EFECTO MARIPOSA (WHAT IF...)

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Isa y Evan nunca fueron descubiertos siendo homosexuales:

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Caminar tomados de las manos se había vuelto una forma de estar común para ellos. Casi instintivo entrelazar sus manos y sus dedos, el pequeño árabe corriendo y sonriendo brillantemente, el alto gale siguiéndolo hasta el fin del mundo. Contando siempre con el aliento y el apoyo de la preciosa rubia que impedía que ambos acabaran en una zanja.

Con los años pasando, fácilmente los besos inocentes en las manos, se transportaron a las mejillas del contrario. Gestos castos, colmados de inocencia y de un primer amor, escondido, callado y temeroso.

Evan tenía miedo. No podía negarlo. Ni todo el amor de Isa podría apagar jamás ese miedo, sin embargo, podía callarlo, podía ignorarlo mientras uno o dos pares de ojos cálidos robaran su atención y le premiaran con ese brillo alegre tan suyo. Mientras pudiera seguir abrazándolo oliendo el azúcar fundido en su cabello.

Ayami también parecía parte de la relación que los niños no sabían formalizar, pero es que, si ellos tomaban la mano del otro, todavía les sobraba una mano para no soltar a la estrella de felicidad que representaba la pequeña. No había preferencias ni manera de dejar a uno de lado, simplemente parecía ser perfecto.

Cuando cumplió 14, el padre de Evan insinuó comprar a la niña, antes que el padre de ésta la vendiera a alguien más.

Parecía como si de pronto, su cuento feliz comenzara a arruinarse por el paso del tiempo. Ambos niños intentaban buscar la manera en que la rubia no debiera casarse, sin embargo, bajo las reglas de su familia, ninguno podía hacer nada.

La familia de Isa se vio en problemas, acosados por los chismes corriendo por el pueblo, señalados como gitanos y brujos, como demonios. Isa no podía hacer nada por Ayami, Evan no podía hacer nada por Isa.

Entre el estrés y la necesidad de confort, ambos comenzaron a buscar mayor consuelo con el otro. Los besos en las mejillas se acercaron hasta estrellarse en los labios del contrario. Las caminatas de la mano se cambian para ocultarse juntos en cualquier rincón donde pudieran compartir besos y caricias cada vez menos inocentes.

Cuando cumplió 15, Ayami se fue. Prefirió ir a la guerra detrás de su hermano a ser vendida por un par de terrenos y vacas. Evan ni si quiera podía culparla y, al contrario, aplaude a su valor.

Pero se quedaron sin su tercer pilar.

Ambos quedaron de luto por meses. Juntos por suerte, pero a la vez solos.

Los padres de Isa tenían consideración y dejaban a ambos niños salir juntos constantemente, aunque Isa muchas veces se veía en la situación de simplemente poder hacerle compañía al más alto mientras Evan estaba obligado a trabajar, ya sea acarreando leña o carbón, o cuidando animales.

A los 16, su rutina se vio interrumpida por carretas y soldados.

Hombres para la guerra, aclamaban, mínimo uno por familia, a voluntad o por la fuerza.

En las primeras rondas que los soldados realizaban, Noah, el hermano mayor de Evan, se fue con ellos. Por presión de su padre, Evan no, puesto que trabajaba y como hijo, su deber era velar por la herencia de su padre y su legado.

Pero cuando los del pueblo delataron que la gitana panadera tenía un hijo, todo se desmoronó. Irrumpieron en la casa, sometieron a la madre en la ausencia del esposo y buscaron al niño hasta encontrarlo en un escondrijo en una pared hueca. Lo amarraron mientras pedía ayuda entre gritos y lo callaron cuando amenazaron con violar a su madre en ese instante.

Evan llegó a casa, manchado de carbón y adolorido, para encontrarse con el padre de Isa ofreciéndose a él a cambio de devolver a su hijo entre gritos.

Se había quedado solo, sin una sola pista de ellos.

