza a dar a su pequeña la infusión que le han traído. Ragnhild continúa durmiendo profundamente tras dar algunos sorbos.

—Supongo que tu maestro te habrá explicado la historia del Imperio Nuevo... —el mayor retoma la conversación con el joven Olaf.

—Por supuesto, abuelo. ¿Quién en todo Occidente no la conoce? —responde el joven, seguro de sus conocimientos y más tranquilo al saber que la madre se encuentra bien.

—Bueno, imagino que sabrás una parte, la Historia la cuentan los vencedores y en esos casos hay situaciones y realidades que normalmente se solapan o directamente se eliminan porque no interesa que se recuerden. Pero dime lo que sepas, tengo curiosidad. —Se sienta el rey al lado de la princesa para prestar atención a su nieto.

El joven se pone de pie y medita un poco antes de empezar, queriendo alardear de sus conocimientos.

«En el siglo VIII, hace casi un milenio, los pueblos bárbaros del norte arrasaron todo el Imperio, llegando hasta las mismas puertas Roma. Todo parecía perdido, las legiones romanas habían sido vencidas por sus enemigos y la ciudad se encontraba a merced del ejército invasor. El emperador había caído en la batalla y los senadores habían huido abandonando la ciudad. La capital del imperio que había gobernado el mundo desde tiempos remotos, era una ciudad sin amo y sin esperanzas. Pero cuando todo parecía perdido y los enemigos entraban en la ciudad, un extraño y desconocido joven tomó las riendas de aquel desastre y arengó a los desconsolados romanos, insuflándoles ilusión y valor. Muchos en ese momento creyeron ver en él, a un enviado de Dios para guiarles en las tribulaciones y en los difíciles momentos que se les precipitaban.

MarkadoWhere stories live. Discover now