Capítulo 33

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-Sé que no podré ver nunca más mi apariencia pero, por favor, cúbrelo -pido, en un sollozo lastimoso.

-Pero, Eli. Tu cabello se ve bien así. No importa si es largo o es corto. Te ves...

-¡No! -corto a Carol de tajo-. Sólo... Sólo haz lo que te pido.

Silencio por un rato.

-De acuerdo.











En cuanto pongo un pie dentro del lugar, una ola de emociones me embargan, eso, y el latir desbocado de mi corazón.

Estar dentro de este lugar que alguna vez perteneció a mi madre, atrae recuerdos, no muy lejanos, a mi memoria.

La florería huele a olvido y encierro.

Tiene un aroma característico de algo que fue abandonado y nadie ha tocado en muchos años. Y eso, me causa nostalgia. Causa que mi pecho se oprima con fuerza, y que un nudo, lleno de algo que no soy capaz de reconocer en este momento, se instale en mi garganta; pero no se aprieta, sólo se queda ahí, para torturarme un rato. Es como si este lugar supiera que me toma todo de mí estar aquí, y quiere hacérmelo notar que no estoy muy a gusto que digamos. Estoy algo así como: en recuerdos dolorosos y, al mismo tiempo, me siento como en casa. Es como si mi madre estuviera aquí y me esperara con los brazos abiertos.

Imaginar eso, de cierta forma, duele.

Duele y escuece en mi interior. Pero trato con todas mis fuerzas de reprimir cualquier pensamiento y recuerdo tormentoso, pero no lo logro del todo.








-James dijo enfrente de toda la clase que le gustabas -me dice Pamela con entusiasmo -, se lo dijo a Alanis frente a todos allí, debiste ver su cara. Fue épico.

Abro los ojos con exageración, mientras las ganas de reír me saltan.

-¡Dios!... No puede ser -exclamo-. Eso me traerá problemas.

Pamela hace un gesto desdeñoso con la mano.

-Tonterías. Si es por Alanis, esa perra no te hará nada mientras yo sea tu mejor amiga.

-¿Y cuándo no lo seas?

-Tampoco -ella frunce el ceño como si la hubiera insultado con mi comentario-. Seas mi mejor amiga o no; hablemos, nos veamos o no, yo siempre voy a apoyarte y defenderte de lo que sea, Elizabeth. Estaré ahí si me necesitas. Que te quede claro. Eso es lo que hacemos las verdaderas amigas.

Me sonríe y yo le devuelvo la misma cálida sonrisa.









Los recuerdos de cuando podía ver son los más dolorosos.

Aprieto los ojos con fuerza, porque no quiero llorar, no aquí.

«No vuelvas a ese lugar oscuro», pido, a mí misma en una suplica. «No vuelvas ahí... Ya no».

Me trago un sollozo en el proceso, mientras lucho por no volver a estancarme en aquel abismo de depresión. Acabo de salir de allí, y no estoy dispuesta a regresar. Ya no más... Tengo que ser fuerte. Tengo que serlo.

«Eres más fuerte de lo que crees...».

Recuerdo las palabras de mamá; lo mismo que me dijo Evan. Lo que me han dicho muchas personas que me han visto caer, pero que en proceso me levanto de nuevo. Me doy cuenta, que no sólo mi madre y Evan concordaron en decírmelo: Papá también lo hacía, Carol, Sebastián, Pamela... Todas las personas que me rodeaban.

Aunque no te pueda ver ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora