Prólogo a un encuentro

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Los nacionales marchaban rumbo a la ciudad y todo estaba perdido. Salvador huía por los áridos campos en busca de refugio en una nada desolada y expuesta a demasiados finales horrorosos. Había pasado las últimas semanas en el frente, muriendo mientras mataba, y matando para no morir. La guerra estaba perdida, y como quien recogió la mesa tras la última cena, los vencidos abandonaban su tierra cargando con sus penas y condenados al exilio de sus corazones, tanto abandonasen su patria como si no. Los ánimos de patíbulo, el hambre y las heridas, obraron su magia negra y las atrocidades jugaron a ser la venda que ambiciona cubrir heridas infestas sin posible cura aplicable. Salvador había sido mandado al paredón, le habían encomendado un trabajo más difícil que el de morir, y aquel era el de apretar el gatillo.

Cuatro días después seguía huyendo de sus camaradas. Igualmente la guerra estaba perdida, pero ya nada importaba. Vencido, desertor o vencedor, ¿de verdad importaba?

Muerto de hambre, de sed y de miedo, buscó refugio en un monte cercano, pero aquel muchacho, hijo de un lechero cuyas vacas pastaban en prados verdes frescos de lluvia, poco sabía de procurarse viandas en aquella tierra desierta a la que había sido expulsado. El Hidalgo en su lucha contra los gigantes había recibido más amistosos reveses que las cuitas que le propiciaban aquellas peñas traicioneras donde no moraban ni las lagartijas.

En su desespero se atrevió a poner pie en una carretera y a seguir su rumbo hasta la aldea más cercana. Huía de toda mirada y por ello viajaba de noche, si bien los vencidos no le perdonarían la cobardía, los vencedores no le concederían tiempo de imploración; tanto unos como otros coserían su desastrado uniforme a mordiscos de cañón, y por ello Salvador rezaba por un jersey lleno de pulgas y un pantalón remendado, pues no tenía el garbo de procurarse otra ropa ni cuando esta la encontrara abandonada en un lavadero. Y no queda decir que si por comer dependía de robar una gallina, ya podía esta morir de vieja para que el pobre la pudiera cocinar. Tan solo era un joven más, arrastrado fuera de su hogar y empujado a defender algo que no tenía la capacidad para creer, y luchar contra algo que entendía menos aún. Si él solo era un mandado, quién le habría mandado a él.

Caminó por las cunetas, mirando receloso, hasta observar de lejos las luces de la aldea. Y en el mismo instante en que vio la primera silueta bajando las persianas para dar la bienvenida a la noche, corrió de nuevo hacia la nada, pues todavía no sabía qué había ido a buscar allí. En esta desventura la noche cayó, y se vio perdido entre los campos de secano. Bebió agua de una acequia y se arrebujó contra una higuera, y cómo hubiese deseado tener vigor suficiente para comprobar si tenía fruto alguno. Una llovizna comenzó a caer antes de que pudiese conciliar el sueño y viose arrastrado a arrastrarse para que el agua fría no terminarse por calar y robarle sus últimas fuerzas.

Entre tiritonas y lamentos, que eran más desafíos a la clemencia de Dios que ruegos, tuvo por vez primera un golpe de suerte, y ante la oscuridad que lo inundaba todo, se dibujaron bajo sus pies las raíces de un olivo que le hicieron dar de bruces en la tierra. Al incorporarse sobre el barro que comenzaba a refrescar sus manos callosas, pudo entrever en la distancia la silueta de una casa. No había luces ni salía humo de su chimenea, no había ruido que la perturbase más que el del agua sobre las tejas. Se quedó así Salvador tirado contra el muro, a la espera del ladrido de un perro delator o el tacto helado de un cañón de escopeta que le ordenase ponerse en pie. Pero nada de aquello ocurrió, y sin saber cuántas horas esperó bajo la lluvia a estar seguro de que nadie moraba en aquel hogar alejado de la mano de Dios, saltó el muro del patio y se coló en su interior.

Aquel fue el detonante de lo que cambiaría su vida por completo, así fue como se dibujó en el tapiz del destino el embrujo del cortijo de los Remite.

Así salvó su vida, así la condenó.

Sofía la JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora