Capítulo 25

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Mi corazón dio un vuelco tremendo. Creo que puedo decir que me lo tragué. Sentí cómo me golpeó el estómago al caer. Mi novia. O mi ex novia, no estaba del todo seguro. Cynthia. Me había delatado. Mis piernas flaquearon y estuve a punto de caer al piso. «Cynthia me ha delatado». Me lo repetí una y otra vez, tratando de asimilarlo, pero seguía sin parecerme real.


-Realmente no te lo esperabas, ¿cierto? -Maxwell sonreía con satisfacción frente a mí.


-Pero... ¿cómo es que...? -era incapaz de articular una oración completa y coherente a la vez.


-Tal vez lo comprendas mejor en tu celda -mi cara se desfiguró en una mueca de incomprensión y miedo-. Vámonos.


Maxwell caminó hacia la puerta, la abrió y se hizo a un lado para dejarnos pasar a mí y los hombres que me llevaban retenido. Forcejeé un poco por zafarme pero no tenía el más mínimo sentido, así que lo dejé a los pocos segundos.


Salimos de la casa y Maxwell cerró la puerta tras nosotros. Se adelantó nuevamente y abrió una de las puertas de atrás del auto para luego rodear el vehículo y dirigirse al lado del piloto. Los hombres, ambos musculosos, me metieron al carro sin mucho esfuerzo. No presenté objeción. Uno de ellos se sentó al lado de Maxwell y el otro a mi lado.


Al llegar a la misma comisaría en la que había estado meses antes, me llevaron por un laberinto de pasillos y puertas hasta llevarme a una sala con unas pocas celdas y un escritorio contiguo a la entrada. El oficial menos robusto, el de los rasgos más finos, que respondía al nombre de Delgado en mi mente, abrió una de las celdas y me hizo pasar, mientras el otro, que no tenía características merecedoras de un nombre y por tanto era conocido como Poli en mi ahora desgarrado subconsciente, estaba custodiando la puerta, esperando a su colega.


Mi celda -lamentablemente ahora era mía-, era la única ocupada de las tres que habían en la habitación. Me senté en el único objeto presente en el pequeño cubículo. Parecía una especie de banca metálica que también hacía de cama.


Me dejé caer sobre ella. El material estaba casi tan helado como yo. Delgado cerró la celda con llave.


-Yo me quedo -le dijo a Poli. El fortachón solo asintió y se retiró, cerrando la puerta.


El silencio se instaló en la habitación como un alma en pena; no sé si quería acompañarme o atormentarme. Creo que eran ambas. Honestamente, me atormentaba su compañía.


Escuché el chirriar de la silla de Delgado cuando la arrastró para acomodarla y sentarse. Dejó el manojo de llaves en la mesa y el silencio volvió a plantarse en el centro del cuarto.


Cerré los ojos y una lágrima se me resbaló por la mejilla. ¿Qué había hecho con mi vida? Bueno, con lo que quedaba de ella. Mis padres habían muerto por mi culpa, y ahora estaba encerrado entre cuatro paredes, sin fuerzas para luchar por salir. Finalmente, alguien me estaba dando mi merecido. Anton había obtenido lo que quería: arruinarme la vida. Y yo le había ayudado.


-Conoces tus derechos, ¿cierto? -la voz de Delgado me hizo enderezarme sobre mi asiento. Lo observé sin comprender del todo- Tienes derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que digas podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tienes derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando seas interrogado por la policía. Si no puedes contratar a un abogado, te será designado uno.


Delgado me observó esperando una respuesta. Yo suspiré y asentí estando de acuerdo. ¿Qué más podía hacer?


-Tengo derecho a hacer una llamada también.


-Así es -la voz de Delgado empezaba a sonar más serena, más real. Ya no sonaba a ese tono amenazador de policía-. Imagino que querrás llamar a tus padres.

Muriendo Por El Asesino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora