Prólogo al prólogo

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Balada de las tres visiones

-I-

        En el cuello madreperla de la joven se percibió el sutil proclamo del nerviosismo al agitarse con un tragar único y breve de saliva que abandonaba una garganta seca. Salvador se aproximó a ella mientras las hojas de pino ahogaban su acercamiento, como si no fuese real, como si aquellos zapatos de padres distintos no hubiesen decidido acortar la distancia hacia el final. El retornado dio pasos mudos hasta pararse frente a la joven, al fin, Sofía, era ella. Erguido estaba su cuerpo menudo frente al suyo. Vio Salvador en su mente sus cuerpos alineados como planetas que tras danzar todas las eternidades deciden colisionar, vio Salvador sus manos alzarse y posarse sobre sus hombros con firmeza dulce, sintiendo el calor de un cuerpo vivo, real, a través del tejido del uniforme, sintiendo el áspero pliegue de sus solapas. Pudo ver el hombre esos labios en silencio, con tantas canciones por entonar, vio sus manos deslizarse hacia su cuello de mármol, y vio aquella boca rosada abrirse para dejar un hálito dulce escapar, mientras sus manos de plomo, de piedra de pozo, de tronco de higuera, de perro y de acero, estrangulaban a aquella burda broma cruel. Aquella mofa del destino, aquel súcubo que amaba más que a su vida, aquel castigo que le había roto en mil pedazos, para reconstruirle y volverle a destruir. Había abandonado todo su ser por erigir su vida en torno a ella, y aquello era ella, solo una chanza dolorosa, una falacia infantil y horrorosa, una broma que acababa a sus manos sin llegar siquiera a oír jamás su voz.

-II-

       En el cuello madreperla de la joven se percibió el sutil proclamo del nerviosismo al agitarse con un tragar único y breve de saliva que abandonaba una garganta seca. Salvador se aproximó a ella mientras las hojas de pino ahogaban su acercamiento, como si no fuese real, como si aquellos zapatos de padres distintos no hubiesen decidido acortar la distancia hacia el final. El retornado dio pasos mudos hasta pararse frente a la joven, al fin, Sofía, era ella. Erguido estaba su cuerpo menudo frente al suyo. Vio Salvador en su mente sus cuerpos alineados como planetas que tras danzar todas las eternidades deciden colisionar, vio Salvador sus manos alzarse y posarse sobre sus hombros con firmeza dulce, sintiendo el calor de un cuerpo vivo, real, a través del tejido del uniforme, sintiendo el áspero pliegue de sus solapas. Pudo ver el hombre esos labios en silencio, que tantas canciones habían susurrado, vio sus manos deslizarse hacia su cuello de mármol, ásperas y sucias de pecado y ansiedad, notando la tibieza de aquella piel suave, con tacto de vitalidad y promesas ocultas, vio sus manos desnudando aquel cuerpo apenas maduro, besándolo en un arrebato mudo de pasiones, ciñendo aquella cintura con tacto de carta, acariciando su piel cálida con aroma a esperanza. Halló fundiéndose en un beso todas las verdades del universo, dejando de lado a la historia con sus desgracias. Ellos eran uno, uno sobre el lecho de pino. Uno por siempre, con corazones de tinta y suspiros que rimaban.

-III-

       En el cuello madreperla de la joven se percibió el sutil proclamo del nerviosismo al agitarse con un tragar único y breve de saliva que abandonaba una garganta seca. Salvador se aproximó a ella mientras las hojas de pino ahogaban su acercamiento, como si no fuese real, como si aquellos zapatos de padres distintos no hubiesen decidido acortar la distancia hacia el final. El retornado dio pasos mudos hasta pararse frente a la joven, al fin, Sofía, era ella. Erguido estaba su cuerpo menudo frente al suyo. Vio Salvador en su mente sus cuerpos alineados como planetas que tras danzar todas las eternidades deciden colisionar, vio Salvador sus manos alzarse y posarse sobre sus hombros con firmeza dulce, sintiendo el calor de un cuerpo vivo, real, a través del tejido del uniforme, sintiendo el áspero pliegue de sus solapas. Pudo ver el hombre esos labios en silencio, con tantas canciones por inventar. Vio sus manos deslizarse hacia su cuello de mármol, para luego caer y abandonarse a unos brazos entregados a rodearla, hundiendo su rostro en su cuello, mientras su pelo de azahar acaricia su cara. Se vio llorar sintiendo en los labios el pálpito vivo de un corazón real latiendo en el cuello de su Sofía. Sintió lágrimas cálidas que se unían a las suyas y la respuesta firme, segura y eterna, de un abrazo que le atrapaba para no soltarle. Vio el abrazo de una hermana y una madre, vio el abrazo de una amiga y una confesora, vio el abrazo de una compañera y una amante, vio el abrazo de su vida y el perdón.

Balada de la realidad

       Las tres visiones nublaron su mirar, pues las lágrimas rebeldes amenazaban con abandonar sus puestos. En ninguna de las tres visiones sus ojos se atrevieron a toparse con los de la joven muda, pues sentía vergüenza por haber caído rendido a sus inconscientes camelos, a su esencia misma, al señuelo que le dio vida. Sintió vergüenza por haber bebido de la atemporalidad de sus versos. Sintió vergüenza por sus tres visiones. No podía mirarle, no podía. Se tuvo que perder de sí mismo para admitir que la amaba, temía haberse entregado en vano, mirarle y no verle. Temía no encontrarle. El corazón se fragmentaba poro a poco tan solo sujeto por aquel momento, frágil y capaz de romperse con el sutil vendaval de un simple suspiro.

       Un primer paso llevó a un segundo, el segundo a un tercero...

Sofía la JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora