XXIX Duelo

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Preparados los piratas de la Fantasma y la Barracuda para iniciar el abordaje a la órdenes de sus respectivos capitanes. Algunos provistos de mosquetes y pistolas sobre las vergas apuntando al enemigo, otros, la gran mayoría organizados para los trozos de abordaje entre los restos de los bauprés y los castillos de los mascarones de proa de ambas naves piratas. 

Sopesa la comandante las posibilidades de salir victoriosos del enfrentamiento, duda siquiera poder romper la posición cerrada en la que permanece enroscado del enemigo. Ordenar el asalto les llevaría a una más que posible derrota, aun contando con todos los refuerzos que guardaban escondidos en las bodegas, atacar solo sería una masacre para ambos contendientes, el almirante imperial también lo sabe.

—¡Vamos, señores!, ¿a qué esperan? Empecemos con este baile que se nos hace tarde, o acaso... tienen miedo —grita desafiante y confiado el heredero del Imperio—, os creía más osados, pero en el fondo sois todos un atajo de cobardes. Está bien, si lo prefieren... reto en duelo a vuestros capitanes o a cualquiera otro que se atreva, si es que hay algún valiente bragado entre tanto gallina.

Enmudece hasta el último de los piratas, nadie se atreve. La comandante calla. El capitán pirata, de los presentes el más diestro y hábil con la espada se hace el despistado como si aquel desafío no fuera con él, bien sabe que contra el romano no tiene posibilidad alguna.

Sale el León de Roma de la formación que le protege, dejándose ver mientras se pavonea cual gallo de pelea por la cubierta de su barco con el sable en una mano. 

—¡Vamos, markado!, ¿dónde te escondes? Te desafío a un duelo a muerte. Ya sabes nuestro lema: «Solo puede quedar uno». No desprestigies nuestro antiguo y noble linaje escondiéndote entre tantos hombres valientes. —Escupe sobre cubierta—. Puedo sentir tu presencia, de la misma manera que te ocurre a ti con la mía. No seas gallina, no seas cobarde; muéstrate al menos para que pueda verte...

Pasa un eterno minuto en completo silencio. Sonríe el heredero sabiéndose invencible a la afilada arma; busca con la mirada hacia la cola del vigía de la Fantasma para encontrarse con la princesa de Oriente que le observa entre intrigada y enfadada. 

—Pues si no va a ver duelo, reclamo el trofeo por mi victoria... es lo justo. 

Extiende Húdié el brazo derecho con el puño cerrado y el dedo meñique estirado en señal de desprecio. 

—Vamos señorita, venga con nosotros y me daré por satisfecho. Nos iremos a Roma como debió ser desde el principio. Demos este enfrentamiento por acabado y que cada uno siga a lo suyo... —Sonríe León mientras estira su brazo hacia ella.

De la proa de la Fantasma avanza el markado aludido, el capitán le avisa susurrándole entre dientes: 

—No lo hagas hijo. Eso no es un hombre, es una máquina de matar. Bien lo sé, no conozco a nadie que pueda vencerle con el sable, es el mejor espadachín de todo el Imperio. La muerte duerme en su espada...

—Tranquilo capitán y confíe, todo va como lo había planeado. —Cruza Olaf hacia la popa de la Victoria, su semblante serio, todo su cuerpo tenso, tratando de controlar su ira y su rabia. No puede permitirse que el desprecio que siente hacia aquel que no deja de parlotear nuble su mente.  Ha llegado el momento que esperó durante tiempo e imaginó incontables veces, no puede ni quiere que se le escape—. ¡Yo acepto el reto! —alerta el emperador de piratas desde el castillo de popa de la Victoria.

—¡La rata salió de su escondrijo! Ven markado deja que te de vea bien... —León va a su encuentro subiendo la escalera de la toldilla—. Yo... ¿Te conozco? —Trata de recordar el heredero, al creer reconocer las facciones de su oponente.

MarkadoWhere stories live. Discover now