Capítulo 7

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El sonido de los cubiertos chocar contra los platos llenan el silencio del lugar. Hace ya un rato que no he probado ni un bocado de mi comida y ahora solo me encuentro pinchando con el tenedor —lo que dijo mamá que era pollo, brócoli y otras verduras— en mi plato, solo porque aún no tengo apetito, y cabe decir que Carol es la que insistió en que bajara a comer, ya que desde hace semanas no me alimento como debería.

Hace una semana que no me he encontrado con Evan, aquel chico que me salvo en dos ocasiones, o más bien eran tres. La segunda fue cuando Alanis me empujo y mi rostro casi impacta contra el suelo, seguro si él no hubiera aparecido en ese instante ya tuviera una herida que se estuviera curando.



Y es que desde el ultimo incidente que tuve cuando salí sola en medio de la noche y que casi un hombre abusa de mí, no he salido de mi casa, porque ahora tengo tanto miedo de que algo me pase. E incluso ni salgo con mamá o con Carol. También no he hablado mucho con Sebastián desde que me recordó mi desgracia, al parecer él no piensa disculparse y yo no pienso hablarlo hasta que lo haga.




Así de orgullosos somos.

—Cariño, ¿dónde está tu bastón? —ahora la voz de mamá rompe el silencio, y sé que se dirige a mí.

—Lo perdí —digo sin rodeos.

—No pierdes la cabeza porque la tienes pegada —masculla Sebastián.

—¡¿Cuál es tu problema?! —grito furiosa y aviento violentamente contra la mesa los utensilios que utilizaba para "comer".

¿Qué cuál es mi problema? —Sebastián también levanta la voz—, mi problema es que eres una irresponsable con tus cosas así como lo eres con tu vida.

Mi sangre hierve con sus palabras.

—¿Y eso a ti que te importa? —espeto furiosa aún.

—Me importa porque eres mi hermana —dice, pero aun el enojo previo no se ha esfumado de su tono de voz.

—Tanto como para recordarme que soy una ciega.

Y una vez más, ahora yo soy la que recuerdo mi miseria y todo aquello que me atormenta, ahora yo soy la masoquista que se hiere con sus propias palabras; palabras que calan y escuecen muy dentro de mí hasta cavar un hoyo. Donde el sólo hecho de pronunciarlas se clavan como cuchillas en mi pecho, son como si le pusiera sal o limón a una cortada muy profunda que fue hecha recientemente. Aquellas palabras son todo lo relacionado con dolor para mí.

—¿Y qué quieres que haga? —dice—, ¿Que trate de tapar lo que es más que obvio? ¿Que te pinte un mundo de color rosa donde no existe el dolor? ¿Que te cuente aquellos finales felices que te ciegan de la realidad? Porque eso, Elizabeth, es lo que no existe en un mundo como este.

—¡Basta! —sentencia papá con autoridad.

Entonces se escucha el arrastrar de una silla sobre la madera.
«Alguien se puso de pie, y puedo casi jurar que fue Sebastián

—¿A dónde vas hijo? Aun no terminas de comer —le dice Mamá.

—Lo siento, mamá. Pero sé me quito el apetito —entonces se escuchan pasos sobre la madera del suelo del comedor, y cada vez se escuchan más lejos.

Aunque no te pueda ver ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora