Capítulo 17

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—¿Jason?

Mi celular seguía junto a mi oreja, pero yo no era capaz de articular las palabras. Mi mente se llenó de imágenes y palabras, mientras miles de emociones recorrían mis venas como si fuesen mi sangre.

—¡Jason!

Podría jurar que Alan me gritó desde el otro lado de la línea, pero yo no lo escuchaba. Su voz era tan lejana que apenas podía percibirla.

—Acá estoy —respondí. No estaba seguro si realmente lo dije en voz alta. Mi mente estaba tan nublada y mis oídos tan cerrados, que no podía escuchar mi propia voz.

Mis manos temblaban; una sobre el celular y otra a mi costado. Cerré la mano que estaba a mi costado, y la hice un puño, para evitar que el movimiento continuara.

—Jason, escucha —empezó a decir Alan. Al parecer, si había hablado en voz alta—, lo que menos quiero es preocuparte. Quizá te estarás preguntando qué tiene que ver contigo —hizo una pequeña pausa. Cuando se dio cuenta de que yo no pensaba contestar, continuó—: Esa es la razón por la que Brad hizo lo que hizo. Cree que tú la tienes.

Tragué saliva.

Sabía que tenía que hacer algo, tenía que actuar, el problema era que no sabía qué hacer.

Giré mi cabeza, y observé sobre mi hombro. Cynthia estaba conversando animadamente con mis padres, mientras se servían waffles y jugo.

Cynthia. Mis padres.

Eso era lo primero. Debía mantenerlos a salvo, a como diera lugar.

—Entiendo —logré decir.

—¿Jason, estás bien? —Alan sonaba preocupado, pero no por cómo me encontraba sino por lo que podía tener en mente. Y tenía toda la razón para estarlo.

—Claro —traté de sonar lo más convincente posible—. Me tengo que ir, tengo cosas que hacer.

—Jason, ¿no estarás pensando en hacer alguna locura, cierto? —me preguntó Alan. No le conteste, solo colgué.

Apagué el celular. Era probable que Alan no dejara de llamarme hasta localizarme nuevamente. Preferí no pensar en ello.

Me di la vuelta y puse mi mayor esfuerzo en pasar el reciente asunto como desapercibido. Avancé nuevamente hasta el comedor. Cynthia y mi madre, ya tenían el plato vacío y sin rastro de los waffles; mi padre, acababa de servirse otro par.

—¿Qué quería Alan? —preguntó mi madre, al verme acercándome.

Me puse tras la silla de Cynthia y coloqué mis manos en sus hombros. Cynthia, puso sus manos sobre las mías y comenzó a jugar con mis dedos. Era como si con solo sentirme cerca de ella, supiera que algo me pasaba y estuviese tratando de reconfortarme. Estaba funcionando.

—Ah, nada importante —dije, tratando de sonar relajado. Me encogí de hombros—. Ya sabes cómo es él. Como no contesté las primeras llamadas, creyó que posiblemente hubiese muerto y había empezado a preocuparse.

Cuando dije eso, tres pares de ojos voltearon su vista hacia mí, con una mirada que decía “¿Qué clase de amigos tienes?”

Me di la vuelta para evadirlos, y me dirigí hacia la cocina. Abrí la puerta del refrigerador y saqué el cartón de leche.

—Jason… —dijeron Cynthia y mi madre al unísono. Rodé los ojos y guardé la leche.

—Las mujeres nunca están satisfechas —rezongué—. Si tomo la leche del cartón, malo; si no hay leche, malo. ¿Quién las entiende?

Muriendo Por El Asesino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora