#7: Casi beso

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Naomy

- ¡Lo lamento, lo lamento! Mi despertador no sonó.

Lizzy me mira con una sonrisita en el rostro.

- Tranquila, aún es temprano ¿crees que podamos practicar una vez más? No estoy muy segura de...

- Por supuesto, princesa. Pero estoy segura de que lo harás de maravilla.

- ¡Debo hacerlo genial! No quiero que se burlen de mí o que mis hermanos sientan vergüenza.

Me quedo callada y empiezo a notar un nudo en el estómago. ¿Cómo es posible que una niña piense que avergonzará a su propia familia?

- No, linda. No digas eso, tus hermanos jamás se avergonzarían de ti. Es absurdo.

Se encoge de hombros – Mamá lo dice siempre.

Una razón más para añadirla a mi lista negra.

Desde que conozco a los Hastings, jamás vi a sus padres como algo que todos los niños debían envidiar. Es más, en ocasiones se me revolvía el estómago de tan solo ver como trataban a sus hijos.

- No hagas caso a lo que dice tu mamá, ella solo... ella te quiere mucho, solo que no lo demuestra.

- Mis hermanos lo hacen. Stephanie siempre que vuelve a casa me trae un dulce y me lee un cuento antes de dormir. Ángel me lleva a la escuela y me ayuda a hacer las tareas. Dice que debo estudiar mucho para ser una gran prof...profes...

- Profesional.

- Eso, y cuando sea grande, podré comprar muchos vestidos y viviré solo con mis hermanos.

No puedo evitar sonreír. Definitivamente todo el cariño que le faltó de sus padres se lo dan sus hermanos. Después de todo... los Hastings no son como los recordaba. Ángel no parece ser el mismo.

Quizá y solo quizá, haya cambiado. Quizá no recuerda lo que sucedió hace tanto tiempo, después de todo, éramos un par de estúpidos adolescentes. Quizá se volvió en definitiva mucho más guapo de lo que ya era. Y quizá y solo quizá mis hormonas estén despertándose nuevamente.

Mierda.

****

Liessel está en puntitas, tratando de identificar a sus hermanos entre la multitud. He marcado el teléfono de Ángel y Stephanie unas diez veces: él parece ignorarlo, ella me manda al buzón.

Suspiro y me agacho a su altura, le sonrío y agarro su mano.

- Nada de lágrimas. Las princesas no lloran, especialmente las que son tan bonitas ¿recuerdas que tardamos en venir aquí? – asiente con los ojos cerrados e hipando – Quizá a ellos también se les hizo tarde.

Permanece en silencio y vuelve a asentir.

- Ahora ¿qué me dice si compramos un algodón de azúcar antes de empezar a ponerte más bonita de lo que ya eres?

Sonríe y da un brinco – Sí.

Nos dirigimos a la parte exterior de la academia y pedimos dos algodones. El vendedor, al ver a Lizzy con los ojos rojos e hinchado decide regalárselo, ella me mira como pidiendo mi aprobación.

Trato de convencerlo de pagar, pero parece inútil. Le agradezco y volvemos adentro.

- Buenas noches a todo el público presente, se les comunica que dentro de unos minutos iniciará el espectáculo, se agradece su paciencia y se les ruega permanecer en sus lugares.

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