XXXIII Fin

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Surca la flota romana, apenas una docena de frágiles barcos, el Nostrum Mare, el mar nuestro, el mar común, el mar de todos, para atravesar un largo, profundo y peligroso océano que no se entregará con facilidad y que pondrá a prueba la determinación y tenacidad de todos aquellos que quieran atravesarlo; a veces se verán arrastrados por fuertes vientos, recias tormentas y corrientes peligrosas que les alejarán del destino marcado y en otras ocasiones se verán retenidos en intensas calmas que no les permitirán avanzar. Pero sin desfallecer ni dejarse vencer, continuaran luchando por alcanzar sus pretensiones, enderezarán el rumbo tantas veces sea necesario hasta llevar a buen término su viaje, hasta alcanzar la meta final.

Arquitectos, albañiles, ingenieros, funcionarios, campesinos, comerciantes, artistas, músicos, maestros, artesanos, soldados, marinos y muchos otros más se esforzarán como uno solo para transformar la utopía en realidad. Familias enteras en una de todas, en busca de nuevas oportunidades que les ayude a juntos avanzar.

Atrás dejan sus raíces, sus recuerdos y su pasado, pero a esos navegantes decididos y valientes nada les puede detener, porque cabalgan sobre el mar con un viento que sopla cargado de sueños, de esperanzas, confianza y seguridad en una mejor vida en paz, en un nuevo mundo más próspero, más justo, más fraternal.

Y allí, al otro extremo de aquella travesía por cruzar, en aquel paraíso donde todo es posible y la utopía se hace realidad, les esperan, al abrigo de puerto, otros que ya llegaron antes en similares viajes a lo largo del tiempo. Porque todos somos peregrinos en un planeta sin dueños ni fronteras, donde a todos los hombres y mujeres de buena voluntad se les recibe con los brazos abiertos para vivir en concordia y en libertad.

—¿De verdad que no quieres venir con nosotros Húdié? —reclama la comandante a su querida amiga—. Me entristece irme sin ti.

—No, Inés, muchas gracias. En mi estado prefiero quedarme aquí, iré al poblado nativo y me quedaré allí con ellos hasta que nazca Olaf. Quiero que sus primeros años de vida los pase con ellos, para que aprenda jugando con otros niños en armonía con la naturaleza de estas tierras.

—Está bien, lo entiendo. En cuanto acabe todo, regresaré lo más rápido que pueda e iré contigo, también me apetece pasar un tiempo con mi familia de aquí y descansar y disfrutar un poco con ellos y contigo.

—Será un día memorable e inolvidable, hay un montón de actividades organizadas para la ocasión, correrá el vino y el ron por varios días para celebrar la independencia —trata de convencerla el capitán.

Húdié no puede retenerse más y salta sobre el gran hombre, abrazándole del cuello, posando sus lágrimas en el pecho del pirata. 

—Gracias capitán por todo lo que ha hecho por nosotros, sino hubiera sido por usted nada hubiera sido posible. Gracias por su generosidad, por su amabilidad, su paciencia y comprensión. Ha sido más que un padre, nos enseñó a creer en nosotros, a luchar por nuestros sueños y que no hay nada imposible si nos esforzamos por conseguirlo.

El capitán la abraza con fuerza intentando no llorar. 

—No digas esas cosas princesa o te escucharán estos viejos lobos de mar y me perderán el miedo y el respeto.

¿Qué cree capitán? Si aquí todos le conocen, le quieren y aprecian igual, aunque traten de disimular. Pero está bien, será mejor que se vayan ya o no les dejaré irse nunca. —Húdié sonríe. 

Caminan por la dársena de levante en busca de sus navíos mientras charlan contentos, arropados por los piratas que pronto serán ciudadanos libres, la mayoría quiere asistir a los actos programados para la declaración de independencia y la constitución del nuevo Parlamento, y se han vestido con sus mejores galas para la ocasión; muchos no regresarán, preferirán recuperar sus vidas pasadas, interrumpidas cuando las circunstancias le obligaron a echarse a la mar.

—Adiós Húdié —se despide la comandante de la Barracuda antes de soltar cabos para partir—. Volveré pronto.

—Va muy guapa comandante, será una gran representante de las Islas Olvidadas en el Parlamento de la Federación de Provincias de la Itálica Central. No te preocupes por mí, no pienso ir a ningún lado —sonríe Húdié mientras se despide de ella moviendo la mano—. Aquí te estaré esperando amiga.

Acompaña la princesa al capitán hasta la pasarela de la Fantasma para partir tras la Barracuda. El pirata la busca desde el castillo de proa para despedirla mientras sus hombres sueltan cabos y maniobran la nave.

Húdié no puede retener las lágrimas al ver partir el barco pirata y corre por la dársena para dar las últimas instrucciones:

«Adiós capitán, dele recuerdos a mi nana y vengan a visitarme de vez en cuando. Mande cartas a mi madre y dígale que cuando mi hijo nazca y sea un poco más mayor, iremos a visitarla para que lo conozcan y aprenda nuestra lengua y nuestra cultura que también son la suya; y escriba, del mismo modo, a la madre de Olaf y pídale de mi parte que venga a visitarnos cuando quiera, que mi casa es también la suya, que aquí tendrá un palacio de cañas y hojas de palma donde poder contar a su nieto las historias de cuando su padre era niño y creció en un castillo en la isla de Man».

—Eso haré princesa. No te preocupes, todo irá bien. Nos volveremos a ver...

Marcha la fragata Fantasma con suave viento de popa sobre un mar de plata en busca de la Libertad. 

MarkadoWhere stories live. Discover now