¡Como se le ocurre a mi madre preguntarle a él!, ¡Justo al idiota redomado del instituto que me hace la vida imposible!

—Yo diría que...

En ese momento sus ojos se posaron sobre los míos y sus labios dejaron de emitir sonido alguno.

¿Por qué me miraba así?, ¿Cómo si estuviera estudiándome?, ¿Acaso creía que me iba a amilanar porque le soltara a mi madre alguna chorrada que se acabara de inventar? Lo cierto es que ya estaba habituada a que me observara de aquel modo, que se quedara mirándome fijamente y seguramente en su interior se repitiera lo repulsiva y poco atractiva que le resultaba a los de su especie.

—¿Tú dirías qué, Baker? —pregunté entonces en un tono irascible.

—No —negó entonces rápidamente apartando la vista y vi como se dirigía a la cafetera para servirse un café bien cargado.

Hasta en eso éramos dos polos opuestos. Mientras que yo tomaba un vaso de leche con unas gotas de café, Baker lo tomaba solo y sin azúcar, casi tan amargo como su corazón.

Vanessa me recogió minutos después y salí corriendo de casa, lo cierto es que por primera vez, Joan aún permanecía allí después de que yo saliera y eso me daba esperanzas renovadas en no tener que soportar su rostro en el pasillo del instituto y por ende, poder hablar con Verdini al no encontrarse junto a él.

—¡Vamos!, ¡Corre, corre, corre! —exclamé subiéndome a su coche y metiéndole prisa.

—¿Qué ocurre?, ¿Huimos de algún delito o algo así? —preguntó contrariada pero arrancando el coche y metiendo la marcha para acelerar.

—El idiota de Joan aún no ha salido y espero llegar antes que él para no verle de nuevo la cara —mencioné colocándome el cinturón de seguridad.

—¿No te dijo nada de tu nuevo pelo?

En aquel momento caí en la cuenta que quizá se había quedado observándome fijamente por eso, después de todo en la oscuridad de la noche pasada apenas habría sido apreciable, ¿Se debería a eso su observación?, ¿quizá estaba pensando en los nuevos motes que adjudicarme?

«Ahora pasaré de zanahoria a tomate» pensé sin poder evitarlo.

—Mi madre estaba presente durante todo el tiempo, así que como buen farsante se contuvo —admití segundos después y para mi fortuna, Vanessa cambió de tema.

Había pensado las mil excusas con las que entrarle a Nicola Verdini solo para entablar conversación y de las mil, ni una era medianamente buena. No le podía invitar a salir así sin más de buenas a primeras, ni tampoco me atrevía a pedirle algún favor o que me diera clases particulares de algo ya que yo tenía excelentes notas. ¿Qué carajos podía hacer para conseguir acercarme a él?

La respuesta a mi pregunta se contestó a sí misma cuando metí la combinación de mi taquilla y ésta no se abrió.

—¡Maldita sea otra vez! —exclamé—. ¡Por qué siempre a mi! —insistí dejando caer la mochila al suelo y golpeando el metal con los puños.

—¿Necesitas ayuda? —Su voz. Esa voz. ¡Oh dios mío era Nicola!

—Esto... pues... yo... claro... ¡Si! —grité al final con una especie de sonrisa nerviosa porque no sabía si estaba más feliz de que él me hablara o de que tuviera la oportunidad de conversar sin premeditarlo.

—A mi también se me encasquilla a veces, el truco está en el cierre —contestó suavemente y noté como su cuerpo se acercaba al mío.

«¡Ay dios! Pero que guapo es...» jadeé en mi interior.

—Si... claro... —contesté por decir algo porque en ese momento mi juicio era nulo.

—Y luego dar un pequeño golpecito —añadió en el mismo tono suave y la taquilla se abrió—. ¡Voilà! —exclamó ahora en un tono más alegre.

—¿Puedo llamarte cada vez que no consiga abrirla? —pregunté por inercia y noté su risa.

«¡Mierda Andrea!, ¡Pero que demonios haces!, ¡Ni que fuera tu sirviente!»

—Claro que si... —contestó con una sonrisa—. Tú puedes llamarme cuando quieras —susurró en un tono muy diferente que no supe descifrar, pero si que era cierto que su mirada era tan penetrante que tuve que mirar hacia otro lado porque sentía demasiado calor en sus ojos.

¿Qué era aquello?, ¿Por qué me miraba de ese modo?

—Gracias —susurré porque apenas salían las palabras de mi garganta.

—¿Por qué no me lo agradeces dejándome acompañarte a casa después de clase? —preguntó apoyando la mano sobre la taquilla contigua a la mía y dejándose caer parcialmente para situarse frente a mi.

¿Es que todavía estaba durmiendo y aún no me había despertado?, ¿Desde cuando acompañarme a casa podía ser más un placer que una penitencia? No pensaba negarme, al contrario, eso me permitiría tener la oportunidad de volver a estar a solas con él.

—Por supuesto —contesté rezando porque no se estuviera riendo de mi y me quedara tirada, pero por la sonrisa que iluminó su cara y el hecho de que ya me había acompañado una vez, imaginé que era real, que de verdad Nicola Verdini tenía interés en mi y no repulsión como los demás.

—Te veo a la salida —dijo dando un paso hacia atrás sin dejar de mirarme—. Y me gusta tu nuevo color de pelo —añadió guiñándome un ojo y después le perdí la pista por el amplio pasillo entre tanta multitud.


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Andrea y sus neurasWhere stories live. Discover now