Epílogo

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Llevo un mes de estar en la cárcel.


Mi juicio fue rápido. Confesé mi crimen y di los datos que tenía de Anton y Michael; la policía dijo que los rastrearían hasta encontrarlos y ponerlos tras las rejas también. Me declararon culpable sin titubear. Solo pedí una cosa: asistir al entierro de mis padres. Para mi suerte, me concedieron libertad condicional durante el evento.


Me dejaron ir a mi casa. Todo el tiempo estuve custodiado por Delgado. Llamé a los familiares más cercanos para darles la noticia. Cada llamada era más difícil que la anterior. Alan y yo hicimos los preparativos y pusimos fecha.


El funeral fue casi tan silencioso y doloroso como la vela. Lo único que me reconfortó fueron todas las buenas palabras que los familiares y amigos dijeron sobre mis padres. Todos se quedaron con un buen recuerdo de ellos.


Luego de la ceremonia, Alan y yo volvimos a casa, y él me ayudó a guardar todo. Guardé las cosas más importantes de mis padres y mías en unas cuantas cajas que le pedí a Jason que me guardara mientras permanecía en la cárcel, al igual que hice con mi carro. Él se seguía sintiendo mal por lo que me había dejado hacer, pero sabía que era mi decisión y que, de una manera u otra, era la correcta. Era justicia.


El resto de cosas las doné a distintos lugares. Mis padres hubiesen donado sus cosas, y las mías no me sirven de mucho estando preso. Al salir me las arreglaría para conseguirlas de nuevo.


Además, dejé un poder para que Alan se encargara de la casa; la puse en venta. Iba a ser un gasto innecesario, y un baúl de malos recuerdos.


Después de haber dejado todos los trámites gestionados, regresé a la comisaría, listo para los diez años que me aguardaban. Diez años que me habían dado como la pena mínima por asesinato.




Ayer fue miércoles, día de visita.


Alan ha estado viniendo todos los miércoles. Me pone al día sobre los trámites, y la casa, y la vida en la universidad. Ya se va a graduar. Es una lástima saber que no voy a poder asistir.


Según lo que me ha contado, en el instituto todo transcurre normalmente. Cynthia sigue llegando a clases, pero nunca puede verlo a la cara. Loren ya lleva casi dos meses con su novio Jeremy. Adam siempre se acuerda de mí. Son los únicos tres, además de Alan, que saben que estoy en la cárcel. El resto de estudiantes cree que he desistido.


Por si fuese poco, Anton y Michael parecen haber desaparecido de la faz de la Tierra, al igual que Chuck y Anabel. Se supone que la policía sigue investigando.


Por otro lado, la casa está en proceso de venta. Una pareja de jóvenes extranjeros acaba de llegar a la ciudad y quieren una casa grande para la familia que quieren formar. Alan dice que son buenas personas. No lo dudo.


Salgo de mi celda y me encamino al patio trasero. Todas las mañanas nos toca trabajar en algo. Hoy me toca ayudar a transportar material de construcción.


Al salir, el sol me recibe con furor. Matt y Taylor ya están aquí. Son los únicos dos privados de libertad con los que me llevo en relativa paz. El resto de los encarcelados, o me miran con desprecio o me ignoran. Yo prefiero mantener las distancias. Sobre todo con Rob. A ese tipo hay que tenerlo vigilado. Es el que más tiempo lleva aquí. No es tan peligroso, porque de serlo estaría encerrado con los peores criminales, pero no es un pan de Dios.


Saludo a Matt y Taylor con un levantamiento de cabeza, el cual me corresponden. Me voy a hacer mi trabajo. Por suerte, estaba en buena forma cuando vine, sino, me costaría mucho trabajo mover piedras tan pesadas.


Al terminar, justo cuando se pone el sol, me dirijo de regreso a mi celda junto con el resto de presos. Todas las celdas son iguales. Solo tienen una cama no muy cómoda y un orinal. Definitivamente la higiene no es lo que predomina aquí. En la pared aún hay señas donde los presos anteriores marcaban los días. Yo los marco debajo de la cama, en un sitio más privado. Me pregunto qué habrá sido de los que estuvieron antes.


Al llegar a mi celda, en el suelo está mi ración diaria de comida: un vaso con agua y dos rebanadas de pan con un pequeño cubo de queso al lado. Observo mis manos sucias y me acerco a un oficial. Pido permiso para lavarme las manos. Este acepta y me custodia al baño, donde me lavo rápidamente para volver a mi celda.


Entro y me siento en la cama, con mi plato de comida puesto al lado. Saco unas fotos de debajo de mi dura almohada. Fotos de mis padres y de Alan cuando estaba pequeño y jugábamos juntos. Mi corazón se encoge como cada noche. Extraño demasiado a mis padres. He perdido todo por no saber cuidarlo.


Guardo las fotos nuevamente y comienzo a comer lo mismo que llevo comiendo durante cuatro semanas. Ya ni siquiera sabe a nada.


Termino y dejo el plato junto a las rejas para que se lo lleven por la noche. Me acuesto en mi cama, teniendo cuidado con la herida de puñal en mi costado derecho que Rob me había causado sin razón aparente pocas noches antes. Fue mi primera pelea y la gané. Aquí cada quien debe darse su lugar y cuidarse por sí solo. Casi morí, pero no lo hice. Ahora solo tengo que esperar que termine de cicatrizar la herida.


Cierro los ojos y me duermo antes de la hora que acostumbro.


Van a ser diez años bastante severos.

Muriendo Por El Asesino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora