32. Here comes the sun.

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Alba POV

Cuando imaginé irme a vivir a Nueva York sabía que no iba a ser fácil. Siempre me he considerado una persona realista, por eso no soñaba con que mi vida en esta ciudad fuese a ser un Sexo en Nueva York 2.0. Pero desde luego tampoco me imaginaba trabajando de 12 a 7 de la mañana en una cafetería 24h. Por lo menos tenía suerte porque mi jefa, María, era otra española muy maja que hacía que trabajar no fuese tan malo, además de vez en cuando había actuaciones, recitales de poesía... y por lo menos se me amenizaba un poco el turno. 

Es curioso como al crear una rutina esta se entrelaza con la rutina de otros haciendo que el hecho de encontrarte con x persona a cierta hora formase parte de tu día a día. Algo así me pasaba a mi con la chica morena de la mesa 3. Venía de lunes a viernes de 6 a 7 de la mañana, justo en esa última hora de jornada me dedicaba casi exclusivamente a atenderla a ella, no es que hubiese mucha gente a ese hora en la cafetería.

Su pedido era casi siempre el mismo, lo cuál también se había convertido en parte de mi rutina, pesé a saber con ventaja cada día lo que iba a tomar nunca lo preparaba con antelación porque me había hecho a la costumbre de verla entrar, acercarme a su mesa, preguntarla que quería y servir aquel café con leche, corto de leche, y un croissant con queso y pavo. Observaba como desayunaba con tranquilidad mientras revisaba algunos papeles y ojeaba de vez en cuando su teléfono.

Casi una hora después levantaba la mano y pronunciaba un educado "disculpa" para llamar mi atención, entonces yo me acercaba y la llevaba la cuenta que ella me pagaba, dejando siempre algo de propina que yo agradecía con una sonrisa.

Cuando llevas ocho horas currando por la noche de cara al público, a veces teniendo que aguantar tremendas barbaridades, era agradable que alguien te tratase con educación, respeto y empatía y es que si todo el mundo trabajase al menos durante unas semanas de cara al público aprendería a tratar mejor a los demás.

Por suerte ese no era el caso de aquella desconocida, a la cuál había llegado a coger hasta cariño, y por eso me extrañe tanto cuando después de una semana entera no la había visto aparecer ningún día. Quizás la había pasado algo, o podía ser que se hubiese mudado de barrio, que se hubiese puesto enferma, cambiado de trabajo o es posible que todo aquello fuera más sencillo y que simplemente hubiese cambiado de cafetería.

- Hace bastante que no viene la de la tres, ¿no?- preguntó mi compañera Sara.

Sara llevaba dos años trabajado en la cafetería y, a parte de María, fue unas de las primeras personas que conocí cuando llegue a Nueva York. Ella se fue de su California natal a Nueva York a estudiar y ampliar su conocimientos musicales. Como compañera era increíble y como persona era aún mejor, atenta, cariñosa, respetuosa, trabajadora... yo la admiraba muchísimo y era como mi hermana mayor allí.

- Más de una semana.

- ¿Nos estará poniendo los cuernos con otra cafetería?- bromeó mi compañera.

- Ni idea- respondí totalmente ausente.

- Prométeme algo Alba, si esa chica vuelve a aparecer vas a hablar con ella.

-¿Qué? No, ni de coña. Que vergüenza.

- ¿Por que no? Tú eres una valiente Alba, mira donde estas, dejándote la vida por conseguir una oportunidad en lo que te gusta, la música. Te has ido de casa y no a cualquier sitio a casi 6000 kilómetros de distancia a una ciudad donde no conocías a nadie.No te puede dar tanto miedo hablarle a una desconocida.

Me quedé con lo que Sara me dijo, la verdad es que muchas veces me había planteado hablarle a la chica pero al final nunca reunía el valor suficiente y acababa observando como salía por la puerta de la cafetería con los primeros rayos de luz atravesando las enormes cristaleras del local. Un escena digna de película.

AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora