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A veces es difícil discernir entre la vida que llevamos prestada y la que nuestra mente finge estar llevando.

Debía ser temprano aún cuando, acaso a falta de labores, resolví dejar la nueva taza de café a medias y concluir el día. Después de guardar las llaves del despacho en el bolsillo, alcancé a escuchar el timbrar del teléfono. El entusiasmo por tomar la llamada provocó que tras abrir la puerta corriese despavorido por el teléfono. Sentí de nuevo un fuerte dolor en la nuca, sin embargo, esto no me privó de llegar a levantar el auricular del teléfono para enterarme que la había perdido.

En ese instante recordé la atroz visita de Camille Leroy, quien en resumidas cuentas venía a informarme sobre mi destitución del cargo de inspector dado a mi reciente fracaso en casos anteriores, lo cual sin duda ha puesto apretada la situación económica de la administración. Aunque recuerdo haberle ofrecido mis disculpas por el desastroso desenlace de mis últimas investigaciones, al disponerse a abrir la carta con órdenes de los altos mandos, accedí a discutir con mayor intensidad. Nos hicimos de palabras hasta que, sin motivo alguno, decidió tomar el teléfono para llamar a la policía. Quise arrebatarle el auricular, pero en mi desenfrenado afán, tiré la taza; derramando su contenido sobre el suelo, culpable de que resbalase y cayese llevándome de encuentro a Camille, quien cayó de bruces sobre el abrecartas que sujetaba en su mano.

Me levanté y colgué el teléfono. Consternado, me alcancé la nuca con la mano derecha, mirando el enorme charco de sangre en el suelo. Al palpar bastante seco mi cabello, regresé la mano para precisar que aquello que cubría el suelo no era precisamente mi sangre. Recogí los trozos de taza y limpié hasta asegurarme de no dejar ni una sola mancha sobre el suelo.

Al enterarme que había perdido la llamada, hablé a la operadora para preguntar sobre su procedencia. El resultado me desconcertó un poco, pues se trataba de la estación de policía. Quizá habría sido para asignarme algún caso que la agencia policiaca no haya podido solventar. Se hacía tarde y no tenía tiempo para tales licitudes, por lo que decidí posponer su cuidado para la siguiente mañana a primera hora.

Recientemente he encontrado un tanto molestos los días de invierno; donde temprano por la mañana aún reina la penumbra. El despacho es austero, pues hace tiempo que no percibe gran actividad. Desde entonces suelo pasar las horas mirando a la polilla estrellarse persistentemente en las bombillas incandescentes que mantienen este infierno a media luz. Al aproximarme a la puerta del despacho no pude omitir escuchar el timbrar del teléfono, por lo que apresuré el paso.

Era la estación de policía, reportando una llamada de auxilio proveniente de mi despacho. Yo les aseguré que todo debía ser un malentendido y que no tenían de nada que preocuparse. Así mismo, aproveché para preguntar por algún caso sin resolver que pudiera ocuparme por un tiempo futuro, a lo que no recibí respuesta en lo absoluto.

Días más tarde, recibí la honorable visita del comisionado Bouvier, quien vino a asignarme un caso interno, a lo cual respondí resintiendo un fuerte dolor en la nuca. Se trataba de la desaparición de la inspectora en mando, Camille Leroy. El comisionado me estipuló mantener la cuestión confidencial e investigar de una manera sutil sin causar mucho revuelo sobre el tema. Me entregó una copia de las llaves de su oficina, por lo que me dispuse a atender el caso inmediatamente.

Al llegar a su oficina encontré todo en impecable orden. Todo era tan distinto. Tomé asiento para darme cuenta de las cuantiosas comodidades de las cuales disponía. Mirando la amplitud de su despacho, divisé la taza en su escritorio, la cual aún conservaba las marcas de lápiz labial y un poco de café. Entonces me dispuse a alcanzar su agenda para revisar sus últimas actividades. Al enderezarme precipitadamente, volví a sentir un intenso dolor en la nuca, a lo que mi reacción hizo que tirara la taza, estrellándose en el suelo y derramando su líquido. Recogí los trozos de taza y limpié hasta asegurarme de no dejar una sola mancha sobre el suelo.

Regresé a mi despacho y noté unas manchas color marrón sobre el suelo, las cuales pensé debían ser de café, pues recordé haber tirado mi vieja taza cuando esta aún estaba a medias. Así mismo recordé haber limpiado con esmero aquella superficie, por lo cual me desconcertó ver aún manchado el suelo. No obstante decidí regresar la siguiente mañana al despacho de Camille para observar si las manchas persistían.

Sin siquiera entrar al despacho de Camille, pude observar por la ventana que el suelo yacía reluciente. Desconcertado, fui a mi despacho para corroborar la hipótesis que aquellas manchas eran de ser sangre o algo más, pues a su vez existía un fuerte hedor a descomposición corpórea. Notifiqué enseguida al comisionado Bouvier, quien decidió inspeccionarlas personalmente.

Al analizar mi despacho con luz ultravioleta encontramos que éstas manchas pretendían un trayecto que daba hacía uno de los compartimientos del buró. El comisionado Bouvier sacó enseguida una navaja para abrir este compartimiento que se encontraba sellado. Al abrirlo, encontramos el cadáver de Camille, hallazgo que me causó un fuerte escalofrío, culpable de que tirara la taza con café y resbalara llevándome de encuentro al comisionado Bouvier, quien cayó de bruces sobre la navaja que tenía en mano. Al caer sentí un fuerte golpe en la nuca. Me levanté y miré en la ventana una sonrisa en mi reflejo. Consternado me alcancé la nuca con la mano derecha, mirando el enorme charco de sangre en el suelo. Al palpar suficientemente seco mi cabello, regresé la mano para precisar que aquello que cubría el suelo no era, en efecto, mi sangre. Recogí los trozos de taza y limpié hasta asegurarme de no dejar ni una sola mancha sobre el suelo.

Recientemente he encontrado un tanto menos molestos estos últimos días de infierno. El despacho sigue siendo ciertamente austero, aunque hace tiempo que no deja de percibir actividad. Recuerdo que solía pasar las horas mirando a la polilla estrellarse persistentemente en las bombillas incandescentes que mantenían este lugar a media luz. Quizá habrán encontrado algún quehacer mejor, aunque aún puedo escuchar sus zumbidos. Lo que me contenta es que al fin, a raíz de las desapariciones de Leroy y Bouvier, fui otorgado un ascenso. De otra manera, hubiera tenido que conseguir un buró más grande.

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¿Y qué si todo era parte de un plan maestro? Todo parecía apuntar a que habido sido un estratagema, cuando al abrir la maleta no encontré rastro alguno de explosivos, sino que sólo un montón de hojas y nada más.

Tomé una al azar y comencé a leerla en voz alta: —Al abrir la maleta, no encontró lo que esperaba, sólo un montón de hojas y nada más.— Desconfiado de tan sobrenatural coincidencia autobiográfica, en seguida tomé otra hoja y empecé a leer en una línea cualquiera: —No daba crédito a lo que de las hojas leía, pues parecían estar describiendo lo que a su lector le sucedía, pensaba y sentía.— De nuevo deseché aquella hoja, ésta vez arrugándola con una mano mientras tomaba otra de la maleta.

Tras comparar bastante hojas, encontré una inexplicable relación donde entre mayor era el numero de página más en el pasado era lo que de mi vida narraba. Incrédulo repase un par de hojas para corroborar dicha relación. Hasta que de la maleta extraje una hoja con el número cero al final de la página. Inconsciente del riesgo, ansioso empecé su lectura: —Jamás se hubiera imaginado que esa noche sería su última, cuando de la maleta tomó la página definitiva y, empezándosele a nublar la vista, leía como las hojas de aquella maleta estaban mald

A veces no es suficiente lo que leemos. Pasa al texto 15.

Lo que se lee no jamás es la mismo que en su momento se quiso escribir. Pasa al texto 28.

La vida que se lleva no siempre es la misma que se escribe. Pasa al texto 53.

Prométeme que jamás escribirás estoWhere stories live. Discover now