Desacuerdo.

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Parecía un Déjà vu a los ojos de Michael. En algún tiempo lejano, había intentado llegar a un acuerdo con su hermano menor. El punto de reunión era el mismo de aquel entonces, ahora edificado, y se presentaba ante él casi de la misma forma. Mirada arrogante, caminando hacia él sin dudar. El ángel de alas negras le seguía, procurando que todo el mundo mantuviera su lugar y no se acercaran a su jefe.

- Bienvenido, Lucifer. –

El café favorito del primogénito estaba completamente vacío y, por supuesto, quienes les servirían esa tarde eran ángeles. Satán tomó su lugar frente a Michael, mientras Castiel se mantenía de pie cerca de él. La postura rígida del menor denotaba que estaba listo para sacar su espada en cuanto algún movimiento extraño se diera.

- Malteada. – Pidió el rubio al mesero apostado a un lado, que desapareció enseguida.

- Que extraño que no traigas a tus... hijos, ¿No? –

- No quería que se aburrieran. – Sonrió falsamente.

La orden de Lucifer se dispuso frente a él, con crema batida y chispas de chocolate por encima.

- Tú enviado no especifico cual era el asunto que deseabas tratar. – Apuró el primogénito, mientras el otro degustaba su bebida. - ¿Te decidiste a cooperar conmigo?

- Un poco lo opuesto a eso. –

La mirada de Michael se endureció, no muy feliz de lo que decía. Seguramente Castiel lo había convencido de lo contrario, como siempre lo hacía.

- Quien diría que Satán se pondría del lado de Dios. – Pronunció con asco. – Haz cambiado, hermanito.

- El amor me puede. – Dramatizó divertido. – Tal vez te hace falta un poco de atención para que dejes la amargura, Miky.

- Cuando Dios se ponga a trabajar podre divertirme cuanto quiera, no te preocupes.

Los ángeles desenfundaron las espadas silenciosamente, y Castiel los siguió.

- ¿Te enojaste por lo de amargado? – Se burló Luci. – No aguantas nada.

- El problema no era contigo esta vez, pero odio que interfieras, bastardo. – Escupió.

- Temó que a tus sobrinos no les guste esto. – Amenazó el rubio.

- Ya te lo dije antes, no le tengo miedo a tus engendros. – Desapareció.

El resto de ángeles, diez de ellos, se abalanzaron sobre la pareja. Lo primero en caer fue la malteada.

- ¡Oye! Estaba buena. – Reclamó Lucifer, desintegrando al tipo que osó destruir su postre.

Castiel, de espaldas al rubio, se enfrentaba a sus hermanos, siendo considerablemente más ágil y fuerte. Una espada plateada le atravesó por completo, sin causarle daño alguno.

- ¿Qué eres? – Pronunció estupefacto uno de sus hermanos.

- El ángel de Lucifer. – Dijo el morocho, a la vez que arrancaba con sus propias manos la espada de su interior.

Arremetió contra los dos frente suyo, mientras esperaba al que vendría de lado, creyendo que lo tomaría por sorpresa. Los tres cayeron y otros dos huyeron. Escondió su espada y volvió con el rubio.

- Amo cuando te pones violento. – Sonrió Lucifer.

Cas iba a decir algo, pero un ruido detrás del local llamó la atención de ambos. El ángel siguió el ruido, sintiendo una gracia conocida.

- Por favor, escúchame. – Suplicó un simple rubio de mirada aterrada.

- ¿Samandriel? 

El ángel de Lucifer.Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang