Capítulo 4.

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Yuuri se sonrojó violentamente por recordarle lo que le había pasado por ir caminando a deshora, y desviando la mirada asíntio varias veces.

Comenzaron a caminar lentamente, disfrutando del atardecer, aún hacía frío  aunque la primavera ya había llegado y Yuuri se estremeció un poco.
Yurio se percató del temblor del japonés y le echó su chaqueta por encima. Yuuri se sorprendió por ese gesto aunque lo agradeció.
La chaqueta del joven ruso estaba muy cálida y olía maravillosamente. Tuvo que reprimir el instinto de inhalar fuertemente la prenda.

—gracias Yuri— dijo de manera tierna con un gran sonrojo.

Desde que había conocido a ese rubio, parecía que su sangre vivía de manera permanente en sus mejillas.

Yurio no podía evitar tener un sentimiento de satisfacción de ver los sonrojos que le provocaba y pensó que el cerdito no podía estar más adorable que con su chaqueta que le quedaba demasiado grande.

Iban en un cómodo silencio, contentos con la compañía del otro, cuando llegaron a su destino, Yuuri con una punzada de pena en el pecho se quitó la chaqueta para devolverla a su dueño que la tomó con desgana, ya que prefería ver al hermoso pelinegro con ella puesta.

Se miraron un momento sonriendo, sin saber muy bien que decir para alargar el tiempo juntos.

—gr... gracias por esta tarde, me...me lo he pasado muy bien— dijo Yuuri mirando un poco apenado al rubio.

—yo también me he divertido cerdito— contestó Yurio.

El japonés se dio la vuelta para meterse en su portal, pero antes de abrir la puerta, volvió a encarar al rubio y le preguntó lo que se moría por saber.

—nos... ¿nos volveremos a ver?

Yuri lo miró con pena.

—no podemos, lo siento — dijo Yurio con la tristeza impregnada en su voz.

Yuuri notó como se le estrujaba el corazón un poco, no pensó que la respuesta sería esa.

—Co.. Comprendo... — Yuuri se giró rápidamente muy avergonzado, pero antes de que pudiera siquiera entrar, el ruso lo tomó de la muñeca reteniendolo unos minutos.

— Es peligroso que volvamos a vernos cerdo...

Yuuri lo miró con una mezcla de pena y comprensión.
Podía comprender bien el peligro que podría entrañar mantener una relación ya fuera de amistad...o algo más. Al pensar eso el japonés se sonrojó un poco y el rubio, adivinando un poco los pensamientos de Yuuri se sonrojó también.
Ese maldito cerdo era un libro abierto y demasiado lindo y tierno, pensó Yurio.

Después de unos minutos un tanto incómodos, finalmente Yurio se alejó un poco de Yuuri instandolo a entrar en casa, con una sonrisa ladeada tratando de enmascarar el creciente fastidio por tener que dejar al hermoso pelinegro y no poder verlo más.
Yuuri se giró lentamente asintiendo con un poco de pena que trató de disimular a su vez con una cálida sonrisa, que no hacía más que poner las cosas más difíciles al ruso.

Cuando llegó a su apartamento, Yuuri corrió a su cama y abrazó la almohada como cuando de niño se entristecia por su soledad y aguantando un débil sollozo se dejó invadir por el sueño.

Yuuri pasó el fin de semana en casa, viendo películas envuelto en una vieja manta de franela y pensando de vez en cuando en Yurio.
Recordando el poco tiempo que habían pasado juntos, en su radiante pelo rubio, su atractivo rostro, su sonrisa ladeada, sus profundos ojos esmeralda... la forma en que lo llamaba cerdo... Si, incluso eso echaba Yuuri de menos.
Con un suspiro se acomodó más en el sofá venciéndole poco a poco el sueño.

Al día siguiente, se levantó a la hora de siempre y se preparó para ir a trabajar. Se duchó y se vistió con unos jeens oscuros y una camiseta de manga larga rojo vino. Después de peinarse, bajó a prepararse el desayuno, que comió con calma, como era su costumbre y salió de casa con tiempo de sobra.

Esa mañana le tocaba a él abrir la floristería ya que su jefa pasó el fin de semana con su prometido Christoph y seguramente aún no habría despertado.

Cuando llegó Mila al local, abrió la puerta tan de golpe, que asustó a Yuuri.

—Ey, ¡Yuuri Katsuki! ¡No me has devuelto ni una sola llamada o mensaje en todo el fin de semana! Más te vale que sea por que estabas demasiado ocupado con cierto rubio...

El japonés se sorprendió mucho y haciendo un puchero que no pudo evitar, negó con la cabeza levemente.

Mila se acercó y puso su brazo al rededor de los hombros de su empleado dándole un pequeño apretón, animándole a que continuará hablando.

—Él...Él tuvo que irse y temo que para siempre.

Mila frunció el ceño molesta.
¿Qué tenía que irse para siempre? ¿Por qué? ¿Así? ¿De la noche a la mañana?
Mila no podía creerlo... Cuando ella los vio juntos, de verdad pudo notar una chispa, había química entre esos dos, y ese estúpido rubio no lo había mirado con desinterés. De eso, estaba segura.

Yuuri seguía fijando la vista en las flores que estaba manipulando y notó que una pequeña lágrima se le escapaba. Con un poco de pudor, se limpió la mejilla con el dorso de la mano.

Se sentía estúpido por ponerse así por un tipo que sólo había visto tres veces. Le avergonzaba cómo le afectaba ese hombre.
Dejó escapar un tembloroso suspiro.

—Mila, por favor... No me preguntes más, ¿hai?

La pelirroja alzó la mirada hacia el techo y dando un suspiro muy ruidoso, accedió a regañadientes, porque si por ella fuera, le hubiera dado un buen repaso (y no de los buenos) a ese maldito.

— Está bien Yuuri, olvidemoslo por hoy y hagamos muchos ramos, ¿de acuerdo? — Trató de sonar lo más animada posible, cosa que el japonés agradeció con una sonrisa bastante sincera.

Pasaron los días.
Yuuri seguía triste, por supuesto. No podía olvidar a Yurio.
Pero pensando en las palabras que le dijo al despedirse, entendía que así debía ser. Era peligroso o eso aseguraba el ruso, y si Yurio pensaba así, seguramente fuera cierto. Aunque el pelinegro no comprendía que tipo de peligro podría ser y si le afectaba a él mismo o sólo a Yurio.

Seguía pensando sobre ello mientras preparaban el cierre.
Afuera ya estaba oscuro, por eso no se dio cuenta de quien estaba allí, hasta que casi chocó con él.

— ¿Yu... Yurio? — preguntó el japonés extrañado.

— Cerdo... — dijo el joven rubio de manera tierna.

Mila los miró a ambos primero asombrada, y luego dirigió una mirada de disgusto hacia aquel maldito ruso.

— ¿Qué hace este aquí? — preguntó Mila de una forma seca y bastante grosera.

Yurio suspiró con disgusto también al ver como esa vieja bruja se entrometía en su conversación.

Mermaid's loveWhere stories live. Discover now