Evan fue el único en todo el pueblo que ofreció condolencias a la familia de Isa, un ramo de flores y un gesto triste fue todo lo que pudo ofrecer mientras la mujer maldecía y lamentaba por su hijo.

Huíamos de la guerra por él. Si estamos aquí fue para protegerlo, lloraron, pero parece que no valió de nada.

Johan enfermó, por lo cual, se vio en la necesidad de enseñarle a Evan sobre todos sus negocios, para que pudiera mantenerlos a ambos y el legado no se perdiera. A su vez, le compró una esposa, para que tampoco se perdiera su apellido.

Tus hermanos fueron a la guerra. Dijo, con obviedad, la gente muere en las guerras, hijo, eres el único que puede darme descendencia. No dejes que nuestra sangre se pierda.

Evan con 17 años y ella con 13. Ella era una niña. Lo normal para la época, pero a él no le causaba el más mínimo interés. La chica al inicio se vio agradecida por conservar sus libertades y ser tratada como un ser humano. Sin embargo, su orgullo pronto se vio herido, cuando se convirtió en una mujer y su belleza estaba en su máximo esplendor mientras Evan no le dirigía una segunda mirada.

Ella se sabía hermosa, virgen, delicada y maternal. No podía entender por qué su esposo no la deseaba, por qué después de algunos años viviendo juntos, no la amaba. Se sentía inútil, despreciada. ¡Si ella hubiera querido mantener votos de castidad por un hombre, se hubiera hecho monja!

Quiero ser una mujer. Mi deber es tener hijos. Es lo único para lo que estoy aquí y no puedes arrebatarme eso.

Tuvieron un hijo.

Un primogénito saludable, un gran orgullo. Su esposa fue felicitada por parir a un hijo varón primero y él fue felicitado por continuar el legado, por su buena mujer. Evan lo bautizó como "Isa" de la manera más descarada posible.

No pasó de ahí.

El niño creció bajo el manto de una madre amorosa, un padre trabajador y un matrimonio en decadencia. Ella quería más, quería una familia grande, quería sentirse amada, quería- quería-

-Quería tantas cosas que Evan no podía darle.

...

Poco después, ella tuvo otro hijo, como en una especie de venganza. Pero a Evan no le importó, así que tuvo otro y otro y otro hasta que el único hijo de ese matrimonio tuvo edad suficiente para encargarse de los negocios por sí mismo.

Evan se fue, dejando que el amante de su esposa se quedara con ella y todos los bastardos.

Johan había muerto después de descubrirse el segundo embarazo de su nuera, Evan no tenía que rendirle cuentas a nadie desde entonces.

Regresó a la tierra que le vio nacer, donde falleció su madre. Manteniéndose en contacto con su hijo por medio de cartas. Mientras él le contaba haber conocido a una buena mujer, extraña pero buena. No como su madre; ella era un espíritu libre, le confesó con cautela y entre indirectas, que era una bruja, pero una bruja blanca.

Evan recordó a la gitana de la panadería, con una sonrisa amorosa para todos los que pudieran degustar sus manjares y compartiendo los mismos ojos brillantes de Isa. Acusada de bruja, de malvada.

Evan les dio su bendición y los dejó vivir sus vidas como quisieran vivirlas.

Nunca volvió a saber de sus hermanos, tampoco de Isa o Ayami. Murió sin más a los 32 años, tal vez de gripa, tal vez de fiebre, probablemente de las epidemias que azotaban a la región, tal vez de tristeza y soledad. Dejó una gran casa para su hijo y una pequeña granja que se mantenía sola.

Su hijo volvió con su esposa para darle un entierro, la bruja blanca le reveló al joven que su padre tenía el potencial para ser un mago, pues la casa estaba infestada con el éter de su alma al morir. Ella le dijo que podría enseñarle brujería al último Johansen.

Él aceptó, emocionado por vivir una aventura junto al amor de su vida, agradeciendo a su padre por dejarle ser libre, por dejarle el regalo de la magia.

Y fueron felices.

DisyunciónWhere stories live. Discover now