Capítulo 12

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Levanto trozos de leña para llevarlos a nuestra base y hacer una fogata. Está empezando a oscurecer, debemos darnos prisa. Adam viene a mi lado, con trozos de leña en los brazos también. Caminamos en silencio entre los árboles. El aire está empezando a enfriar. Me duelen los brazos y la espalda por el esfuerzo pero trato de ignorarlo. Sobre nosotros, comienzan a brillar las primeras estrellas de esta noche.

Llegamos a la cabaña y colocamos la leña frente a las tiendas. Adam separa el trozo más grande y lo hace a un lado. Observo lo que hace.

—Para sentarnos —me dice y asiento.

Loren sale de la cabaña con unas cuantas mantas y una bolsa de malvaviscos. Lleva unos shorts cortos y una camisa que le queda algo grande. Anda descalza pero parece no molestarle porque el ritmo de su caminado sigue siendo el mismo de siempre. Se asoma a una de las tiendas y tira una de las colchas, luego se asoma a la otra y tira dos. Asumo que esa es la tienda que compartiré con Adam.

Observo la leña, que sigue desordenada y me agacho a amontonarla. Busco tres ramitas pequeñas y finas, y las pongo al lado del tronco en que nos sentaremos.

—Traigo la cena —Loren abre la bolsa y nos la pasa. Saca un encendedor de su bolsillo y enciende la fogata.

—¿Por qué traes un encendedor? —le pregunto.

—Nunca sabes cuándo puede ser útil —me dice, encogiéndose de hombros.

Saco un malvavisco de la bolsa y lo coloco en una de las varitas. Le tiendo las otras dos a Adam y este le da una a Loren. Nos sentamos frente a la fogata, los tres sobre el tronco.

Podríamos hablar pero no quiero hacerlo. Quiero disfrutar el momento. Quiero guardarlo en mi memoria para siempre. Quiero sentir que estoy viviendo. Quiero detenerme un segundo a respirar y darme cuenta de lo que es la vida. Creo que todos deberíamos hacerlo alguna vez.

El cielo empieza a tornarse negro y se llena de estrellas. El silencio nos consume y solo se escucha el cantar de los grillos. Giro mi varita para darle vuelta a mi malvavisco que ya se calentó por un lado. El fuego baila al ritmo del viento.

—Me gusta este lugar —digo.

Ni Adam ni Loren me contestan pero no tienen que hacerlo. Así estoy bien. Así, me siento libre.

Adam yace dormido a unos pocos centímetros de mí sobre una colcha. Mi cuello está tenso, al igual que mi espalda, y tengo que realizar movimientos en el cuello para disminuir la molestia. Esto de dormir en el suelo, no es lo mío.

Me levanto con cuidado de no hacer ruido para que Adam no se despierte y salgo de la tienda. Afuera, el sol está empezando a salir por detrás de los árboles y los pájaros empiezan a pasearse de rama en rama.

Me dirijo a la cabaña y abro la puerta. Dentro, todo está tal como lo dejamos la noche anterior. Mi mochila está al lado del mueble de la esquina, amontonada junto a la de Adam y Loren. Tomo mi mochila, saco mi jeans negro y mi camiseta y me los pongo. Guardo mi ropa sucia de nuevo en mi mochila, saco mis sándwiches y salgo al porche.

Me siento en las escaleras de la entrada a comer los sándwiches. Mamá me enseñó a hacerlos, porque eran mis favoritos. Son sencillos, lo sé, es solo jamón con queso amarillo pero entiéndame, era un niño, esto era difícil para mí.

—Buenos días.

Loren sale de su tienda y me saluda. Lleva puesta la misma ropa de anoche. Sus manos peinan su indomable cabello tratando de resguardarlo en una coleta.

Muriendo Por El Asesino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora