27.

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— Mierda, no, no, ahora no— entrecerré los ojos e intenté inspirar y expirar para relajarme. Obviamente, no funcionó el método de relajación.

Comencé a caminar rápidamente por cada uno de los rincones del cuarto de Jesús, sin apartar la mirada del ordenador, hasta que algo llamó mi atención.

Jesús estaba tomándose un vaso de lo que parecía zumo de limón— o quién sabe, quizás era un buen cubata de ginebra, aunque siempre team ron— mientras miraba justo al punto donde estaba la cámara.

Me quedé tensa, helada, en el sitio. Sus ojos y los míos se encontraron por la cámara, y tenía la sensación de que me estaba viendo. De que se había dado cuenta de la cámara. Dio unos pequeños pasos sin apartar la mirada, mientras daba ligeros sorbos a su vaso, y cuando sentía que me había pillado, respiré tranquila.

Se giró y dejó el vaso en el fregadero. Comenzó a lavarlo y observé cómo se tensaban los músculos de su espalda. Me sorprendió no sentir ni siquiera un mínimo ápice de nostalgia, ni siquiera los recuerdos de los años juntos me vinieron a la mente. Sonreí. Había dejado a un lado el rencor, gracias a Dani y a su manera de quererme; de quererme bien.

Eché un vistazo al resto de cámaras y esperé a que Jesús abandonara la cocina enseguida. Si no me fallaba la memoria, Dani me había dicho que Jesús pasaría la noche en casa de un amigo suyo o no se qué. Mi miedo fue el siguiente: ¿y si al final decidió volver a casa y pasar la noche aquí?

Genial, tendría que salir de casa por la ventana.

Cuando volví a mirar a la pantalla de mi ordenador, el corazón me comenzó a palpitar exageradamente rápido. ¡Había perdido de vista a Jesús! ¡Podría estar en cualquier parte! No aparecía en ninguna de las cámaras, por lo que deduje que estaría en algún baño. Ahí no me había molestado en poner vigilancia. Decidí apagar su portátil y agudizar el oído, además de estar alerta con todos mis sentidos.

Efectivamente, estaba en el baño de abajo. Escuché el sonido de la cadena y, después, unos pasos firmes que se escuchaban cada vez más fuertes. Eso solo podía significar una cosa: se estaba acercando. ¿Conclusión? ¡Estaba viniendo a mi cuarto! Bueno qué digo, ¡al suyo! Donde estaba yo — y donde no debería estar—.

Me deslicé rápidamente por el suelo y me colé debajo de la cama. Ese fue el segundo error que cometí aquella noche — el primero fue dejarme el cargador de mi ordenador en el maletero de Dani—. Nada más colarme debajo, me estampé con una, dos y tres cajas de plástico que parecían guardar prendas de ropa y objetos varios.

— ¿Hay alguien ahí?— la voz de Jesús sonó tras mi pequeño fallo técnico— Tengo un bate entre mis piernas y no me importaría usarlo para darte de hostias, querido ladrón.

¿Estaba borracho? Estaba borracho. Sus palabras, supuestamente ofensivas, salieron a trompicones de su boca, con cierta dificultad al articularlas. Con un poco de suerte, me libraba de esta. Solo tenía que dejar pasar el tiempo. Era más probable que pensara que estaba loco, a que me viera.

— Estaba malísimo el zumo de limón— comenzó a decir, sin más. Observé desde abajo cómo daba pasos torpes para acercarse a su escritorio. Abrió cajones en busca de algo— Estaba malísimo claro, ¡si estaba caducado de hace medio mes!— añadió.

Mi paciencia se comenzaba a agotar. Barajaba la opción de echarme una sábana blanca a la cabeza y fingir ser un fantasma, para poder salir de aquel cuarto y mandarle un mensaje a Dani, diciéndole que había conseguido instalarlo todo.

¡NO!

No podía ser verdad, otro error más no. ¡Me había dejado mi móvil abajo, en la cocina! Sobre la encimera. Cerré los ojos con fuerza, intentando de nuevo calmarme. A ver, siendo realistas, estaba en una casa con un borracho. Perfectamente, puede no haberse enterado ni de que había un dispositivo en la mesa.

Vale, ahora que hacía memoria, cuando estaba visualizando antes la cámara de la cocina, mirando los movimientos de Jesús en el fregadero, en la encimera no había nada. Eso solo podía significar una cosa. Que...

Una mano me agarró del brazo y me sacó del tirón hacia fuera.

— ¿No se te ha perdido algo?— me preguntó, sin ningún tipo de dificultad al hablar, mostrándome mi querido móvil.

— Estabas fingiendo...—caí en la cuenta de que en ningún momento estaba borracho.

— Se me da bien, eh— me sonrió, lanzando mi móvil a la cama— Fingir ser algo que no soy, digo— genial, ya estábamos con las pullitas.

— No tengo ganas ni tiempo de discutir — suspiré, sentándome en su cama. Cogí mi móvil y lo sostuve entre mis manos, preparada para avisar a Dani de que ya podía venir. Pero no lo hice.

— ¿Eres feliz con mi hermano?— esa pregunta me pilló despreveniada. Jesús se había apoyado en el escritorio, y se encontraba mirándome de frente.

Pensé en la respuesta, aunque la tenía bastante clara. Simplemente, necesité tiempo para asimilar que las cosas en ningún momento fueron como quería que fuesen, y comprendí que nunca había que dejar que nadie me quisiera mal.

— Me quiere bien— una lágrima salió demostrando cómo me sentía: agradecida, y a la vez apenada— Y yo lo quiero muchísimo, también.

La mandíbula de Jesús se tensó, y tras unos segundos en silencio, se acercó para sentarse a mi lado. Me cogió de la mano y me apretó con fuerza, a la vez que dejó escapar un suspiro. En otras circunstancias, le habría apartado, pero lo cierto es que necesitaba ese momento, y oír lo que me tenía que decir.

— Has encontrado tu felicidad, y al hacerlo, he encontrado yo también la mía — esa frase me puso los pelos de punta— Irene, te he querido mal no, lo siguiente. Pero te he querido, te quiero y te querré siempre. Has sido mi primer amor y, sinceramente, no te voy a mentir, considero que siempre serás la mujer de mi vida. Pero es cierto que, no te sé cuidar como mereces, y quiero que sepas que estando con mi hermano no te va a faltar nada. Yo estaré contigo también, en las buenas y en las malas. Ser tú cuñado creo que se me dará mejor— ambos nos reímos, y estira su mano para limpiarme las lágrimas de la cara — Solo quiero que tengas claro que, aunque lo haya hecho todo mal, siempre te he amado.

Terminó de hablar y nos fundimos en un abrazo. No sentí nada, ni revoloteos en el estómago, ni nada. Sabía que su lugar a mi lado era todo lo cercano que podría ser, pero no como pareja. Hay personas que por mucho que se quieran, se quieren mejor separadas. Jesús iba a estar conmigo siempre, y de hecho, en un futuro lo veía como el futuro padrino de mis hijos. Eso me alegraba. Porque si algo tenía claro era que en mi familia lo quería tener.

— Te quiero, imbécil — me dijo, dándome un toquecito en la nariz— Y ahora me vas a decir por qué hay una cámara en la cocina.

— ¿Qué?— mis ojos se abrieron de par en par— No me digas que se nota mucho.

— Ya la he colocado yo bien,  simplemente se había despegado— respondió— Desembucha.

— ¿Me prometes que me ayudarás?— contarle lo que pasaba realmente en su familia no era algo que me agradase.

— Hasta que la muerte nos separe— me guiñó el ojo.

Pero su tranquilidad duró poco.

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