XXXII Negociación

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Cantan felices los piratas de la Fantasma celebrando la valentía de su capitán a la caída de una noche en calma. A la sombra de luna creciente que renace de las profundidades, vuela sobre un mar tranquilo el bergantín imperial para abrazarse con suavidad a la Victoria hasta abordarla por babor.

Sube, escoltado por dos de sus oficiales, el capitán sable en mano en la cubierta de la fragata, desconfía preocupado por lo que haya podido pasar en su ausencia; salen del camarote, al aviso de los hombres que custodian la fragata, el pretor y el pirata a su encuentro.

—Bienvenido capitán, espero que haya transmitido mis órdenes y el convoy haya partido con dirección al puerto de Maracaibo —reclama con palabras amables el bueno de Don Luis.

—Señor, sus órdenes se han cumplido tal y como era su deseo y la flota ha regresado a puerto sin incidente alguno —responde con aire marcial el marino a la par que busca algo molesto con la mirada al pirata del que aún desconfía.

—Me alegra saberlo capitán y agradezco haya llevado mi orden a buen término con tanta celeridad. Ahora venga, entre con nosotros, quiero que esté presente para que escuche lo que tengo que decir.

—No, me niego, No me fío de él ni un pelo. Si él está, nosotros nos vamos —protesta el pirata desconfiado. El imperial levanta su sable poniéndose en posición de guardia.

—¡Caballeros! Por favor, den por terminadas sus rencillas. —Se interpone el pretor entre ambos—. No nos queda mucho tiempo si queremos afrontar con éxito los grandes desafíos a los que tendremos que enfrentarnos. Más vale que pongamos todos de nuestra parte si queremos sacar esto adelante. La vida de muchos depende de nosotros, así que será mejor que empecemos a confiar los unos en los otros y arrimemos todos el hombro.

Ante tan elocuentes palabras los dos homónimos enfrentados se achantan sin saber bien cómo comportarse. Don Luis extiende sus manos para coger la de ambos.

—Ahora caballeros olviden sus diferencias, dejen sus armas, dense la mano y entremos. Es de suma importancia lo que he de decirles.

Estrechan sus manos con fuerza los dos capitanes y entran en el camarote tras el mediador de aquel enfrentamiento. En el interior les esperan impacientes las dos damas y el muchacho.

—Ahora que estamos todos. Martín explícanos, por favor, la nueva situación geopolítica en la que nos encontramos tras los recientes acontecimientos. —Orgulloso demanda, como maestro, el padre a su hijo mientras se coloca unos lentes de cristal sobre los ojos.

El muchacho asiente confiando, enciende una lamparilla de aceite que ilumina de tenue luz el camarote, extiende un mapa del Viejo Continente sobre la mesa, lo observa detenidamente tomándose su tiempo. Todos le miran expectantes. El capitán coge la botella de ron para darle un buen trago y pasársela al imperial, sellando entre ellos un acuerdo de paz.

El muchacho toma la palabra y con tranquilidad empieza a explicar pasando su mano sobre el mapa, señalando algunos lugares.

«La muerte de León, sin duda alguna lo cambia todo en el imperio. Sabemos que el emperador está enfermo y es muy mayor, es más, para cuando reciba la noticia del fallecimiento de su hijo, se sumirá en una profunda depresión, no creo que viva por mucho tiempo y del que disponga, no podrá reaccionar para encontrar una solución al grave problema que se le plantea. Personalmente no creo que la tenga».

Martín hace un receso para buscar la aprobación del padre ante el inicio de su exposición. El progenitor asiente.

«Eso dejará al Imperio huérfano, sin un líder fuerte y carismático que pueda tomar las riendas del extenso territorio que conforma, lo que traerá incertidumbre, confusión y miedo en la población civil, provocando revueltas, motines y saqueos en las principales ciudades. El fuego del descontento y la discordia se extenderán con rapidez.

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