Prólogo

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       En el cuello madreperla de la joven se percibió el sutil proclamo del nerviosismo al agitarse con un tragar único y breve de saliva que abandonaba una garganta seca. Salvador se aproximó a ella mientras las hojas de pino ahogaban su acercamiento, como si no fuese real, como si aquellos zapatos de padres distintos no hubiesen decidido acortar la distancia hacia el final. El retornado dio pasos mudos hasta pararse frente a la joven, al fin, Sofía, era ella. Erguido estaba su cuerpo menudo frente al suyo. Vio Salvador en su mente sus cuerpos alineados como planetas que tras danzar todas las eternidades deciden colisionar, vio Salvador sus manos alzarse y posarse sobre sus hombros con firmeza dulce, sintiendo el calor de un cuerpo vivo, real, a través del tejido del uniforme, sintiendo el áspero pliegue de sus solapas. Pudo ver el hombre esos labios en silencio, de rimas implorantes. Vio sus manos deslizarse hacia su cuello de mármol, sintiendo su piel de seda. Sus ojos treparon con miedo la línea blanca de palpitar estremecido, vio su sonrisa tímida por vez primera. Y de repente, encontró sus ojos marrones, mirándole.

       Viéndole.

Sofía la JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora