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Nací un caluroso verano de 2002 en los Ángeles, California, aunque había heredado de mi madre sus ojos grandes y azules, para mi suplicio, mi progenitor me dio este magnifico pelo rojo anaranjado y piel blanquecina típica de Escocia, Inglaterra

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Nací un caluroso verano de 2002 en los Ángeles, California, aunque había heredado de mi madre sus ojos grandes y azules, para mi suplicio, mi progenitor me dio este magnifico pelo rojo anaranjado y piel blanquecina típica de Escocia, Inglaterra. De ahí que jamás consiguiera una piel demasiado bronceada y tuviera complejo de vampira. A pesar de ser pelirroja nunca había sufrido ese acoso escolar que amenazan a los de mi "especie" es más, me sentía bastante orgullosa de mi color de pelo por ser diferente o al menos lo sentí hasta que cierto individuo llegó a mi vida para que dejase de gustarme.

«Zanahoria» era el último de sus "apodos" porque había pasado por calabaza, naranjita, pecosa o incluso palo oxidado en más de una ocasión lo que me creaba un complejo de delgadez sin curvas extrema.

Y para colmo de males tenía que escuchar las risas jactanciosas de su grupo de amigos populares que se creían los más "guays" del instituto, sobre todo de Verónica; esa pija rubia con ínfulas de supermodelo que me odiaba desde cuarto curso.

—Si se cree que este año seré su atracción particular, va listo —susurré mientras comenzaba a quitarme el pijama que no dejaba de ser un chándal viejo para colocarme el uniforme.

Me había propuesto todo el verano en su ausencia trazar un plan para no ser el hazmerreír particular de Joan y su grupo de amigos. Más aún si tenía en cuenta que Verónica era su novia, no-novia porque nunca se sabía en qué punto estaban esos dos, lo último que había llegado a mis oídos es que él la había dejado antes de marcharse a Ámsterdam y ella había puesto el grito en el cielo, pero le habían visto tontear durante este verano con varios chicos. La cuestión es que había tenido tiempo suficiente mientras me tomaba el sol en la piscina o iba a la playa con mis amigas para aunar la tenacidad suficiente de plantarle cara cuando volviera a soltarme alguna de sus payasadas habituales por los pasillos.

«O eso era lo que yo quería creer»

A veces no entendía la falta de madurez por su parte, Joan tenía casi dieciocho años, ¿Es que no podía madurar un poco? A veces parecía que tenía cinco para lo que le convenía, porque para salir de fiesta y volver de madrugada si que le interesaba ser mayor...

«Y encima tiene coche y moto, cuando yo tengo que ir mendigando a mis amigas que me lleven a clase» rechiné en mi cabeza mientras las palabras de mi madre sobre; no tendrás un coche hasta que vayas a la universidad, resonaban cada vez que maldecía ser una de las pocas adolescentes sin vehículo propio del instituto.

¡Si hasta mis amigas tenían coche!, Vale que a Lourdes solo le dejaban utilizar el de su madre, pero Vanessa tenía uno propio.

—Calma Andrea... que solo es el primer día de clase y ya vas a llegar tarde por su culpa.

«Si. Porque Joan tenía la culpa de absolutamente todo»

Cuando me miré al espejo mi boca se agrandó en una enorme O que casi llega al suelo y abrí la puerta de mi habitación con tanto ímpetu que el estruendo hizo que retumbara la pared de la habitación.

Andrea y sus neurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora