Mi alfa

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Kevin se encontraba echado sobre el comedor, ya había terminado su desayuno, pero en frente suyo, entre sus dedos, se encontraba una blanca pastilla.

No estaba seguro si tomarla o no, después de todo, hoy era el día en que volvería con Edd.

Desde que había abandonado el departamento, había sido bastante responsable con tomar el medicamento. Pero ahora era distinto, volvería a estar con su pareja, y no necesitaría de esa odiosa pastilla. Además, Edd desde hoy dejaría sus pastillas. ¿Por qué estaba si quiera preguntándoselo?

Esta vez, ya decidido, se dirigió hasta el primer tacho de basura y deshizo del medicamento.

Ese día transcurrió de manera lenta, Nathan le había dado el día libre para que preparara sus cosas y pudiera cambiarse con tranquilidad donde Edd. No dejaba de pensar en él, en tal solo unas horas podría volver a dormir con él, a su lado, sintiendo su calor y aroma. Estaba tan entusiasmado con la idea que creía sentir mariposas en su estomago.

Lo único que no lo dejaba tranquilo, era ese extraño dolor de cabeza. Se preguntaba a qué podía deberse, ya que la última jaqueca que había tenido, se debía al alcohol, y ya llevaba varios días sin beber. No desde que su relación con Edd comenzó a mejorar.

Ya tenía toda su maleta completa cuando comenzó a sentirse peor, aun no entendía por qué, se sentía un tanto mareado y débil de cierta forma. Pero fue cuando comenzó a sentir cierto miedo cuando por fin lo comprendió.

¿Es que estaba sintiendo a Edd?

- Su celo... - se le escapó entre sus labios comenzando a sentir su propia fiebre subir, mezclado perfectamente una intensa ira. Ya ni le importaba la idea de por fin haber podido sentir el lazo, ahora en su mente solamente estaba Edd.

Alguien le estaba haciendo sentir miedo en pleno celo.

Eso jamás lo iba a perdonar.

....

Edd se sentía tan débil, odiándose a si mismo de no ser capaz de sacarse de encima al doctor Meyer. Pero así como se abalanzó sobre él, se alejó.

- Esperemos que con eso se te quite algo de tu aroma. ¿Qué sucede con tu alfa? ¿Es que acaso no sabe marcar a un simple omega? - refunfuño el hombre, mientras volvía a apoyarse del escritorio que se encontraba detrás suyo.

- ¡No hable así de él! - exclamó instantáneamente, antes de poder entender por completo la situación - ¿Por qué....? ¿Cómo...? - trató de preguntar, pero sus ideas se encontraban vagando ante la vacía jeringa del doctor.

- Ya lo dije, veremos si con este supresor bajan tus anormales niveles de feromonas - comenzó a olisquear después de decir lo último - Mierda... Me gustaría una explicación joven Marion.

- Y-yo no lo sé. Nunca antes me había sucedido, una vez tuve mi marca, nadie se me acercaba, no tan fácilmente por lo menos - respondía un tanto confundido.

- ¡2d! ¡¿Estás bien?! - se escuchaba afligido y desesperado Daniel mientras golpeaba la puerta.

- Tranquilicese, el omega está bajo mi cuidado - mencionó tranquilo el doctor, pero con su tono un tanto elevado para que el otro le escuchase.

- ¡2d! - volvió a gritar desesperado, claramente no creyéndo a su superior.

- Tranquilo, e-estoy bien. No se me ha acercado - mencionó el omega, a pesar de que este si que lo hizo, pero fue solo para inyectarle.

- Me quedaré vigilando. Grita por cualquier cosa ¿ok?

- Si, gracias - mencionó agradecido ante la lealtad de su amigo.

Mi omegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora