XXV Boda

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El amplio salón de la casa de citas se encuentra completamente decorado como si fuera la sala del trono del palacio de Oriente: grandes banderas Darchor con letras doradas pintadas en chino cuelgan del techo, farolillos de papel iluminan de tenue luz todo el espacio difuminado por el humo de inciensos que esparcen un dulce olor. Las muchachas de la casa permanecen arrodilladas con el cuerpo y los brazos extendidos sobre el suelo en dos filas desde la puerta hasta el fondo de la sala donde relucen dos tronos, en el central está sentada la Barracuda con semblante serio y mirada altiva, vestida como si fuera una auténtica emperatriz del Oriente con un qipao de seda roja y largos guantes de media caña del mismo color, sobre su cabello castaño resalta un hermoso fengguang o corona elaborada con dragones de oro y plumas de Martín pescador, con incrustaciones de perlas, rubíes y gemas preciosas. A su lado sentada en otro trono más pequeño, Húdié envestida con un qipao albo con bordados dorados y ajustado a un cuerpo estilizado y delgado, su rostro pintado de blanco resplandece tras un velo de gasa transparente que permite ver su rostro angelical, recogido a su pelo negro por una diadema de diamantes. Permanece la princesa con su mirada perdida en el suelo, indiferente a los dos recién llegados.

Olaf exclama asombrado ante la visión de la belleza de su enamorada, embobado no sabe qué decir, solo puede admirarla. 

—Mi señora como nos ordenó aquí estamos, aseados para la ocasión... —el pirata toma la iniciativa y con tono solemne habla.

—¡Silencio! —grita la dama—. ¿Cómo os atrevéis a hablar en nuestra presencia sin que os lo haya autorizado?

El capitán enmudece de golpe, no esperaba tal recibimiento y ni siquiera se atreve a disculparse. Hasta el enorme gentío que se agolpa fuera tras la puerta y las ventanas calla al instante a la voz autoritaria de la comandante.

—¡Postraos ante nuestra presencia!  Y escuchad lo que he de deciros —insiste la señora de la casa.

Los dos obedecen sin rechistar y clavan a la misma vez, frente a ellas, sus rodillas en el suelo, llevados por pura inercia.

—A petición de Húdié, princesa heredera de los siete reinos de China, hemos recreado en la medida de nuestras posibilidades la sala de recepción del palacio imperial en el que despacha su madre, en este caso y debido a su ausencia, seré yo la que hable en su nombre. —La improvisada emperatriz hace un solemne silencio antes de continuar con su exposición—. En el exquisito respeto de las tradiciones de mi invitada, vengo a ofrecer a Olaf, hijo de Lorenzzo y Ragnhild, que sea el primer concubino de los cinco a que tiene derecho por ley la heredera al trono imperial. Este es un honor que le autoriza a...

—De eso nada de nada, me niego en rotundo —corta el aludido en un grito enfadado la conversación de la comandante.

—Tranquilo tiburón, que te están liando... —murmura entre dientes el capitán entre un murmullo creciente que viene de fuera de la casa, provocado por los que están delante y que van contando lo que ha pasado al resto que, curiosos no dejan de preguntar.

Olaf se desplaza con rapidez a cuatro patas hasta donde está la princesa, coge su mano y con ternura le habla:

—Yo respetaré tu cultura, tu tradición, tus costumbres y hasta tu religión, que todo lo que tu profeses me parece bien, pero este viaje lo empezamos los dos solos y si quieres lo compartiremos juntos, pero sin nadie más, dos corazones unidos en uno, el tuyo y el mío. Mas no estoy dispuesto a compartirte. 

La princesa parece no inmutarse, permanece con la mirada clavada en el suelo. El joven hace un receso para tomar aire y con un profundo sentir insiste en sus pretensiones. 

MarkadoWhere stories live. Discover now