18.

134 13 13
                                    


Levanto la mirada y no veo a Jesús. Tardo en comprender que está detrás de la barra y que no nos ha visto. Dani entorna los ojos y yo lo observo con cierta curiosidad. Balbucea algo pero no consigo saber qué es.

— Me voy a subir la maleta a mi cuarto mientras.— me dice poniéndose en pie—. Nos vemos ahora.

Le asiento con una medió sonrisa, y decido permanecer sentada ahí. No tengo ganas de ver a Jesús, y mucho menos de ver cómo entre ellos se tiran miradas de odio. Cómo ha cambiado todo en esta familia en cuestión de años. Echo de menos cuando todo estaba bien, aunque agradezco haber cortado los problemas de raíz que tenía con Jesús.

— ¿Puedo?— le oigo preguntarme, haciéndome un gesto con la mano para sentarse a mi lado. No respondo, porque sé que va a hacer lo que quiera aún así.

Durante unos pocos minutos, permanecemos en silencio. La tensión es inevitable, y decido romper el hielo, aunque no tenga nada de ganas de hablar con él.

— ¿Por qué me buscabas? — le pregunto sin mirarle. Clavo mi mirada en un pequeño laurel que cuelga de uno de los extremos de la estantería. Las botellas de alcohol están muy bien alineadas, y siento ganas de tomarme un buen cubata cargado.

— Me apetecía estar contigo.— suelta al segundo. Yo contengo la risa y me sale un pequeño sonido que llama su atención —. ¿Qué pasa?

— Que llegas dos años tarde.— respondo meneando la cabeza de un lado a otro.

— Nunca me vas a perdonar, ¿verdad? — me pregunta.

— No hay nada que perdonar.— me pongo de pie y observo más de cerca las botellas de ron y ginebra que se encuentran delante de mí.

— ¿Y por qué actúas como si me odiases? — me imita. Agradezco que guarde las distancias; es incómodo compartir oxígeno con la persona que te rompió el corazón.

— Yo no estoy actuando.—me detengo y clavo mis ojos en los suyos—. Ni mucho menos fingiendo. Te odio.

— Ah.— alza las cejas y se gira en busca de algo—. Menos mal que me habías perdonado.— ironiza, al mismo tiempo que me ofrece un vaso vacío.

— Perdono...—cojo el vaso que me tiende, y me giro esta vez yo para dirigirme al congelador y sacar la bolsa de los cubitos. Me echo dos y otros dos a él—. Pero no olvido.

Mis ojos y los suyos se encuentran, esta vez con más intensidad. Mi mirada se come a la suya y siento una gran superioridad por mi parte. Mientras nos preparamos un cubata para cada uno, el silencio permanece en todo el jardín. De vez en cuando se escuchan los ladridos del perro de la vecina, ayudándonos a romper el hielo de nuevo. La diferencia ahora es que yo sí estoy cómoda con esta tensión que he creado.

Cuando mi cubata está terminado, lo miro mordiéndome el labio inferior; ron y cola, lo mejor. Jesús y yo tenemos gustos distintos en cuanto al alcohol. Él es del team ginebra, mientras que yo soy de las que alternan los cubatas de ron y ginebra porque me apetecen ambos. Si tengo que elegir, creo que el ron sería perfecto, sobre todo, Brugal. Aunque he de decir que, en mi opinión, depende de la situación.

— Entonces, ¿ni amigos? — me pregunta cuándo nos sentamos en los bordes de la piscina que hay en medio del jardín. Cruzo las piernas para evitar rozar los pies con el agua.

— Me da pereza intentarlo. — le pego un sorbo. Y dos. Cuando me doy cuenta, me lo he terminado. Eso me pasa por coger dos pajitas.

— ¿A dónde vas? — me pregunta cuando me pongo de pie para dirigirme a por la botella de ron. Aún estoy sobria, pero si me vuelvo a tomar el siguiente tan rápido como este, es muy probable que me comience a subir.

— A echarme uno, ¿quieres? — pero sé que él sigue con el suyo. Cuando me lo preparo, me vuelvo a sentar al lado suyo.

Ha anochecido hoy muy rápido. El cielo está cubierto de estrellas y me pongo a pensar en lo curioso que es que la noche se ilumine gracias a la luz de estas o de la luna. Me tatuaría una luna. Me encanta.

Decido mirar a Jesús y le veo algo serio. Intento no preocuparme por qué le pasa, ya que no quiero darle más importancia de la que no tiene. En su mano veo cómo desbloquea su móvil. Se mete a Instagram, Twitter y, finalmente, Whatsapp.

— Deja de cotillearme.— me mira de reojo. No me preocupa, pego un gran sorbo y sigo mirando.

— Si te sirve de consuelo estoy mirando por mirar, pero no me estoy enterando de una mierda.— y es la verdad. No estoy leyendo nada de lo que pone, ni de lo que le llega.

— Julia y yo hemos roto.— suelta de repente y no puedo evitar toser. Siento que me atraganto y el alcohol me quema la garganta—. ¿Estás bien?— me mira preocupado y se acerca más a mí, arrastrando el culo, para darme pequeños golpes en la espalda.

Cuando se me pasa, respiro hondo. Me he agobiado bastante.

— ¿Qué ha pasado?— más que curiosidad, le pregunto porque se me ocurren mil formas de contestarle con burradas, pero no tengo valor suficiente para ser cabrona con él ante la situación.

— No funcionábamos bien.— me responde. Me extraña porque siempre los veía genial en mi casa, pero veo que me equivocaba—. Y cosas, no sé.

— ¿Cómo cuáles?— le pregunto inconscientemente.

— Tú.— sus ojos se clavan en los míos y yo siento pereza en mi interior. No se cansa—. No pongas esa cara, pero es que es la verdad. Hace dos años era un maldito inmaduro que no se enteraba ni del clima; la fama me ha pasado factura, y por si fuera poco, dejaba de lado y prestaba cero atención a las cosas que verdaderamente me importaban.

— Es una pena que te des cuenta dos años tarde.— me doy cuenta de que el tiempo ha pasado rapidísimo, y pierdo la cuenta de las veces que me he levantado a rellanarme el cubata. Jesús mínimo tres veces, en cambio yo, seis. El doble.

— Dame una semana para volver a enamorarte.— me suplica agarrándome la mano. Mi cabeza comienza a vibrar.

— ¿Te estás oyendo?— digo medio entornando los ojos. Estoy ebria. Lo sé. Sin embargo, soy consciente de cada bomba que me está soltando—. No quiero que me intentes enamorar porque no me gusta repetir errores.

— Piensa en lo bonito que era nuestro principio.— me está agobiando. Dejo el cubata vacío en el bordillo de la piscina y me levanto. Quiero irme a mi cuarto, o a ver Peaky Blinders con Dani.

— Precioso.— digo sin darle importancia—. Creo que voy a vomitar.

Pero justo antes de hacerlo, me caigo al césped artificial que adorna el suelo del jardín. Escucho a Jesús a lo lejos, y noto como me levanta en brazos.

— Te he advertido que no bebieras.— escucho que se queja, mientras me balanceo. Quiero reprochar pero siento que estoy cansada y agotada, tanto mental como físicamente—. Te quiero, joder.

Lo último que oigo es la voz de Dani a lo lejos. No consigo escuchar bien qué le dice a Jesús, pero por el tono de voz suena a advertencia. Lo mismo le ha dicho que no me ponga una mano encima o algo por el estilo.

De repente, mi cuerpo toca la colcha de mi cama. Cuánto tiempo, aunque no tanto como Jesús y Dani. Yo me fui a Madrid hará un mes o dos, y ya he echado de menos esta casa.

Unos labios cálidos me besan la frente y lo último que noto es cómo una manta me cubre hasta el cuello.

_
Aquí tenéis el capítulo,
espero que os guste.

Por cierto, ¿desde dónde me leéis?❤️

Y me terminaste buscando #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora