Capítulo 46

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ELIZABETH

—No te muevas —dice Carol, mientras cepilla mi cabello con sumo cuidado de no maltratar el cabello artificial.

—Evan dijo que pasaría por mí a las ocho —le recuerdo.

—Sí, sí —dice, y una sonrisa se forma en mis labios—. Estarás lista en unos minutos.

Estuve todo el día con la cabeza echa una maraña solo pensando en mi cena con Evan hoy. Apenas se lo comenté a Carol, chilló emocionada y se ofreció a ayudarme a buscar un bonito vestido para ponerme, sin que se lo tuviera que pedir —o al menos no me dio tiempo de hacerlo.

Incluso hasta pienso que está más emocionada que yo.

El vestido que eligió Carol para mí, que por cierto lo compramos hoy en unas de las boutiques del centro comercial, me hace sentir descubierta. Sobre todo de los pechos. Ya que mi hermana dijo que el vestido en esa parte está diseñado como si el ala de un ángel estuviera sujetando uno de mis pechos, y el otro solo está cubierto por la mitad. Carol me aseguró que no se ve para nada revelador, o exagerado, pero, a como lo siento yo, yo creo que sí.

De igual modo las mangas son las largas, me llegan hasta el antebrazo, y aún donde está el escote hay una malla muy delgada y ligera —que apenas y sientes que la tienes allí— que sostiene todo en su lugar. El vestido me llega hasta los pies, y Carol me dijo que es color rosa pálido, con destellos platas y morados, y otros tipos de diseños encima.

La verdad es que me encantaría ver como luzco.

—Listo —anuncia mi hermana, al tiempo que escucho que deja algo sobre el tocador—. Hice el maquillaje más sutil y natural posible —resopla, fingiendo cansancio—. Uff, me merezco el crédito.

—Gracias —le sonrío, al tiempo que me acomodo mejor en la silla.

—¿Adónde irán a cenar? —pregunta, mientras la escucho buscar algo a la lejanía.

—No me dijo —me encojo de hombros—. Es una sorpresa.

—Mamá estaría muy feliz de verte así —suspira, con melancolía.

En ese momento un nudo me atenaza la garganta.

Ahora que recuerdo, mis padres no tuvieron la oportunidad de conocer a Evan.

Eso hace que una horrible sensación de pesar me inunde el pecho.

Pensar en ello, hace que mis ojos comiencen a llenarse de lágrimas que, sinceramente, no tengo ánimos de derramar justo ahora.

No quiero pensar mucho en eso; es algo que me oprime el pecho de forma asfixiante y me acorrala los pensamientos en una cárcel de aflicción. Incluso me siento apenada, y muchas veces la culpa me carcome, cuando recuerdo que ni siquiera he tenido el valor de visitar las tumbas de mis padres desde que ellos murieron.

Sé que en el momento que pise aquel lugar y esté frente a sus tumbas, no voy a soportarlo. Voy a derrumbarme. Voy a hacerme pedazos allí mismo. Porque sé que las secuelas del policía en mi puerta, dando la noticia sobre el horrible accidente que llevó a la muerte a mis progenitores, aún está vigente.

El dolor de su muerte jamás se irá. Mucho menos el vacío.

Tampoco dejaré de amarlos.

Simplemente tengo que aceptar que ellos ya no están y que jamás van a volver de aquel viaje.

Mis ojos han comenzando a picar, por las lágrimas acumuladas. Y tomo una respiración profunda, y discreta, para aminorar un poco el nudo en mi garganta.

Aunque no te pueda ver ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora