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No me termino de acostumbrar a levantarme tan temprano. Mis ojos permanecen pegados debido a mis legañas; tras varios intentos de abrirlos, consigo hacerlo. Me siento en el borde de la cama asimilando que me tengo que asear aún y todo, y cuando lo hago, me pongo de pie de un salto.

Me dirijo al armario blanco empotrado, y me doy cuenta de que está hecho un desastre. Debería ponerme una tarde de estas a ordenar la ropa. Mi intención es ordenarla por colores, pero me da una pereza enorme. Extraigo un conjunto de Adidas, me apetece ir de sport. 

Una vez vestida, hago la cama, abro la ventana para que se airee mi cuarto y me dispongo a ir al baño que se encuentra dentro de mi habitación. Me gusta el detalle de tener cada una nuestro propio cuarto de baño. La verdad es que el apartamento ha sido todo un acierto. No es grande pero tampoco lo considero pequeño. Tiene suficientes metros cuadrados como para montar una mini fiesta.

Claro que el hecho de tener vecinos, es un problema.

Me aseo y me dejo el pelo suelto. Gracias a la peluquera de confianza que tenía en mi ciudad, puedo lucir un cabello de escándalo sin apenas peinarme. Mis rizos caen a la perfección, y permanecen suaves y brillantes. Mi pelo es mi pelo; siempre he pensado que tengo que tenerlo intacto y muy bien cuidado, por eso uno de los problemas que tengo ahora es buscar una peluquería cercana y buena para cuando diga de sanearme aunque sean las puntas. 

Me encuentro una nota en la barra de la cocina, la cojo y la leo en voz alta:

Hoy no iré a clase; tengo que ir al médico a que me recete unas medicinas para llevárselas a mi padre.

Besos, te quiero.

Suspiro. Me encanta Julia como compañera de piso, y apenas llevo dos días. Es una chica increíble.

Pienso en cómo ir a la universidad, y por un momento deseo contar con coche propio. No puedo estar dependiendo siempre de Julia para ir a cualquier sitio, porque ella tiene una vida, y aspira más allá de ser una simple taxistas. Una de dos, o consigo chófer personal o me busco un trabajo para poder pagarme un coche. Barajo cada una de mis posibilidades, y comienzo a reírme sola cuando me doy cuenta de lo patética que soy.

— Irene, esta tarde a buscar trabajo, guapa.— me autoconvenzo, mientras me llevo la mochila al hombro y salgo de casa. 


— ¿Tenéis los grupos ya hechos? — pregunta nuestra profesora de Psicología del Desarrollo.

¿En serio pregunta eso? ¿Espera que el segundo día de clase ya nos conozcamos todos lo suficiente como para formar un grupo de trabajo? Miro a mi alrededor y deduzco por las caras que todos -o casi todos- piensan lo mismo que yo.

— Sé que no os conocéis pero es buen momento para hacerlo — nos regala una sonrisa deslumbrante, al leernos la mente a todos. Supongo que está acostumbrada a este tipo de pensamiento en los grupos novatos. Observo que saca un folio y un bolígrafo de su bolso. Y nos mira. 

La primera persona en animarse es una chica que se llama Elia, quien levanta el brazo y le nombra los integrantes de su grupo. El resto de la hora de clase transcurre así, hasta que casi todos los grupos están anotados. Conforme van quedando pocos, comienzo a ponerme nerviosa. ¡No tengo grupo! 

De repente, un chico se sienta a mi lado y me fijo en sus ojos azules. 

— Hola, ¿no tienes grupo? — me pregunta, y yo meneo la cabeza negando. — Puedes unirte al nuestro, me llamo Carlos.

— Sería estupendo.— le agradezco, sonriente—. Yo me llamo Irene.

Cuando finaliza la clase, me dice de irme con él y su grupo a tomarnos una cerveza a la cantina.

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