- Misiones imposibles -

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El primer día de clases siempre era una tortura, no porque tenía que volver a la academia, sino porque debía levantarme a las cinco treinta de la mañana si quería llegar antes de que cerraran el portón de metal automático. Una vez que ese portón se cerraba estabas fuera y tu esfuerzo por llegar a la hora había sido en vano. No iba a levantarme en la madrugaba en vano, no señor.

Debido a esto es que aquel día mi alarma sonó y seguí mi rutina mañanera al pie de la letra, con los tiempos calculados a la perfección para estar lista a las siete en punto. Me duché y luego me vestí, no sequé mi cabello porque ese verano lo había cortado hasta mis hombros y tenía planeado dejarlo ser libre; luego desayuné sola en la cocina mientras escuchaba las noticias.

Estaba acostumbrada a que la casa estuviera a oscuras y silenciosa, tan sólo el sonido de los reporteros me acompañaba a esas horas. No iba a ser mala persona y a obligar a mamá a despedirme desde la puerta, ni tampoco a que me preparara el desayuno. Primero que nada estaba lo suficientemente mayor como para encargarme de mi misma, y en segundo, mamá no sabía cocinar.

Cuando terminé de alimentarme subí otra vez a mi habitación y me observé en mi espejo, me arreglé un poco el cabello con las manos para asegurarme de que las ondas estuvieran en su lugar y luego me maquillé sólo un poco. Escondí las horrendas ojeras y me puse máscara de pestañas, eso era todo lo que podía hacer a esas horas.

Quedaban diez minutos para las siete y me eché el bolso sobre los hombros, luego me asomé silenciosamente al cuarto de mamá sólo para asegurarme que seguía dormida. Para mi sorpresa estaba despierta, sentada en su cama con la computadora frente a ella emitiendo una luz blanquecina sobre su rostro.

-¿Mamá?- pregunté.

-No podía dormir, estoy viendo una telenovela.- dijo sin quitarle los ojos de encima a la pantalla.

-Ok...- murmuré.-Ya me voy.- anuncié.

-Que tengas un buen día.- dijo distraída.-¡Espera!- exclamó de pronto, haciendo que me sobresaltara.-Olvidé avisarle a Jim que te recogiera, mierda, yo te llevo.- dijo alarmada y cerrando la computadora.

Jim era un chofer de la empresa que se encargaba de llevarme a la academia y luego de recogerme, pero al parecer mamá había olvidado que no iba a irme con él esta semana.

-Me iré con Alan, ¿recuerdas?- dije con suavidad para tranquilizarla.

-Oh... cierto.- sonrió aliviada.-Ok, que te vaya bien.- dijo despidiéndome mientras agitaba su mano.

Le sonreí una última vez y luego salí de la casa. Afuera estaba templado, una suave brisa movía los árboles y el sol ya estaba ascendiendo, trayendo consigo más y más luminosidad. Caminé calle abajo lentamente, notando que algunas casas ya tenían las luces encendidas y que incluso automóviles salían de los garajes.

Cuando comencé a acercarme a la casa de Alan noté que la camioneta negra del chofer de su padre ya estaba estacionado frente a su jardín. Enseguida fui hacia el vehículo y golpeé un vidrio polarizado, el cual bajó y me permitió ver al hombre.

-Buenos días.- lo saludé, no recordaba su nombre, pero lo conocía.

-Buen día.- respondió.

-¿Lleva aquí mucho tiempo?- pregunté observando el interior vacío.

-Unos minutos, pero he llamado a la casa tres veces y nadie responde.- me contó con preocupación.

Enseguida imaginé lo peor, lo peor que podía pasar en un condominio privado donde nunca habían robos ni asesinatos, lo peor que podía pasarle a Alan... Se había quedado dormido.

Mi Último Añoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن