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— Gracias a Dios que estáis bien— nos abrazó Eva, al vernos entrar al hospital.

Poco tiempo después de llevarse a Juan la policía, ella había recibido una llamada desde la comisaría con la noticia. No le habían dado detalles, solo le habían contado que él se estaba algo borracho, y que pasaría el resto de la noche allí.

Cuando nos sentamos con Eva en uno de los sofás que habían en la gran habitación de Dani —al parecer, Eva había consolidado durante estas horas una amistad con el doctor, y él le había dado la mejor habitación a Dani—, le comenzamos a contar lo sucedido, pero omitiendo ciertos detalles.

— Fuimos a casa a esperar allí noticias sobre Dani, y descansar un poco— comencé diciendo— Jesús salió a tirar la basura, y Juan iba tan bebido que comenzó a decirme cosas feas, pero tranquila, nada fuera de lo normal— me apresuré a decir cuando vi la cara de horror de Eva— Lo típico que dice él cuando se sobrepasa.

Noté, sin necesidad de tocarlo, cómo Jesús a mi lado se tensó. El plan se había torcido, y eso quería decir que él me había manoseado y no iba a tener consecuencias, porque la maldita cámara estaba desconectada.

Me sentí una imbécil, pero tuve que contener mis ganas de gritar de rabia. No podía desplomarme delante de ella.

— Voy a por un café a la terraza, ¿queréis uno?—rompió minutos después el silencio.

— Voy contigo, cariño— respondió Eva, me dedicó una mirada y me apretó con cariño el muslo —Creo que deberías de estar un ratito con Dani.

— Gracias, lo necesito —asentí agradecida; estiré mis brazos y la rodeé, un abrazo que decía mucho, pero ella no lo sabía. No podía saberlo por ahora.

Se levantó y se encaminó con Jesús hacia la puerta. Él, todo educado, la abrió y le dejó salir a ella primero, para después ir él tras ella. Antes de abandonar la habitación, me dedicó una débil sonrisa: culpabilidad.

Se sentía culpable por algo que no debería.

La puerta se cerró y me dediqué a observar con admiración la habitación. Las paredes no eran del típico color blanco de hospital, sino de un tono grisáceo que le daba un toque moderno. Además de la camilla en la que se encontraba Dani, las máquinas y todos esos equipamientos hospitalarios, había un armario blanco —posiblemente de Ikea—con el fin de que el paciente tenga ahí todas sus pertenencias guardadas. Me gustó mucho el detalle, ya que nunca había visto algo tan aesthetic y elegante en un hospital. En el otro extremo de la habitación, justo en frente de la camilla, había un gran ventanal con unas vistas de lo lindo. Sonreí al pensar en todas esas personas que han estado en sus últimos instantes de vida, y que han tenido la suerte de no ver por última vez una pared blanca, sino cielo, árboles, naturaleza.

A veces pienso que venimos a este mundo a jugar, y que nuestro destino es perder. ¿Por qué todas las personas, indistintamente de ser buenas o malas, acaban en el mismo punto: la muerte? No sé, es por eso que pienso que lo mejor que podemos hacer es aprovechar todo el tiempo. Besar esos labios que no te atreves a besar. Decirle a esa persona lo mucho que la amas. Dedicarle tiempo a lo que tú quieras, no a lo que tú debas. Ser egoísta —pero no de manera excesiva—es bueno a veces: tú antes que nadie, sé tu propia prioridad. Date cariño, mímate, di cuanto quieres a la gente, pero sobre todo di un "Te quiero" bien alto y que ese, especialmente, sea para ti.

—Irene—me di cuenta en ese momento, cuando Dani despertó, que me encontraba mirando por la ventana, con una mano puesta en esta, y con lágrimas en los ojos. Y una sonrisa, la cual se intensificó al darse la vuelta y verle al fin esos ojitos color café que estas horas había añorado.

— ¡Al fin!— me acerqué y puse sobre sus labios, los míos. Eran tal para cual, juro y perjuro que estaban hechos para estar juntos— ¿Cómo te encuentras?— le pregunté nada más separarme. Atraje una silla de madera blanca que había, y me senté a su lado.

— No sé— chasqueó la lengua y me miró — Tengo la sensación de haber estado de resaca durante varios días seguidos— reí.

— ¡Pues vaya un flojo!— bromeé— Yo aguanto más— sonreí. Llevé mi mano a su cara y comencé a trazar círculos invisibles, que después sustituí por pequeños y fugaces besos.

— ¿Qué hora es?— me preguntó, a lo que yo suspiré.

— La verdad, no lo sé exactamente. El móvil está allí en el sofá, y no quiero volver a despegarme de ti—bufé—No me gusta sonar ñoña, pero te juro que me has hecho mucha falta todas estas horas.

— Lo mismo me pasa a mí cuando decides malgastar tu vida durmiendo toda la mañana entera—se quejó — Pudiendo aprovecharla conmigo.

— Ah, no pues es que las horas de sueño no me las quita ni Charly Flow— contesté.

— Oigan a mi tía — ambos reímos— Oye, ¿dónde está mi madre?

— Se ha ido con Jesús a por un café, ¿por qué?— le vi preocupado, y supe la siguiente pregunta que me haría.

— ¿Sabe que...—asentí—Pero, ¿cómo...

— Me pilló montando las cámaras — fui directa al asunto— Tranquilo, me ayudó. Aunque el plan salió de todo menos bien.

Volví a vivir la escena: Juan tirándose sobre mí, besándome el cuello y queriendo tocar cada parte de mí. Por suerte, solo alcanzó a manosearme los pechos, pero me sentía sucia.

Me llevé las manos a la cara, intentando ocultar mis lágrimas, pero no sirvió de nada, solo sirvió para preocuparle más.

— ¿Qué ha pasado?—la voz de Dani sonó algo alterada, y temí que la situación le sobrepasara. Lo que necesitaba ahora mismo era recuperarse.

— Nada, solo que me da rabia—intenté recomponerme, pero de verdad, no era fácil.

— ¿Por qué ha salido mal?— preguntó inquieto— ¿Vio las cámaras y sospecha de ti?

— Sí— asentí.

Escuché el sonido del colchón de Dani, y levanté la mirada para ver qué hacía.

— Ven, siéntate aquí conmigo— su tono ya estaba más relajado, y me señalaba al hueco que me había hecho a su lado. Le hice caso, necesitaba sentirlo cerca, aunque no me sentía capaz de que me tocara él ahora. Necesitaba ducharme, sentirme como nueva.

— Me van a echar de aquí como me vean aprovechándome de la cama más lujosa de todo el hospital —intenté bromear para suavizar el ambiente, conseguí una sonrisa por su parte, pero yo no fui capaz ni de reírme de mis propios chistes.

— No pasa nada, haremos otro plan. No hace falta que sea ya de ya, aunque se alargue una semana, lo importante es que lo vamos a conseguir —me intentó animar— Si lo que temes es que él te haga algo porque sospecha de ti, no te preocupes, haré de todo para que ese hombre no te haga nada. Te lo prometo— me besó.

No podía decirle nada, solo dejarme llevar por ese beso que conseguía vendar cada una de mis heridas internas.

Así era estar con él: estar en casa.

Sentirse en casa.

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¡Aquí tenéis el primer capítulo de la semana!
Espero que le deis mucho amor.
¿Desde dónde me leéis?👀
¡Siento curiosidad!

Y me terminaste buscando #3Kde žijí příběhy. Začni objevovat